21 enero 2010

Español para españoles (3)

Lo siento, aunque no demasiado. En otro de estos textos he dedicado alguna atención a esos personajes, pero es tanto el rechazo que siento hacia su manera de trabajar y tanta la responsabilidad que les atribuyo en el “deslenguaje” que muchos paisanos practican a diario, que no me resisto a la tentación de volver sobre ellos y estoy seguro de que no será la última vez. Estoy refiriéndome a los locutores y presentadores de la televisión (esto incluye, como manda la gramática, a los del sexo masculino y los del femenino, faltaría más).

Tengo que confesar o más bien reconocer -puesto que algunos ya me conocen- que no sé qué decir de los profesionales pertenecientes a los medios en los que se expresa la derecha más rabiosa -casi toda lo es- por eso no puedo opinar sobre quienes se ganan su salario en los canales de televisión del tipo Intereconomía o Libertad Digital, si es que cabe llamarles canales y no canalillos, por su audiencia y por su nivel. Sinceramente, no me interesan.

Frecuento la mayoría de las cadenas de alcance nacional y por lo tanto a ellos va referido mi comentario. A gran parte de los que presentan las noticias en ellos, a pesar de que en principio cuentan con mi simpatía, me gustaría castigarlos a pan y agua en una nueva cárcel de papel a imitación de aquella que poseía La Codorniz.

¿A quién cabe culpar del uso del sustantivo “efectivo” para referirse a cada uno de los miembros del ejército, fuerzas del orden y de auxilio (bomberos, protección civil) que intervienen en cualquier acción? A ellos, naturalmente, puesto que son ellos a quienes oí por primera vez dislates del tipo “los más de 700 efectivos…”. Meditando sobre la razón de esa distorsión de la palabra, no descarto que se deba a esa memez de nombrar necesariamente a los componentes mencionando su sexo y, por lo tanto, no se les ocurrió nada mejor para sustituir a “soldados” (soldados y soldadas), “fuerzas del orden” (policíos y policías), etc. Me consta que cuando atiendo al telediario yo puedo verlos, pero ellos a mí no, porque de lo contrario se sentirían fulminados por la mirada de odio que les dirijo cuando cometen ese atropello.

Cuando tiene lugar una catástrofe, la primera víctima colateral es la lengua española. Todos, sin excepción (perdón, se salva Iñaki Gabilondo), se empeñan en referirse a “las miles de víctimas…”, olvidando que el artículo es un determinante de “miles” (siempre masculino) y no de “víctimas”, algo que por descontado les trae sin cuidado, incluso a quienes exhiben ínfulas de intelectuales. La presentadora Ana Blanco -por ejemplo- a quien admiro por tantos años de magnífica profesionalidad, se ensaña siempre que puede con nuestro idioma, insistiendo en ese error.

También tras un desastre natural, se extiende como la sarna esa expresión “catástrofe humanitaria” que parece entusiasmar a estos asesinos gramaticales en serie. ¿Es posible que a ninguno le resulte chocante llamar “humanitaria” a una catástrofe?

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