11 marzo 2010

Español para españoles (10)

No soy, ni me considero, un patriota en el sentido tremendo de la palabra. A mí casi me sucede aquello que creo que dijo Cánovas, «soy español porque no puedo ser otra cosa» o, más matizadamente, porque no me dieron a elegir. Si me hubieran presentado esa opción, hay muchas probabilidades de que optase por una naturalización diferente. El caso es que no soy patriota y por lo tanto paso bastante de todo eso de las banderas e himnos.

Hay sin embargo otras cosas para las que soy y me siento valedor de mi propia entidad, porque sería estúpido tirar contra lo que me sostiene. Como pieza fundamental de ese sentir está mi idioma, que para bien o para mal es el español o castellano, al parecer un producto bastante bien construido, teniendo en cuenta que procede del que dicen que era el idioma mejor estructurado de la antigüedad: el latín.

Por eso me fastidia –más bien me cabrea- esa indiferencia y ese maltrato al que lo someten buena parte de sus usuarios. Tengo la suerte o desgracia de verme obligado a repasar en ocasiones textos que mi mujer traduce a su idioma –el portugués- y que proceden de Hispanoamérica. Bueno, no me cabe duda de que allí hay quienes hablan y escriben sin cometer vilezas con la lengua, pero lamentablemente no parece que sea así en su generalidad, a la vista de las expresiones que construyen, muchas veces amalgamando con un inglés prostituido, lo que deviene algo de verdad escalofriante. Pero hay que tener en cuenta que el español no es su lengua natural, que llevan pocos siglos usándolo, y por lo tanto esos atropellos me duelen menos que los que cometen los habitantes de este país, mis paisanos.

Vengo criticando palabras, expresiones y usos que me parecen erróneos, pero hay algo que me llama la atención por su extensión entre los hablantes y, casi diría, por su aparente irreversibilidad. Me refiero a la omisión del signo de apertura en las exclamaciones e interrogaciones. Por suerte, esa falta no se aprecia en el lenguaje hablado, pero si se observa lo que la gente escribe, podrá comprobarse que el desastre es general.

Lo llamo desastre porque, según me explicaron mis profesores en su día, la utilización de ese signo de apertura, (hasta donde yo sé no existente en otras lenguas), no es un capricho de ningún lingüista, sino una exigencia de “la música” de nuestro idioma. En francés o inglés, la interrogación en el habla se inicia como el despegue de un aeroplano, suavemente, hasta llegar al máximo de la entonación. No es posible –teóricamente- establecer claramente dónde comienza el tono interrogativo. Así intentaban enseñármelo con firmeza mis profesores de esos idiomas. En español, por el contrario, el cambio del tono empleado se inicia de manera brusca precisamente allí, donde debería colocarse el signo de comienzo.

¿Por qué esa pandemia de la omisión del signo? Pues yo diría que, en primer lugar, porque ya se sabe que todo el mundo está ahora cansado y tratan de ahorrar lo que deben considerar un malgasto de energía. En segundo lugar… por lo de siempre, la influencia del inglés. Tiene su gracia que esto suceda en un país donde los hablantes de este idioma son extraordinariamente escasos, hasta el punto de que todavía no hemos disfrutado de un presidente de gobierno que hablara de verdad esa lengua (hablo del inglés, no del texano). Creo que estoy cometiendo una injusticia con el ex presidente Leopoldo Calvo Sotelo, que según dicen hablaba inglés, francés, italiano, alemán y portugués, pero fue tan breve…

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