21 marzo 2010

Sindicatos y sindicalistas (2 de 2)

Recuerdo un suceso de aquella época, a poco de legalizarse los llamados sindicatos “de clase”, que da una idea clara sobre lo que la gente espera de un sindicato y su entrega desinteresada. Me encontraba en mi puesto de trabajo cuando un vigilante de seguridad apareció con un par de tipos que andaban buscando a “alguien de esos sindicatos”; no se le había ocurrido nada mejor que traérmelos. Se trataba de dos trabajadores de una empresa de la misma zona donde se encontraba la mía y, según me explicaron, venían a ver qué podían hacer para afiliarse, porque la semana próxima tenían huelga del sector –gasolineras– y “querían que algún sindicato les pagara el salario que perderían por esos días de huelga”. Vamos, algo así como ir a contratar un seguro de incendios cuando la casa está ardiendo por los cuatro costados.

¿Por qué ese distanciamiento e ignorancia hacia la acción sindical? Pues se me ocurre que cualquier régimen político reconoce que el papel de los sindicatos es imprescindible, pero en algunos de ellos –y el franquismo no fue una excepción– se domestica a esos sindicatos y se les reserva una tarea meramente decorativa. Recordemos aquellas “demostraciones” sindicales del primero de mayo (día de San José Obrero, ¡ejem!) en el Bernabeu, auténtico alarde… reducido a trajes y bailes regionales.

Puede que de ahí provenga la sensación de que un sindicato es más prescindible que un botijo en Laponia. Sin embargo, salvo desde el desconocimiento empecinado de la historia, nadie puede negar el papel activo que los sindicatos han desempeñado como aglutinantes en la consecución de mejoras de las condiciones laborales y derechos de los trabajadores, con la notable excepción de personajes como Adolfo Domínguez, el hombre sin arrugas ni fisuras en su falta de escrúpulos, que días pasados lanzaba una andanada contra todo lo que sonase a sindicato. Es lógico, considerando que la parte de su producción realizada en España, lo es en talleres clandestinos de Galicia donde no existe ningún tipo de derecho, jornadas de 10 horas y unos salarios más propios de Bangla-Desh. De la producción que encarga al exterior, mejor no hablar.

Recuerdo también un caballerete al que El País Semanal dedicó un amplio reportaje hace unos años, alabándolo como empresario ejemplar. Se trataba del propietario de la marca MxOnda de chismes electrónicos (no me acuerdo del nombre de aquel energúmeno) que en el reportaje se jactaba de que en su empresa –en la que por cierto no se fabrica nada, todo viene de países orientales– no consentía la afiliación sindical y la simple sospecha de coqueteo de algún trabajador con un sindicato, suponía el despido fulminante.

Tampoco hay presencia sindical en las empresas llamadas “maquiladoras” situadas en Méjico, preferentemente cerca de la línea fronteriza con los EE.UU. Allí los trabajadores son explotados de manera bestial por salarios de miseria, sufren amputaciones en accidentes laborales como consecuencia de los cuales simplemente son despedidos, e incluso mueren sin más consecuencias que su sustitución por otro que está a la espera de una vacante.

Hay una película, premiada en varios festivales, donde se retrata la situación en estas factorías, concretamente en mataderos de ganado vacuno para restaurantes americanos de comida rápida. Su nombre es “Fast Food Nation” y aunque su argumento versa fundamentalmente sobre la comida basura, trata de pasada la situación de la mano de obra esclava. La recomiendo a quien tenga interés en saber de qué van esas cosas y lo que significa la desprotección laboral absoluta. De camino, sentirán ganas de hacerse vegetariano.

No pretendo que nadie que no lo haya hecho antes, se lea a estas alturas textos como “El movimiento obrero en la historia de España” de Manuel Tuñón de Lara, porque entiendo que resulta mucho más fácil despreciar lo que no se conoce, más aún si la obra aparenta ser árida –cuando la leí me pareció amena–, pero al menos respetemos a los que se dejaron la piel y hasta la vida en la lucha por conquistas sociales de las que ahora todos obtenemos o hemos obtenido provecho.

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