20 abril 2010

Dichosos incrédulos...

¿Han visto alguna vez esos apretones que tienen lugar a la salida de unos de esos espectáculos de grandes masas? Piensen en las puertas de un estadio tras uno de esos partidos del siglo que tienen lugar cada poco, todos quieren salir al tiempo y esa salida se torna un forcejeo de unos con otros para salir antes. Algo así me ocurre con las palabras cuando pienso en las razones para el escepticismo en materia religiosa, y no porque sea un experto ni considere que sé algo de teología o filosofía. ¿Acaso beber agua para apagar la sed, requiere conocer sus componentes químicos o su peso molecular?

Todo viene a propósito de uno de esos correos que envían los amigos “reenviadores” y que trae la imagen que sirve de ilustración a esta entrada. El texto dice “Voy a crear un hombre y una mujer con pecado original. Después voy a dejar una mujer embarazada de mí mismo como su hijo y así podré nacer. Cuando esté vivo, me mataré a mí mismo como sacrificio a mí mismo. Para salvaros así a todos del pecado original al que yo mismo os condené. ¡¡¡Tachán!!!”.

Está claro que el redactor no ganará el Nobel de literatura –posiblemente el Planeta-, pero tiene el mérito de expresar de manera condensada el estupor que siente el que, sin prejuicios, dedica unos minutos a meditar sobre los grandes misterios del cristianismo, porque lo que el texto dice forma parte fundamental de todo aquello que los cristianos digieren sin plantearse mayores dudas ni sentir la más mínima acidez estomacal. 

Con escasa habilidad, todo hay que decirlo, el autor relata una serie de hechos ciertos… o al menos hechos que la iglesia cristiana hace pasar como tales. Seguro que los teólogos tienen respuesta para todo, pero yo creo que es bueno que repasemos bajo la luz de la razón del ciudadano normal ese relato. Me parece una buena opción, salvo para aquellos que pertenecen a la misma escuela de fe que el famoso carbonero.

Eso de nacer con un pecado sin haber tenido arte ni parte, de verdad que tiene que sonar chocante a cualquiera. A ver, ¿cómo es posible que alguien que llega al mundo, sin siquiera haber abierto los ojos, pueda haber pecado ya?, ¿cómo puede ofender a dios el que ni siquiera sabe controlar sus esfínteres? Para cualquiera, debería tener toda la apariencia de un invento cuyo fin es poder extorsionar a los creyentes desde el primer momento y hacerles sentir culpables, que es sin lugar a dudas lo que la religión cristiana busca conseguir en cada uno desde que nos situamos bajo su dominio. Ése es el secreto del control, el sentimiento de culpa.

Se relata después un episodio altamente extraño y casi inédito (parece que hay similitudes en otras religiones). Dios deja embarazada a una virgen para tener un hijo que es él mismo. Aparte de lo alambicado del hecho, no cabe duda de que se trata de una especie de super-incesto, pues no de otra forma cabe calificar a quien mantiene relaciones con la que va a ser su propia madre. Puede argumentarse que esas "relaciones" son metafísicas, así que el incesto pasaría a ser también de orden metafísico.

Claro que el fruto de ese embarazo lo explica todo: se trata de alguien cuya venida a la tierra está justificada por la posibilidad de redimirnos y librarnos de aquel nefando pecado en cuya comisión no hemos tomado parte. La idea viene a ser “yo te lo pongo y yo te lo quito, pero me debes una”. A mí toda esa cantinela de “he venido a redimiros etc. etc.” me resulta cargante, ¿quién ha dicho que yo necesito ser redimido por alguien que ni siquiera me ha sido presentado?, ¿y de qué?

Entre el nacimiento y la muerte, el creyente cristiano debe arrastrar el sentimiento de una culpa y el agradecimiento por el perdón, sin olvidar que este último lleva emparejada la inscripción como miembro de esa iglesia, cuya baja resulta mucho más complicada –por no decir inalcanzable- de lo que muchos creen.

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