24 mayo 2010

La épica del fútbol

Llevo décadas haciendo burla de esa épica grandilocuente y rimbombante que rodea en España todo lo relativo al fútbol y veo con pena que no sólo no se trataba de una fiebre temporal, sino que el asunto va a más, ha contagiado a otros deportes –todos más modestos- e, inevitablemente, ha contagiado a toda la vida nacional, que si de algo no estaba sobrada era de toma de conciencia sobre las obligaciones de todos y de la necesidad de tomarse en serio lo que es serio, relegando a su justo lugar un divertimento como el fútbol, porque guste o no es sólo eso, un pasatiempo.

Hace pocos días, en un titular de primera página de un periódico de alcance nacional, leí la declaración del entrenador de un club de fútbol de primera división que no voy a citar, y que decía nada menos que “si hay que morir, moriremos de pie”. De verdad, impresionante.

¿Cómo puede ser que nadie en su sano juicio diga cosas como ésas, una frase que no sorprendería en boca del general Custer o Millán Astray, pero que demuestran una cretinez inconmensurable en boca de un profesional del balón? Y no es lo único, sólo hay que mirar cualquier día las páginas de "deportes" de un periódico, para encontrarse frases épicas más propias de la guerra de Troya que de un juego de 22 individuos con una pelota.

Y es que las cosas no se improvisan de un día para otro. Hace tiempo que viene calificándose de histórico cualquier encuentro deportivo que destaque mínimamente de los habituales y desde hace mucho repito el mismo chiste a los amigos y conocidos, cuando les pregunto por “el partido del siglo de esta semana” (y seguro que muchos no lo captan).

Lo natural es que si hay tanto acontecimiento histórico alrededor de una pelota, terminemos creyendo que quienes participan en él son héroes, líderes de masas, y no están lejanos a cierta extraña realidad, puesto que realmente arrastran a las masas en el sentido literal de la palabra. Hay incluso algún club que alardea de ser més que lo evidente, lo que debería ser, y el personajillo que lo dirige aspira a un puesto de primera línea en la política. De ahí a repercutir en todo el acontecer nacional no queda ni un paso, por eso es cosa aceptada por todos -casi todos- que los ayuntamientos y hasta comunidades autónomas tengan “deferencias” muy especiales con los clubes de fútbol, se les permita que sus seguidores dañen monumentos que pertenecen a la totalidad de la ciudadanía y hasta se consientan deudas a la seguridad social e irregularidades económico-fiscales de muchos, muchísimos millones, para favorecer a los clubes, ¿quién se va a atrever a poner fin a todo eso teniendo en cuenta la enorme pérdida de votos que acarrearía? Por poner sólo un par de ejemplos, en Madrid se construyó el estadio de uno de los dos equipos principales sin licencia de obras y apropiándose de una vía pública. Al otro se le autorizó un centro comercial en terreno calificado como destinado a instalaciones deportivas, años después se le recalificó nuevamente un terreno de uso deportivo para la construcción de rascacielos, etc. Caramba, si hasta la iglesia mete la cuchara en ese potaje y lo primero que hacen los jugadores de un equipo tras conseguir un trofeo de lo que sea, es correr a ofrecérselo al santo patrón o patrona que corresponda, con gran complacencia de los mitrados locales. Ya se sabe por las sagradas escrituras cómo la corte celestial se entusiasma por el fútbol, ¿no?

Por eso, y sólo por eso, pueden tomarse medidas económicas e impositivas que afectan a todos los ciudadanos, sin mayores consecuencias, aunque tengan un cierto coste electoral, pero ni pensar en tocar lo intocable: el fútbol. Hasta ahí podíamos llegar… Los españoles sabemos defender, hasta nuestro último aliento, lo que de verdad es sagrado.

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