29 junio 2010

Todo a cien (o más)

Leo hoy en El País un artículo de Paul Krugman (por si alguien no lo conoce, aclararé que es un magnífico economista americano, premio Príncipe de Asturias y premio Nobel) acerca de un tema por el que no le darán ningún premio, porque se limita a repetir lo que continuamente venimos leyendo a diario –quienes nos interesamos por ello– en cualquier medio escrito. Se trata de la estructura que los gobiernos chinos mantienen en cuanto a su política económica y en concreto, en todo lo relativo al comercio de exportación-importación. No hay que ser experto en nada, basta con observar cuál es el método que los chinos siguen tradicionalmente a cualquier escala o en cualquier materia.

¿No les llama la atención los bajos precios de los restaurantes chinos?, ¿y esos bazares, antiguos «Todo a 100»? Pues es lo mismo que hace China entera, perfectamente organizados y dirigidos por su gobierno. La táctica es aprovechar la estupidez occidental y a través de esa estupidez, acabar con occidente sin necesidad de bombas atómicas ni misiles de ninguna clase, simplemente arruinando las economías ajenas, no por maldad, sino por el deseo de alcanzar el propio bienestar de manera rápida y expeditiva. Hablaba de estupidez, aunque más bien habría que señalar la listeza de quienes dominando el comercio mundial propician este estado de cosas, porque ellos sí se están forrando. Como siempre, el beneficio de unos pocos supone la ruina de muchos, pero ¿desde cuándo eso ha importado a los que siempre flotan sobre los demás?

Los chinos trabajan en un clarísimo dumping permanente, aprovechando esa imposición que parte de la Organización Mundial del Comercio y otros organismos que controlan el comercio mundial, y por lo tanto la economía de todos, y que obliga a que –más o menos– cada país pueda colocar sus artículos manufacturados libremente en otro donde exista demanda, pero ¿quién le va a hacer ascos a un chisme que cuesta en origen la cuarta parte de lo que costaría si se fabricara en occidente?

El sistema es elemental y clarísimo hasta para un niño. Se mantiene artificialmente baja la cotización del yuan con lo que se consiguen dos fines: que cualquier producto chino resulte extraordinariamente barato para los demás países, cuyos habitantes disfrutan de un enorme repertorio de artículos baratos –no tanto, porque los importadores y distribuidores se llevan la parte del león– mientras se desmantelan las industrias y manufacturas nacionales. Por poner un ejemplo mínimo del que tuve noticia no hace mucho: la conocida cadena Salvador Bachiller prácticamente no fabrica ya –ni encarga a fabricante españoles– sus artículos de piel ni de ningún otro tipo, porque le resulta más barato traerlos de China. Eso me dijo un dependiente cuando me quejé de la baja calidad actual.

Si a todo esto se le suma la compra masiva de deuda pública de países con apuros económicos, el resultado no es difícil de prever. En estos momentos EE.UU. es casi una "propiedad" china y actualmente están acumulando hasta deuda pública emitida por Grecia. No se regatean esfuerzos para mantener artificialmente baja la cotización del yuan.

Al mismo tiempo, cualquier producto que se importe en China resulta extraordinariamente caro, con lo que se evita que ningún país pueda exportar hacia aquel enorme mercado, pues estos artículos no quedan al alcance de sus ciudadanos. Combínese esto con unos salarios extraordinariamente bajos y tenemos la nueva versión del «gran salto adelante» que buscaba el amigo Mao Tse-Tung, pero esta vez con verdadera astucia y eficacia. Unos años algo apretados, pero después pasarán a ser los reyes del mambo.

Esta feo citarse uno mismo, pero éste era un asunto que yo ya trataba en una entrada de hace algún tiempo en este mismo blog. No le damos importancia a todo esto, bien que distraídamente cada vez que compramos algún artículo, electrónico o no, podamos ver que aunque la marca sea española, alemana o de cualquier otro punto, inevitablemente aparece grabado en él lo de «made in China» o «made in PRC», esto último para despistar y no producir agobio y también para evitar esa fama de productos de baja calidad que estos orientales se han ganado a pulso.

Como ya decía, hasta se nos olvidará cómo se hacen zapatos, porque también nos los venderán ellos, y cuando consideren llegado el momento actuarán como lo que serán y ya casi son: los poseedores del monopolio mundial en la fabricación de bienes de consumo.

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