15 abril 2011

Mentirijillas y confusiones


Hace mucho tiempo, diría que más de 50 años, que me hago preguntas sobre el nombre de ese continente que conocemos como América y sobre sus habitantes. He ido descubriendo que casi todas las denominaciones son fruto de errores, manipulaciones y conveniencias políticas.

Para empezar, el propio nombre del continente no es más que fruto de una circunstancia no del todo esclarecida y sin mucha lógica. Según parece, un cartógrafo alemán de difícil apellido realizó a comienzos del siglo XVI un mapa de las nuevas tierras y, por propia iniciativa, le puso como nombre América, feminizando el nombre de Américo Vespucio, un mentiroso aventurero al servicio de la corona de Castilla que poco había colaborado al descubrimiento –porque descubrimiento fue para los europeos de todo aquello, pero que se encontró de este modo inmortalizado sin excesivo mérito para ello, salvo el de saber arrebatar para sí la gloria que pertenecía a otros. El cartógrafo igual podría haber dado a aquellas tierras el nombre de Columba o Colombia en honor al descubridor Colón –como propugnaba Simón Bolívar siglos más tarde o, tomando en serio el pretendido descubrimiento anterior por parte de los vikingos, llamarlas Ericsson –que dicen que era el marino que allí llegó o Vinland que es el nombre que él supuestamente le dio.

El caso es que con justicia o si ella, el nombre de América resultó un éxito y me temo que con él se ha quedado para siempre. Pero…

Resulta que EE.UU., no contento con la apropiación física de buena parte del territorio de otros países, mediante anexión, conquista, compra o lo que fuera preciso, decidió apropiarse del nombre en exclusiva, expulsando de la denominación a los habitantes del resto de los países del continente. No hay más que escuchar esas canciones patrióticas yanquis –en especial “America The Beautiful” (América la bella) en la que puedo asegurarles que la letra no se refiere en ningún momento a las bellezas innegables de las tierras de Brasil o Nicaragua, por poner un par de ejemplos. Lo peor es que se trata de algo aceptado por los expulsados de la denominación; ayer he leído en un periódico de Brasil un titular que decía :"Aparece muerto un americano en su habitación del hotel". No hace falta aclarar cuál era la nacionalidad del fallecido...

En España –debe ser caso único en todos los idiomas llamamos a los habitantes de EE.UU. de tres diferentes formas: norteamericanos, estadounidenses o simplemente americanos. Medite un momento; si alguien le dice que es norteamericano o simplemente americano, ¿Qué origen le atribuye? Porque ese es el error que cometí hace muchísimos años cuando alguien a quien conocí se identificó como “norteamericano”, dejándome desconcertado, porque la verdad es que me parecía que hablaba como Cantinflas. Fue entonces cuando me enteré de que Méjico también era Norteamérica, tanto como lo es ese país muchas veces olvidado llamado Canadá. Los habitantes de los tres tienen por tanto el mismo derecho a denominarse norteamericanos.

Para acabar de afianzar el entuerto, parece ser que Napoleón III, deseoso de minimizar hasta donde pudiera la presencia de los británicos en el Nuevo Mundo –aunque fuera sólo gramaticalmente– y de camino subirse al carro colonizador de España y Portugal, inventó el término América Latina que, como los otros atropellos en las nominaciones, arraigó con éxito innegable.

Cuando tropiezo con un nativo de aquellos países hispanos y me dice que es “latinoamericano”, tengo que reprimirme para no preguntarle con brusquedad dónde está su latinidad. Según parece, el argumento fundamental para aplicar esa denominación de latinoamericano es que hablan lenguas romances procedentes del latín, como el español, portugués o francés. Puesto que hay provincias de habla francesa en Canadá, ¿debemos llamar latinoamericano al habitante de –por ejemplo Quebec?, ¿negamos esa denominación a quienes utilizan regular o exclusivamente lenguas autóctonas como el guaraní, tupí, maya, etc.?, ¿hay alguna razón válida para que no denominemos África Latina o Latinoáfrica al conjunto de Angola, Mozambique y la pequeña Guinea Ecuatorial, más los países francófonos de la zona?

Creo que el rechazo al término iberoamericano, que es el que me parece más adecuado, viene del deseo de minimizar la presencia colonizadora ibérica y desde luego al peso de la colonia italiana –muy numerosa en Argentina y Brasil y la francesa, llegados fundamentalmente en los siglos XIX y XX, y que con esa denominación quieren «salir en la foto», olvidando que en la conquista y colonización de América, no hubo presencia italiana como tal y que su lengua no se habla en ningún lugar del continente. De ahí ese empeño en afirmar que Colón era italiano –genovés, dicen– cuando hay un total desconocimiento sobre el origen de este señor y cualquiera ha podido leer textos que le atribuyen origen gallego, genovés, balear, catalán, portugués, andaluz, croata, etc., ¿es que a nadie le extraña que pusiera a sus hijos nombres “tan” italianos como Diego y Hernando?, ¿que haya constancia de que no hablaba ni escribía el italiano? No olvidemos que en Nueva York, la festividad del descubrimiento de América, era organizada por la colonia italiana y las únicas banderas que allí se exhibían eran las italianas. Aun suponiendo que Colón fuera genovés –que ya es mucho suponer– es como si los alemanes festejaran como propia la llegada del hombre a la luna, porque fue el alemán Wernher Von Braun quien dirigió el desarrollo de los cohetes que permitieron llegan a los americanos a nuestro satélite. Pero ya se sabe, una vez muerto el personaje, no cuesta nada atribuirse su origen y siempre da lustre...

Al final, la conclusión es que se trata de remarcar las bondades de la presencia francesa e italiana en el subcontinente y dar tratamiento de colegas de segunda clase a los portugueses y españoles, que casualmente son los que de verdad se batieron el cobre por allí. Aunque recordar eso no sea del agrado de algunos.