Acabo de ver el telediario y una vez más –y van…– toca atender noticias económicas llenas de tecnicismos que, la verdad, no creo que entiendan ni puedan manejar con soltura y algo de conocimiento ni un cinco por ciento de la población. A ver, hace unos cinco años ¿cuántos españoles habían oído hablar de la prima de riesgo, del puñetero bono alemán, del déficit público, de recortes presupuestarios, etc. etc.? Pues yo diría que casi ninguno y los que oían tratar sobre esas cuestiones les prestaban la misma lejana atención que yo presto a las noticias sobre fútbol.
Ahora resulta que yo –que todos– soy responsable del dinero derrochado en túneles faraónicos (véase M-30 de Madrid), candidaturas olímpicas, AVEs a cualquier rincón del país, aeropuertos que no precisan aviones, Ciudades de la Ciencia (en un país que no presta atención a la ciencia y la investigación), fastos por la visita del Papa, en fin, de tanto disparate en los que no teníamos posibilidad de mostrar nuestro acuerdo u oposición. Estamos acostumbrados a que la acción de gobierno vaya por un lado y la preocupación del ciudadano por otra, así que hasta ahora nos desentendíamos y se acabó. O eso creíamos.
Decidieron desde hace un tiempo que somos copartícipes sólo en las catástrofes económicas y deciden informarnos día a día de lo que les parece bien hacernos saber, en el entendido de que eso nos hará asumir la parte de responsabilidad que supuestamente nos corresponde.
De otra parte y poco a poco, vamos abriendo los ojos a aquello con lo que nos encandilaron: la pertenencia a una Unión Europea que prometía mayor riqueza, eliminación de fronteras, participación en el destino de un continente, ha resultado, vista la deriva derechista de los gobiernos europeos, en la imposición de unos objetivos que convienen fundamentalmente a quienes dirigen ese binomio Alemania-Francia y que, por lo tanto, nos da lo mismo que votemos para que el gobierno resultante de nuestras elecciones sea en su integridad perteneciente a la Liga Comunista Revolucionaria, porque a la postre, quienes aquí imponen la línea a seguir van a ser dirigentes de otros países en cuya elección no hemos participado. Nos guste o no, actualmente somos un simple protectorado cien por cien capitalista, en el que los ricos serán cada vez más ricos, los no-ricos cada vez más pobres y los pobres... bueno, de los pobres mejor ni hablar.
La pérdida de soberanía ha sido total, pues las directrices económicas –que en definitiva son las que importan– vienen de fuera y aquí no podemos decidir qué déficit público vamos a tener, si vamos a depreciar o revalorizar nuestra moneda según convenga a nuestros intereses, si damos prioridad a los productos agrícolas marroquíes a costa de los propios… Es fácil entender ahora por qué los británicos no consintieron que se les pusiera ni un dedo en su autonomía y solamente entraron en la UE para poder vender con facilidad sus productos en el continente.
Disponemos únicamente de una vida y para colmo sólo contamos con la experiencia política adquirida en esa vida, por eso cometemos tantos errores que otros se ocupan de hacer irreversibles, pero quede claro, si ahora tuviese lugar un referéndum para decidir nuestra integración en la Unión Europea puedo asegurar que mi voto iba a ser negativo –como lo fue en el de la OTAN– y mi entusiasmo europeísta, nulo. A otro perro con ese hueso; la idea era muy bonita, pero ahora les veo cómo me sustraen la bolsa y la vida y cómo nuestro futuro quedó hipotecado.