28 febrero 2012

Expertos en nada


Acabo de ver el telediario y una vez más –y van…– toca atender noticias económicas llenas de tecnicismos que, la verdad, no creo que entiendan ni puedan manejar con soltura y algo de conocimiento ni un cinco por ciento de la población. A ver, hace unos cinco años ¿cuántos españoles habían oído hablar de la prima de riesgo, del puñetero bono alemán, del déficit público, de recortes presupuestarios, etc. etc.? Pues yo diría que casi ninguno y los que oían tratar sobre esas cuestiones les prestaban la misma lejana atención que yo presto a las noticias sobre fútbol.

Ahora resulta que yo –que todos– soy responsable del dinero derrochado en túneles faraónicos (véase M-30 de Madrid), candidaturas olímpicas, AVEs a cualquier rincón del país, aeropuertos que no precisan aviones, Ciudades de la Ciencia (en un país que no presta atención a la ciencia y la investigación), fastos por la visita del Papa, en fin, de tanto disparate en los que no teníamos posibilidad de mostrar nuestro acuerdo u oposición. Estamos acostumbrados a que la acción de gobierno vaya por un lado y la preocupación del ciudadano por otra, así que hasta ahora nos desentendíamos y se acabó. O eso creíamos.

Decidieron desde hace un tiempo que somos copartícipes sólo en las catástrofes económicas y deciden informarnos día a día de lo que les parece bien hacernos saber, en el entendido de que eso nos hará asumir la parte de responsabilidad que supuestamente nos corresponde.

De otra parte y poco a poco, vamos abriendo los ojos a aquello con lo que nos encandilaron: la pertenencia a una Unión Europea que prometía mayor riqueza, eliminación de fronteras, participación en el destino de un continente, ha resultado, vista la deriva derechista de los gobiernos europeos, en la imposición de unos objetivos que convienen fundamentalmente a quienes dirigen ese binomio Alemania-Francia y que, por lo tanto, nos da lo mismo que votemos para que el gobierno resultante de nuestras elecciones sea en su integridad perteneciente a la Liga Comunista Revolucionaria, porque a la postre, quienes aquí imponen la línea a seguir van a ser dirigentes de otros países en cuya elección no hemos participado. Nos guste o no, actualmente somos un simple protectorado cien por cien capitalista, en el que los ricos serán cada vez más ricos, los no-ricos cada vez más pobres y los pobres... bueno, de los pobres mejor ni hablar.

La pérdida de soberanía ha sido total, pues las directrices económicas –que en definitiva son las que importan– vienen de fuera y aquí no podemos decidir qué déficit público vamos a tener, si vamos a depreciar o revalorizar nuestra moneda según convenga a nuestros intereses, si damos prioridad a los productos agrícolas marroquíes a costa de los propios… Es fácil entender ahora por qué los británicos no consintieron que se les pusiera ni un dedo en su autonomía y solamente entraron en la UE para poder vender con facilidad sus productos en el continente.

Disponemos únicamente de una vida y para colmo sólo contamos con la experiencia política adquirida en esa vida, por eso cometemos tantos errores que otros se ocupan de hacer irreversibles, pero quede claro, si ahora tuviese lugar un referéndum para decidir nuestra integración en la Unión Europea puedo asegurar que mi voto iba a ser negativo –como lo fue en el de la OTAN– y mi entusiasmo europeísta, nulo. A otro perro con ese hueso; la idea era muy bonita, pero ahora les veo cómo me sustraen la bolsa y la vida y cómo nuestro futuro quedó hipotecado.

24 febrero 2012

La violencia como espectáculo


He hablado con amigos sobre el mismo asunto que aquí voy a exponer y no siempre ha habido acuerdo, por lo que no está de más recordar que estas entradas sólo exponen mi propio punto de vista y que de ninguna manera pretendo pontificar sobre ningún tema, creo que es eso lo que expresa claramente el título del blog.

Cuando hace muchos años vi la película “La naranja mecánica”, me pareció excelente y muy apropiada en lo que yo consideré una crítica a la violencia gratuita a la que nuestra sociedad parecía encaminarse. A casi todos gustaba el filme y a casi todos desagradaba la violencia que criticaba. Por cierto que me parece recordar que la cinta tuvo problemas con la censura, aunque eso no diga mucho, pues en aquel entonces casi todo se encontraba con esas dificultades.

Algún tiempo después se hicieron populares directores como Sam Peckinpah y Tarantino, entre otros, que utilizaban la violencia como protagonista en sus películas, cambiando lo que hasta entonces había sido una cierta contención por un evidente alarde. Ya el que recibía un disparo no se limitaba a doblarse y caer, ahora ganábamos el vistoso detalle del chorro de sangre que saltaba desde la herida.

Hace unos días he visto la película Drive y sin querer entrar ni de lejos en la crítica cinematográfica, que tampoco es lo mío, diré que me pareció una cinta de calidad por encima de la media, pero sentí una fuerte repugnancia por las escenas de violencia que allí se contemplan, porque además se trata de una violencia aplicada en ocasiones por individuos que no son violentos habituales y que, a pesar de ello, actúan con la misma indiferencia y frialdad con que podrían beberse un vaso de agua.

Podemos contemplar en esa cinta cómo con toda naturalidad se pisotea el cráneo de una persona caída en el suelo de un ascensor hasta dejar sólo una masa de huesos sanguinolenta, cómo se clava un tenedor hasta el fondo en el ojo de otro sin más apuro o se abre en canal con una navaja de afeitar el brazo de alguien a quien se le está dando la mano –la otra, claro– en ese momento, causándole la muerte. Todo eso sin pestañear y, casi diría, sin ánimo de molestar.  

No sé si hay una causa y un efecto, más bien pienso que es un problema de realimentación mutua. Quienes ven esas películas terminan percibiendo como natural tanta violencia, dejando de resultarles estremecedora y al tiempo el cine pasa a reflejar, aumentándolo, lo que la sociedad ya consiente. No sé qué recomendaría, pero como soy enemigo de la censura, me parecería adecuado un cierto autocontrol o, de lo contrario, en ese afán del más bestial todavía podemos llegar a extremos que ahora no imaginamos, pero que ciertamente no ayudarán a la convivencia, porque la violencia presenciada siempre deja poso.

Lo cierto es que en apenas medio siglo hemos alcanzado un punto impensable en una sociedad que debería ser civilizada y haber desterrado la crueldad y violencia extrema como elemento con el que se convive y causa placer contemplar. Hemos pasado de Gary Cooper o Alan Ladd disparando contra los “malvados” que más que morir parecían dormirse, a un surtido de barbaridades con abundante sangre y vísceras que, para más señas, causa regocijo en los espectadores e incluso es un factor para atraer público. Mala cosa.

12 febrero 2012

Ebooks y otras hierbas

Hace más de un año, alguien –no recuerdo quién ni con qué motivo– me habló de esos nuevos trastos para la lectura de libros electrónicos; busqué información en Internet y me compré uno con actitud de sospecha (detesto los iPhone y demás), pero enseguida me conquistó y me hizo un adicto suyo.

El primer conflicto con el que tropecé fue el nombre que debería darle, pues soy muy puntilloso con la gramática y más todavía cuando planea sobre ella la colonización cultural –incultural casi siempre–. En rigor y puesto que es un invento que, como casi todo lo nuevo, nos viene de EE.UU. –aunque su fabricación sea inevitablemente china–, parece que lo que corresponde es llamar como ellos eReader al aparatito que nos permite la lectura de libros almacenados digitalmente en su interior, que son los que con propiedad deben llamarse eBooks

He buscado y pensado sobre alternativas al nombre que debería dársele en español y aunque he encontrado algunas ideas aceptables, lo cierto es que nuestra lengua es demasiado descriptiva y va a costar convencer a los hablantes que se refieran a ellos como “lectores electrónicos” y “libros electrónicos”. Encontré incluso algún hispanoparlante residente en California que contaba que se tomó mucho trabajo para intentar convencer a la gente de que llamara “correle” –así, como si tuviera acento argentino– a los emails, que no había obtenido ningún éxito y ya desesperó. A eso lo llamo ser un quijote, y me disuade de batallar en una lucha perdida…

El caso es que lo llamemos como lo llamemos me parece un invento fantástico a pesar de que yo también soy de esos que gustan de acariciar el libro que están leyendo, de poseerlo, de verlo en la estantería… pero lamentablemente casi desaparecieron las buenas encuadernaciones, el espacio en las casas es siempre limitado, no siempre está uno de humor para ir a la librería –hay cada vez menos– o a la biblioteca pública (a mí me edificaron una iglesia en el terreno adjudicado para esa biblioteca, pero esa es otra) y me entregué de lleno a la lectura en soporte electrónico -que alterno con libros de papel– y eso ha hecho que se duplique mi tiempo y oportunidad de lectura.

Empecé abasteciéndome de los llamados “libros piratas”, eso que ofrecen desde páginas web, porque no había en el mercado lo que quería y apenas compro libros electrónicos porque me rebelo contra el precio abusivo y sobre todo contra el DRM. Para quien no sepa lo que es esto último, le contaré que se trata de un recurso incorporado a casi todos los libros electrónicos que usted compra y que impiden que pueda dejárselo a un amigo o, simplemente, pasarlo a un nuevo dispositivo que usted mismo se haya comprado. Y hasta aquí hemos llegado: considero incuestionable que si yo pago por “algo”, ese “algo” pasa a ser de mi absoluta propiedad para que yo haga lo que me dé la gana con ello, salvo claro está dedicarme a su reproducción para obtener lucro ilícito con su venta.

Lamentablemente las almas del cielo que se dedican a escanear libros para ofrecerlos gratuitamente suelen ser indiferentes a las faltas del OCR (procedimiento de reconocimiento óptico de caracteres preciso para todo eso), a las faltas de ortografía y a las tan –por desgracia– abundantes faltas gramaticales o tipográficas en general. Por eso, cada libro que leo suele pasar por un proceso previo de “arreglo” y otro posterior a mi lectura, que alguna vez me ha llevado hasta diez horas (ya sé que soy un maniático en algunas cosas). De ahí que se me ocurriera la posibilidad de colocar el enlace a alguno de estos libros en el blog para que algún interesado aproveche mi esfuerzo.

Estarán normalmente en formato “mobi”, que es el básico del lector que poseo, pero que resulta muy fácil de convertir a otros, una vez arrebatados de ese maldito formato “pdf” –maldito cuando de libros se trata– y que es el responsable de tanto esfuerzo como debo tomarme, pues editarlo no es tarea fácil.

Se decía en La Codorniz –quien no sepa qué revista era ésta que pase estas palabras por alto–  que “donde no hay publicidad, resplandece la verdad”. Como esto no es publicidad sino información, diré que el mejor trasto disponible cuando escribo esto es el Kindle de Amazon: la mejor relación calidad-precio, la mejor calidad y el mejor precio. Eso sí, si se puede debe comprarse el modelo con teclado que sólo se vende por correo desde EE.UU., sin menospreciar el modelo sin teclado que se vende en España, algo más barato y servido más rápidamente. ¡Y a disfrutar con la lectura!

Si alguien quiere ampliación de esta información, que me lo haga saber y estaré encantado de suministrársela... si la tengo.