23 mayo 2012

Manía de viejo

Si usted se disfraza de payaso, se pinta la cara como un sioux con los colores de su equipo y vocifera como un poseído mientras contempla una pelea por una pelota entre un grupo de hombres que aprovecha la menor oportunidad para besarse y sobarse, nadie va a ponerle un mal gesto ni lo considerará un desequilibrado; si por el contrario, expone una idea minoritaria como yo voy a hacer a continuación, será tachado de maniático. Si además quien lo formula es una persona mayor –mi caso– se redondea la definición con esa descalificación tan socorrida de «manía de viejo». Pueden imaginar que me trae sin cuidado.

No podría datarlo con seguridad, pero me parece que fue a comienzos de los 80 cuando comenzó a implantarse en España, lógicamente de manera titubeante al principio, esa costumbre del tuteo universal que, consecuentemente, lleva aparejado el extrañamiento de la palabra usted. Hacía mucho tiempo que el personal sanitario (médicos, enfermeras y otros) había decidido tutear a los pacientes, quizás por aquello de que al estar nuestra vida en sus manos se creaba un vínculo de confianza –¿o era abuso de confianza?– que favorecía ese trato y la verdad es que esa costumbre no era tan llamativa porque no desbordaba entonces el ámbito médico-hospitalario. Fue después cuando en ciertas boutiques del barrio Salamanca –hablo de Madrid– comenzaron a tutear a los clientes, interpreto que en parte por dejar claro la igualdad entre las distinguidas señoritas que atendían y los clientes, pero en poco tiempo ese tuteo alcanzó a todos los rincones del país y hoy es normal que cualquier empleado de banca o en un taller de reparación de coches nos aborden con ese tuteo inevitable, aunque la diferencia de edad entre los hablantes sea superior a los 40 años y uno se dirija a ellos correctamente. Hoy sólo llama de usted El Corte Inglés en su correspondencia y quizás algunos bancos en el momento de la apertura de una cuenta.

Recuerdo que dos de los instantes más emocionantes y anhelados de mi juventud fue el momento en que en mi casa decidieron que me vistiera con pantalón largo (entonces los adolescentes llevaban pantalón corto hasta que los padres convenían en que los pelos de las pantorrillas eran poco estéticos e impropia su exhibición). El otro fue cuando al ir a tomar el ascensor de mi casa, un vecino, en vez de llamarme como siempre de –tenía yo entonces unos 16 años– me dijo eso de «¿a qué piso va usted?». Casi me desmayo de placer…¡había pasado a ser un humano adulto!

Ahora ya no hay esas oportunidades, porque el pantalón largo se usa desde la más tierna infancia y la posibilidad del trato cortés está descartada. O quizás sea que actualmente casi nadie pasa a la edad adulta y se padece un infantilismo perpetuo, algo más que probable.

He leído un par de ensayos sobre este advenimiento del tuteo como epidemia pegajosa, concretamente uno que lo achaca al espíritu que reinaba tras la muerte del dictador y la implantación de la democracia, que fue entendida por muchos como un «nadie es más que yo» y «todos somos iguales», olvidando en esta segunda la coletilla de «…ante la ley» (por cierto que ya sabemos que se trata de un enunciado totalmente falso), porque no hay medicina ni milagro que pueda igualarnos a todos. Por suerte.

El segundo estudio que pude leer versa en su totalidad sobre aquel programa Tengo una pregunta para usted en los que el protagonista fue por dos veces el ex-presidente Zapatero y una el entonces opositor Rajoy. Según cuenta, los términos en que el entrevistado se dirigía al público estaban milimétricamente estudiados para dar sensación de solidaridad y cercanía –actualmente en España eso significa tuteo– y solamente cuando el que hacía la pregunta adoptaba un tono agresivo, pasaba el entrevistado de manera firme al trato de usted. Y es que para no resultar impopular, los políticos tienen que pasar por el aro del tuteo además de ese otro absurdo de la distinción por sexos (ciudadanos y ciudadanas...).

Muchos recordarán a «los payasos de la tele», que comenzaban su programa con la pregunta «¿Cómo están ustedes?»; ¡trataban de usted a los niños que componían su público! Hace bastantes años, había en televisión española un programa divulgativo de las bellezas paisajísticas y monumentales patrias que se llamaba «Conozca usted España». Casualmente hay ahora un concurso de nombre parecido que en atención a los tiempos que corren se titula «¿Conoces España?». Curiosamente, leo que este último está copiado de uno similar francés llamado «Connaisez-vous bien la France?» cuyo título, como se puede observar, no tutea al espectador e incluye lo de bien porque el conocimiento superficial no es lo que parecen buscar, la superficialidad resulta muy hispana. Y es que en Francia, el país al que se le ocurrió eso de la Liberté, égalité, fraternité, ni se les pasa por la cabeza lo del tuteo indiscriminado, costumbre que se reserva para países más bien rudos y descorteses como el nuestro, en el que la falta de modales es casi un mérito del que ufanarse.

No lo lamento, soy partidario de lo de siempre en cuanto a las formas de trato, de lo que nuestra gramática y las más básicas normas de cortesía disponen, en España y en toda Europa (atrévase a tutear a un checo o un austriaco, si es que conoce el idioma). Si nos dirigimos a un desconocido, hay que usar usted hasta que el trato prolongado o la invitación del otro nos haga pasar al tuteo. Por descontado, en un bar llamo de usted al camarero y deseo –y no suelo conseguir– la recíproca. Habría que empezar en el colegio; no entiendo cómo se admite que un alumno tutee al profesor y lo llame por su nombre de pila, porque ése es el primer paso para la falta de respeto que ahora impera en las aulas. Debería hacerse como hace no tantos años, cuando el profesor trataba de usted a los alumnos y por supuesto cada alumno al profesor, así se sentarían las bases del respeto a los demás. En contra de lo que las empresas de marketing se empeñan en establecer, el tuteo no marca un acercamiento, sino que elimina el respeto que nos debemos unos a otros. A veces, cuando esos comerciales llaman a casa para tratar de vendernos un ADSL u otro producto, les digo: «¿perdone, nos conocemos de algo usted y yo?, lo digo porque como me tutea…». Pueden imaginar que no les gusta y para sus adentros deben calificarme de fascista o maníaco. Como poco. 

Claro que todo esto sucede en un país donde la dinastía reinante considera una gracia tutear a quien se le ponga por delante, no permitiendo por supuesto el mismo trato recíproco. Ya se sabe que los borbones españoles han sido siempre muy del pueblo…

No hay comentarios: