23 septiembre 2012

Nuestros políticos, nuestros ciudadanos



No es una moda, porque en realidad es una costumbre implantada entre los españoles desde tiempo inmemorial –aquello de ¡qué buen vasallo si hubiese buen señor! – salvando quizás momentos históricos excepcionales. Se trata de la descalificación de los políticos por el simple hecho de serlo; no se arremete contra tal o cual de ellos por su actuación, sino que la conducta de uno u otro produce el desprecio hacia la clase política en su totalidad y es una de esas valoraciones que si en un principio no era verdadera al cien por cien, su reiteración termina haciéndola cierta, porque verdaderamente hay que ser muy tonto –o heroico– para dedicarse a una actividad que supone entrar automáticamente en el estamento de los más despreciables y despreciados del país. Naturalmente, quienes más valen, suelen huir de la política como del fuego, porque no resulta muy atractivo entrar en un círculo al que acompaña el desprestigio y que en sí no supone enriquecimiento, salvo que uno posea escasos reparos a la corrupción y la prevaricación y tenga muy claro cómo enriquecerse, como Eduardo Zaplana. Hay excepciones, pero muy pocas, y éste es el método de selección natural que termina imponiéndose. 

Nadie se para a pensar que si los políticos son como son, es porque los ciudadanos somos como somos o, dicho de otra forma, la escasa afición de los españoles por los conceptos abstractos (honradez, justicia, rectitud) hace que cuando un político comete un delito no sea señalado de inmediato con reprobación por cada ciudadano, salvo que ese político milite en el bando contrario. De ahí la inmunidad de tantos presidentes de comunidad, de alcaldes, de cargos de relevancia. Lo malo no es que se corrompan, cualquier ser humano puede ser tentado, es cuestión de precio; lo terrible es que las leyes no actúen de inmediato contra los corruptos, y que la sociedad al completo no les señale sean del partido que sean, ni se les aplique un castigo ejemplar.

Observemos el actual gobierno del PP. El presidente, Mariano Rajoy, ese personaje de ojillos extraviados y pronunciación alienígena, pasará a la historia por ser el mayor mentiroso de cuantos en la historia de España han llegado a ocupar ese cargo, lo que resulta doblemente desvergonzado, pues ahora contamos con las videotecas que dejan testimonio imborrable de esa trayectoria de farsante. Leer el programa con el que se presentó a las elecciones y lo realizado en estos nueve meses de gobierno puede dañar la salud, mucho más que el tabaco. Para colmo, hace más de 30 años que es titular del Registro de la Propiedad de Santa Pola (Alicante), cargo supuestamente incompatible con su actividad política y que se calcula le ha proporcionado hasta la fecha unas ganancias superiores a los 20 millones de euros. Llamativo es aquello de las rayas rojas en sanidad y educación que nunca se traspasarían y que por el contrario ha mostrado especial entusiasmo en pisotear y ultratraspasar. Era aquel hombre que decía tener la solución a la crisis y lo increíble es que hubo muchos que le creyeron. Resulta que lo único que debe tener es el número de móvil de Angela Merkel.

Qué decir de sus ministros. La vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, posee un currículum del que cabe destacar su afición a los puestos en la administración pública, algo muy común en políticos del PP, su empeño en buscar un buen trabajo a su marido –nada menos que en Telefónica, ese nidito de amor de los amigos del partido– y el posado para una cuantas fotos publicadas por El Mundo, vistiendo una especie de camisón, en lo que se supone que era una manifestación de sensualidad. Desempeña su trabajo con un fanatismo en el que no hay asomo de equilibrio y se ríe bobamente cuando le recuerdan las barbaridades que decía en sus tiempos de la oposición.

Tenemos a José Ignacio Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte. No tengo noticias sobre su actividad y conocimientos deportivos, pero su desconocimiento acerca de la Educación –en todas sus facetas– es llamativo y notorio, no posee modales y parece empeñado en acabar con colegios, universidades y manifestaciones culturales del tipo que sean. Su mayor éxito ha sido colocar a su esposa como tertuliana en TVE (antes lo era en Intereconomía), aprovechando la cantidad de despedidos por no ser afines. En cuanto a la Cultura, su propio papel como tertuliano en la televisión ya dejó al descubierto las grandísimas carencias de este personaje.

La lenguaraz ministra de Trabajo, Fátima Báñez, aparte de mostrar una ignorancia llamativa en todas sus intervenciones públicas y que lo más cerca que ha estado en toda su vida de trabajar ha sido como consejera de la radiotelevisión andaluza, ha llegado al extremo de encomendar a la vírgen del Rocío la salida de la crisis en la que estamos inmersos. No parece que los resultados animen a ir a la romería en agradecimiento…

Tenemos la suerte de contar con Ana Mato como ministra de Sanidad, cuyo apellido –un presente de indicativoya adelanta su intención hacia los españoles y el propósito de despojarnos a todos de la sanidad pública que tanto costó montar. Su ignorancia y frescura se hacen notorios en sus ruedas de prensa y ya antes de ocupar el cargo alcanzó cierta fama al afirmar, cuando su marido de entonces estaba envuelto en la trama Gürtel, que nunca se había dado cuenta de que en “su” garaje había un automóvil marca Jaguar, regalo precisamente de los cabecillas de esta trama. Javier Marías la califica de “pava”, pero yo preferiría no ofender a los animales domésticos y si hay que limitarse al reino animal llamarla como se merece, ese otro espécimen no doméstico que es el terror de las gallinas.

Podemos estar orgullosos de nuestro ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, director que fue para España de Lehman Brothers, ese banco con buena parte de la responsabilidad de la crisis mundial; un incompetente que en 2008 afirmaba que lo sucedido en EE.UU. no repercutiría en la economía española. Todo un profeta, a pesar de que estaba en un observatorio inmejorable. Bien es cierto que su aspecto de tosco rufián no impulsa a esperar grandes cosas de él.
En fin, la falta de espacio me impide extenderme sobre los méritos de Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia (?), ese beato integrista y trepa descarado; de Miguel Arias Cañete, ministro de Agricultura, cargo muy adecuado puesto que pertenece a una familia de terratenientes andaluces; José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo (un "vaina" según Javier Marías) al que no se le ocurre nada mejor para inducir a los españoles a practicar sólamente turismo nacional que decir que "en el extranjero hay mosquitos", etc., pero no quiero omitir un pequeño detalle sobre Dolores Cospedal, que aunque no ocupa cargo en el gobierno de la nación está presente permanentemente en los medios por ser la segunda cabeza visible del PP, presidente de Castilla-La Mancha y una de las mayores defensoras de los recortes, la austeridad y la desaparición del estado de mini-bienestar que disfrutábamos. En sus consejos de gobierno, y reuniones de cualquier tipo (poseo más fotos que la de arriba), se consume agua mineral Numen, un producto de lujo con un precio de 4,53€ la botella de litro, algo sin importancia para quien posee una mansión valorada en 2,3 millones de euros en Marbella. Un agua (www.aguanumen.com) que se promociona con párrafos como “se ha creado para satisfacer a las personas que valoran los pequeños placeres de la vida y disfrutan con la combinación del lujo y la salud” y que en su presentación en sociedad en diciembre pasado, obsequió a los numerosos vips invitados con viajes en globo entre otras cosas, supongo que por proporcionar la única experiencia vital que a algunos podía faltarle.

19 septiembre 2012

España son los otros


A punto de bailar la sardana
El que más y el que menos anda estos días comentando o discutiendo con amigos y conocidos acerca de  lo acontecido alrededor de la Diada y la manifestación multitudinaria de quienes aparentemente se pronuncian por la independencia de Cataluña. Digo aparentemente, porque si llegase la hora de la verdad y un referéndum sobre la cuestión, es seguro que muchos darían marcha atrás y se alejarían, silbando al descuido, de quienes insistieran en todo eso del independentismo.

Que me perdonen quienes a estas alturas se queman las neuronas y sus esfuerzos apostando por la secesión de cualquier rincón, sea de España o de otros países europeos, me parecen tan desfasados como quienes pierden su tiempo discutiendo sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, es decir, asuntos más que superados y que no van a aportar más conocimiento ni bienestar a los discutidores. Precisamente he tenido la oportunidad de leer estos días en diarios catalanes a quien se declaraba originario del Valle de Arán y pedía su independencia –la del valle“de quien fuera”. Por los mismos medios he sabido de los tarraconenses que se quejan del “centralismo” barcelonés por haber pensando en Barcelona World como nombre para ese futuro megaparque de ocio –para mí una quimera– despreciando así el hecho de que su ubicación será la provincia de Tarragona, ¿agravios como éste darían lugar a que Tarragona pidiera su independencia de Cataluña? Está claro, todos nos podemos quejar con razón por algo, pero la conclusión no es siempre la oportuna.

Que ciertos catalanes anden todavía quejándose de lo que sucedió en 1714 da una imagen no muy satisfactoria del intelecto de esos catalanes, a los que en su totalidad admiro en lo que es justo admirar, y me recuerdan a esos nacionales de países americanos empeñados en que España o Portugal pidan perdón por los atropellos cometidos allí hace siglos, ¿pero cómo se puede estar tan pasado de rosca y tan lejos de la realidad de hoy?, ¿le montamos una reclamación a Italia por lo de Numancia?

Tampoco hay base real para esa paranoia de que el resto de España detesta a Cataluña. Otra cosa es que ocasionalmente y por tópico se haga burla de sus habitantes por aquello de “la pela”, al igual que de los gallegos –por llorones–, de los vascos –por zoquetes–, de los andaluces –por vagos y graciosillos–, de los murcianos….Lo que sí molesta de algunos catalanes es ese empeño en considerarse diferentes, porque está claro que si uno se empeña en resaltar las diferencias con otros es siempre porque se considera superior...

Es bueno recordar, porque no es ningún secreto, que el dinero de toda España se invirtió fundamentalmente en aquellos polos que se consideraban idóneos para impulsar el avance del país entero, es decir, Barcelona y Bilbao, por este orden, algo que se vio reforzado incluso durante el franquismo. En el caso catalán me ronda por la cabeza un periodo del siglo XIX en el que se le concedió a Barcelona el monopolio del comercio textil con Cuba y otras colonias de la zona, lo que supuso un espaldarazo a su industria y la ruina de otros puntos del país donde se pretendía cimentar una industria similar como, por ejemplo, Béjar (Salamanca). Da igual, pues la cuestión es que si aquella provincia progresó industrialmente no fue porque vendiera su producción a EE.UU., Alemania o China, sino porque el resto del país éramos sus clientes casi obligados. ¿Cómo facturamos ahora todo ese favorecimiento que tan bien les vino a la hora de crear una industria próspera?, ¿a que entonces no decían eso de "Catalonia is not Spain"?

No descubro la pólvora si afirmo que un país para progresar y ser respetado debe tener unas dimensiones mínimas –salvo paraisos fiscalestanto territoriales como poblacionales, que apenas superamos en la actualidad, menos aún si se descontase Cataluña a la que seguiría sin duda el País Vasco. ¿Han visto qué poco problema supuso el rescate de Grecia o Portugal y qué diferencia con la manera como se aborda el de España?, ¿creen que una desmembración a la yugoslava aportaría mejora a cualquiera de las partes resultantes?

Estoy convencido, porque así he creído verlo en mis visitas a Cataluña, que no es el independentismo el oscuro objeto de deseo de los catalanes, sino la rabia por la situación en que nos encontramos y la facilidad con que esa rabia encuentra desahogo culpando a “otros” de los males propios. Yo mismo, que vivo en Madrid, pero que soy de otra región, estoy tan afectado por la situación político-económica actual que desearía pedir la independencia de quien fuera, pero, ¿de quién?, ¿a quién designo como pararrayos de mi cabreo?, ¿acaso no somos todos responsables por haber llegado o dejar que llegáramos a esta situación?, ¿a quienes beneficiaría una posible independencia, sino a los políticos que empujan hacia ella por su propio provecho?

Pienso en los lazos humanos, comerciales y de todo tipo que unen mucho más de lo que parece unas partes con otras y que son los que dan cohesión a cualquier país actual como un todo. Checoslovaquia tenía cuando se dividió en dos una historia común de sólo 74 años y cuando no hace mucho estuve en la República Checa, sus habitantes aún seguían perplejos porque la separación se hizo de espaldas a ellos, fue una decisión exclusiva de los políticos. 

Dejemos pues que algunos pueblecitos de por aquí jueguen a declararse “repúblicas independientes de Ikea”, si eso les entretiene y alivia las penalidades por las que estamos pasando y vamos a concentrarnos en salir adelante, eligiendo también a los políticos más adecuados para ello, pero recordando al tiempo que la solidaridad consiste en descubrir que el bien ajeno también supone a medio y largo plazo el propio bien. 

Y no olvidemos la posibilidad de que España pase a ser de una vez por todas un estado federal, dando así satisfacción a las ansias de algunos y justificación a la existencia del Senado, hoy de brazos cruzados. Acabemos así de una vez con la monserga de quienes piensan que una mayor autonomía es el bálsamo de Fierabrás.

*En la foto unos pintorescos manifestantes que no se sabe muy bien si hicieron la mili con el timbaler del Bruc o con Gunga Din.

14 septiembre 2012

¡Váyase en agosto!


Hay quien me asegura que el fenómeno que me preocupa se está atemperando en los últimos años, aunque yo desde luego no percibo esa variación y, en cualquier caso, más lo atribuiría a la actual situación económica que a otras causas, de manera que, si acaso, esa supuesta mejoría durará lo que dure esta ya larguísima crisis. Estoy hablando de esa peculiar costumbre española de paralizar el país durante todo el mes de agosto con motivo de las vacaciones generalizadas.

No sé cuándo se inició esta desbandada veraniega aunque al menos debe ser desde los años 60 del siglo pasado y seguramente se extendió con la popularización de las vacaciones fuera del domicilio habitual, que antiguamente sólo disfrutaban los bien situados económicamente. En los últimos años, se extendió incluso la costumbre de pedir un crédito para poder irse de vacaciones, porque suele suceder que todo el mundo se cree con derecho a todo, mientras que ni se les pasa por la cabeza que existen obligaciones y limitaciones.

A ver si sé explicarme: no es que me moleste que cualquiera disfrute de un descanso anual probablemente bien ganado, marchando a la playa o a otros lugares, lo que me parece disparatado es que ese éxodo se produzca de manera general en el mes de agosto, de forma que todo se paraliza –cierra hasta alguna fábrica de automóviles– y, lo que es peor, esa paralización se inicia ya en julio y se prolonga durante el comienzo de septiembre, hasta que quienes vuelven de su vacaciones se van aclimatando a la vuelta al trabajo. En total, casi dos meses de bajo rendimiento y de ellos un mes de paralización casi total. Parece que todo el mundo quiere hacer lo mismo al mismo tiempo y de ahí los terribles embotellamientos en las autopistas y la densidad de bañistas en las playas, que no permite a veces ni extender la toalla donde tenderse. Si a esto se le suma la gran cantidad de “puentes” que salpican todo el año, díganme cómo va a salir este país de la crisis y cómo va a ser competitivo frente a unos chinos –por ejemplo– que no abandonan sus establecimientos o su trabajo ni para ducharse.

Hay extranjeros que se sorprenden de que cantidad de establecimientos comerciales, fábricas y talleres, se permitan el lujo de cerrar totalmente paralizando sus ventas o su actividad, porque resulta inconcebible que alguien renuncie voluntariamente durante un mes a su actividad productiva o comercial. Tengo la experiencia personal de un grave accidente sufrido hace unos 25 años en el mes de agosto y, como no había ambulancia disponible, tuve que ser trasladado al hospital  –en donde se me ingresó directamente en la UCI– en la parte trasera de un Land Rover (sin asientos) de la policía municipal, dando tumbos dentro del propio coche y de un lado para otro de la ciudad, pues su conductor no conocía Madrid ni la ubicación del centro hospitalario, por increíble que parezca.

¿Tan difícil sería escalonar las vacaciones para que el parón del mes de agosto no fuera tan rotundo? Entiendo que nadie quiera ir a la playa en enero –porque se piensa que unas vacaciones no son tales si no hay playa–, pero nuestro clima permite disfrutar de tres o cuatro meses con una climatología favorable y, en todo caso, tampoco parece disparatado admitir que no todos podemos ir a la playa con buen tiempo casi asegurado todos los años.

Para compensar, el que se queda durante ese mes en su casa –yo vivo en Madrid– debe sufrir todos los inconvenientes de esa huída de los conciudadanos: si quiere comprar el periódico, tendrá que caminar mucho más de lo normal para encontrar un quiosco abierto y encontrará que su columnista favorito también deja de escribir en agosto, si precisa ir al médico no conseguirá cita o le recibirá un suplente porque el titular está de vacaciones, si pretende echar mano de su abogado o notario no se haga ilusiones, si tiene que realizar una gestión con la administración o en una gran empresa mejor que será que abandone, pues no habrá quién le atienda y si hay le mirará con odio por interrumpir su estado de relax. El mercado de la zona donde vivo tiene un buen número de sus puestos cerrados y los que quedan miran a sus clientes como si de zombis se trataran. Ferreterías, bares, ultramarinos, el “cerrado por vacaciones” se extiende como una plaga.

Lo peor es que quien no se marcha en agosto es mirado como si de un apestado se tratara –ellos mismos se sienten casi avergonzados– y los ayuntamientos de las grandes ciudades colaboran en este maltrato hacia los rebeldes, reservando para ese mes todas las obras que precisen del uso de los benditos martillos neumáticos. Sumemos a esto el escándalo que se monta en las fiestas populares (aquí lo popular es siempre a base de mucho ruido) y tendremos una imagen pálida de lo que es el mes de agosto en España.