14 septiembre 2012

¡Váyase en agosto!


Hay quien me asegura que el fenómeno que me preocupa se está atemperando en los últimos años, aunque yo desde luego no percibo esa variación y, en cualquier caso, más lo atribuiría a la actual situación económica que a otras causas, de manera que, si acaso, esa supuesta mejoría durará lo que dure esta ya larguísima crisis. Estoy hablando de esa peculiar costumbre española de paralizar el país durante todo el mes de agosto con motivo de las vacaciones generalizadas.

No sé cuándo se inició esta desbandada veraniega aunque al menos debe ser desde los años 60 del siglo pasado y seguramente se extendió con la popularización de las vacaciones fuera del domicilio habitual, que antiguamente sólo disfrutaban los bien situados económicamente. En los últimos años, se extendió incluso la costumbre de pedir un crédito para poder irse de vacaciones, porque suele suceder que todo el mundo se cree con derecho a todo, mientras que ni se les pasa por la cabeza que existen obligaciones y limitaciones.

A ver si sé explicarme: no es que me moleste que cualquiera disfrute de un descanso anual probablemente bien ganado, marchando a la playa o a otros lugares, lo que me parece disparatado es que ese éxodo se produzca de manera general en el mes de agosto, de forma que todo se paraliza –cierra hasta alguna fábrica de automóviles– y, lo que es peor, esa paralización se inicia ya en julio y se prolonga durante el comienzo de septiembre, hasta que quienes vuelven de su vacaciones se van aclimatando a la vuelta al trabajo. En total, casi dos meses de bajo rendimiento y de ellos un mes de paralización casi total. Parece que todo el mundo quiere hacer lo mismo al mismo tiempo y de ahí los terribles embotellamientos en las autopistas y la densidad de bañistas en las playas, que no permite a veces ni extender la toalla donde tenderse. Si a esto se le suma la gran cantidad de “puentes” que salpican todo el año, díganme cómo va a salir este país de la crisis y cómo va a ser competitivo frente a unos chinos –por ejemplo– que no abandonan sus establecimientos o su trabajo ni para ducharse.

Hay extranjeros que se sorprenden de que cantidad de establecimientos comerciales, fábricas y talleres, se permitan el lujo de cerrar totalmente paralizando sus ventas o su actividad, porque resulta inconcebible que alguien renuncie voluntariamente durante un mes a su actividad productiva o comercial. Tengo la experiencia personal de un grave accidente sufrido hace unos 25 años en el mes de agosto y, como no había ambulancia disponible, tuve que ser trasladado al hospital  –en donde se me ingresó directamente en la UCI– en la parte trasera de un Land Rover (sin asientos) de la policía municipal, dando tumbos dentro del propio coche y de un lado para otro de la ciudad, pues su conductor no conocía Madrid ni la ubicación del centro hospitalario, por increíble que parezca.

¿Tan difícil sería escalonar las vacaciones para que el parón del mes de agosto no fuera tan rotundo? Entiendo que nadie quiera ir a la playa en enero –porque se piensa que unas vacaciones no son tales si no hay playa–, pero nuestro clima permite disfrutar de tres o cuatro meses con una climatología favorable y, en todo caso, tampoco parece disparatado admitir que no todos podemos ir a la playa con buen tiempo casi asegurado todos los años.

Para compensar, el que se queda durante ese mes en su casa –yo vivo en Madrid– debe sufrir todos los inconvenientes de esa huída de los conciudadanos: si quiere comprar el periódico, tendrá que caminar mucho más de lo normal para encontrar un quiosco abierto y encontrará que su columnista favorito también deja de escribir en agosto, si precisa ir al médico no conseguirá cita o le recibirá un suplente porque el titular está de vacaciones, si pretende echar mano de su abogado o notario no se haga ilusiones, si tiene que realizar una gestión con la administración o en una gran empresa mejor que será que abandone, pues no habrá quién le atienda y si hay le mirará con odio por interrumpir su estado de relax. El mercado de la zona donde vivo tiene un buen número de sus puestos cerrados y los que quedan miran a sus clientes como si de zombis se trataran. Ferreterías, bares, ultramarinos, el “cerrado por vacaciones” se extiende como una plaga.

Lo peor es que quien no se marcha en agosto es mirado como si de un apestado se tratara –ellos mismos se sienten casi avergonzados– y los ayuntamientos de las grandes ciudades colaboran en este maltrato hacia los rebeldes, reservando para ese mes todas las obras que precisen del uso de los benditos martillos neumáticos. Sumemos a esto el escándalo que se monta en las fiestas populares (aquí lo popular es siempre a base de mucho ruido) y tendremos una imagen pálida de lo que es el mes de agosto en España.

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