Hay quien me asegura que
el fenómeno que me preocupa se está atemperando en los últimos años, aunque yo
desde luego no percibo esa variación y, en cualquier caso, más lo atribuiría a
la actual situación económica que a otras causas, de manera que, si acaso, esa
supuesta mejoría durará lo que dure esta ya larguísima crisis. Estoy hablando
de esa peculiar costumbre española de paralizar el país durante todo el mes de
agosto con motivo de las vacaciones generalizadas.
No sé cuándo se inició esta
desbandada veraniega aunque al menos debe ser desde los años 60 del siglo
pasado y seguramente se extendió con la popularización de las vacaciones fuera
del domicilio habitual, que antiguamente sólo disfrutaban los bien situados
económicamente. En los últimos años, se extendió incluso la costumbre de pedir un crédito para poder
irse de vacaciones, porque suele suceder que todo el mundo se cree con derecho a todo, mientras que ni se les pasa por la cabeza que existen obligaciones y limitaciones.
A ver si sé explicarme: no es que
me moleste que cualquiera disfrute de un descanso anual probablemente bien
ganado, marchando a la playa o a otros lugares, lo que me parece disparatado es
que ese éxodo se produzca de manera general en el mes de agosto, de forma que
todo se paraliza –cierra hasta alguna fábrica de automóviles– y, lo que es
peor, esa paralización se inicia ya en julio y se prolonga durante el comienzo
de septiembre, hasta que quienes vuelven de su vacaciones se van aclimatando a
la vuelta al trabajo. En total, casi dos meses de bajo rendimiento y de ellos
un mes de paralización casi total. Parece que todo el mundo quiere hacer lo mismo
al mismo tiempo y de ahí los terribles embotellamientos en las autopistas y la
densidad de bañistas en las playas, que no permite a veces ni extender la
toalla donde tenderse. Si a esto se le suma la gran cantidad de “puentes” que
salpican todo el año, díganme cómo va a salir este país de la crisis y cómo va
a ser competitivo frente a unos chinos –por ejemplo– que no abandonan sus
establecimientos o su trabajo ni para ducharse.
Hay extranjeros que se sorprenden
de que cantidad de establecimientos comerciales, fábricas y talleres, se permitan
el lujo de cerrar totalmente paralizando sus ventas o su actividad, porque
resulta inconcebible que alguien renuncie voluntariamente durante un mes a su
actividad productiva o comercial. Tengo la experiencia personal de un grave
accidente sufrido hace unos 25 años en el mes de agosto y, como no había ambulancia disponible, tuve
que ser trasladado al hospital –en donde
se me ingresó directamente en la
UCI– en la parte trasera de un Land Rover (sin asientos) de la policía
municipal, dando tumbos dentro del propio coche y de un lado para otro de la
ciudad, pues su conductor no conocía Madrid ni la ubicación del centro
hospitalario, por increíble que parezca.
¿Tan difícil sería escalonar las
vacaciones para que el parón del mes de agosto no fuera tan rotundo? Entiendo
que nadie quiera ir a la playa en enero –porque se piensa que unas vacaciones
no son tales si no hay playa–, pero nuestro clima permite disfrutar de tres o
cuatro meses con una climatología favorable y, en todo caso, tampoco parece
disparatado admitir que no todos podemos ir a la playa con buen tiempo casi asegurado
todos los años.
Para compensar, el que se queda
durante ese mes en su casa –yo vivo en Madrid– debe sufrir todos los
inconvenientes de esa huída de los conciudadanos: si quiere comprar el periódico,
tendrá que caminar mucho más de lo normal para encontrar un quiosco abierto y
encontrará que su columnista favorito también deja de escribir en agosto, si
precisa ir al médico no conseguirá cita o le recibirá un suplente porque el titular está de
vacaciones, si pretende echar mano de su abogado o notario no se haga
ilusiones, si tiene que realizar una gestión con la administración o en una
gran empresa mejor que será que abandone, pues no habrá quién le atienda y si
hay le mirará con odio por interrumpir su estado de relax. El mercado de la
zona donde vivo tiene un buen número de sus puestos cerrados y los que quedan
miran a sus clientes como si de zombis se trataran. Ferreterías, bares,
ultramarinos, el “cerrado por vacaciones” se extiende como una plaga.
Lo peor es que quien no se marcha en agosto es mirado como si de un
apestado se tratara –ellos mismos se sienten casi avergonzados– y los ayuntamientos de
las grandes ciudades colaboran en este maltrato hacia los rebeldes, reservando
para ese mes todas las obras que precisen del uso de los benditos
martillos neumáticos. Sumemos a esto el escándalo que se monta en las fiestas populares (aquí
lo popular es siempre a base de mucho ruido) y tendremos una imagen pálida de lo que
es el mes de agosto en España.
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