Ni
siquiera cuando era un niño pequeño pasó por mi cabeza la idea de ser militar,
bombero, policía o alguna de esas profesiones que suelen entusiasmar a los tiernos
infantes, pero desde que soy adulto tengo muy claro la necesidad y el papel que deben
desempeñar estas instituciones en una sociedad debidamente estructurada.
Se
ha puesto de moda desde hace algún tiempo entre ciertos ácratas de salón o botellón
abominar de los ejércitos, protestar por los gastos que requieren y pedir su
desaparición, algo que cualquiera suscribiría si fuese una iniciativa puesta en
práctica por todos los países del mundo de manera simultánea, pero lamentablemente se trata de una posibilidad que ni
siquiera llega a la categoría de utopía.
Estos
desinformados pacifistas deberían echar un vistazo a ese experimento de un nuevo
tipo de sociedad que fueron los EE.UU. en su fundación como nación allá por 1776. Habían
llegado desde Europa emigrantes de todos sus países, que huyeron hartos del
mundo en el que habían estado viviendo hasta entonces. Por eso en aquel
territorio hubo intentos de implantar desde el socialismo utópico hasta una
sociedad sin estado, desde el más puro liberalismo a la organización social en
comunas y hasta una nueva religión basada en el cristianismo del que casi todos
procedían, pero libre de la corrupción y la maldad de las iglesias que estaban
instaladas por el viejo continente. Lógicamente también hubo quienes
propusieron la desaparición del ejército como tal y admitían, si acaso,
mantener unas milicias civiles para defenderse –decían– de improbables
agresiones exteriores, puesto que el no-intervencionismo iba a ser una
constante a mantener por la nueva nación.
No
hace falta decir en qué quedó todo aquello y más concretamente en lo referente
al ejército: desde hace décadas EE.UU. posee el ejército más poderoso de la
historia y sus intervenciones en otros países actuando como aparente gendarme mundial, o descaradamente en su propio provecho,
son constantes desde hace más de cien años. Teniendo en cuenta la condición
humana, no es posible un país respetado si no está respaldado por
unas fuerzas armadas aceptablemente potentes. Es más, si la población del planeta consume masivamente ese mejunje empalagoso llamado Coca-Cola, es consecuencia directa de la potencia del ejército norteamericano.
El perfil de los estados que no poseen ejército es el de pequeños
territorios o islas, casi siempre paraísos fiscales, tutelados por alguna
potencia que casi inevitablemente son los EE.UU. Hasta donde yo recuerdo sólo
un país de cierta extensión territorial ha abolido el ejército, Costa Rica, y
eso a costa de reforzar sus fuerzas policiales y sin duda contando también con
la protección de los EE.UU. en caso de necesidad. No puedo evitar la carcajada
cuando oigo decir al actual presidente de la generalitat catalana que, cuando consigan la independencia, renunciarán
a tener ejército. No es que no vaya a ser así, que por supuesto que no, es que
ni siquiera es cierto que en ningún momento haya sido esa su intención.
España
no es un país militarista ni agresivo, pero es evidente que su situación
geográfica no es precisamente tranquilizadora, de ahí que en un momento u otro
de la historia hayamos sido invadidos por todos aquellos que no encontraban
nada mejor que hacer. Desde los vikingos, que llegaron a arrasar Sevilla y
buena parte de las poblaciones costeras gallegas, a los últimos invasores
árabes, hemos sido víctimas de las apetencias de quienes militarmente eran más
fuertes y osados.
Recordemos
que cada vez que España se ha mostrado vulnerable, otros han aprovechado el
momento para sacar provecho y además han sido rápidos y contundentes. Desde la
toma de Gibraltar por los ingleses durante la Guerra de Sucesión, hasta el apoderamiento del
Sahara por Marruecos aprovechando la parálisis política motivada por la agonía del dictador
en 1975. Por cierto que es significativo comparar los casos de Gibraltar&Malvinas, Hong-Kong
y Macao (mejor no acordarse de Goa), que responden a la capacidad militar de los países reclamantes y de
los reclamados. Gibraltar&Malvinas siguen en manos británicas y no creo que ninguno de
los que ahora habitamos este planeta lleguemos a ver un cambio significativo en
sus status, aunque la ONU los tenga actualmente clasificados como territorios a descolonizar. Hong-Kong fue objeto de
largas negociaciones entre el Reino Unido y China, ambas grandes potencias,
pero en el caso del Reino Unido en plena decadencia mientras que, por el
contrario, China en claro y rápido ascenso, así que irremisiblemente se optó por descolonizar. En cuanto a Macao, China prácticamente
se limitó a comunicar a Portugal cómo y cuándo tenía que efectuarse la devolución;
y punto.
Hay
quienes argumentan que si una gran potencia decide atacarnos, nuestro ejército
no podría hacer frente a esta contingencia y que de poco valdrían las tropas y
materiales de que disponemos; todo eso es cierto, pero es que el peligro grave para nuestro
país vendría desde el sur y es para eso para lo que
debemos estar preparados, porque no hay que contar con la hipotética ayuda de
nuestros “aliados”. Observemos también el porcentaje del PIB que España dedica
a defensa, uno de los más bajos de los países de nuestro entorno. La “pacífica”
Suiza, puede poner en pie de guerra 200.000 soldados perfectamente equipados y
motivados sin demora alguna; España no llega ni a la tercera parte de esa
cifra en su ejército profesional y no quiero ni imaginar lo que ocurriría si hubiera que acudir de nuevo al reclutamiento forzoso.
Nadie
puede negar que produce dolor ver que tantas necesidades de la población quedan
sin atender, mientras sabemos que el coste de un solo caza o un carro de
combate bastaría para cubrir muchos de los servicios que se niegan a los
ciudadanos, más aún si cabe cuando sabemos que esos trastos terminarán siendo
chatarra en unos años precisando de nuevo su sustitución; pero pensemos que
precisamente la posesión de esos artefactos es lo que evita tener que
utilizarlos. ¿Hace falta que recuerde aquello de Si vis pacem…?
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