Me apostaría lo que fuera a que
si a alguien menor de cuarenta años se le pide que cuente lo que sabe sobre
Cuba, apenas si dirá algo sobre la salsa, las playas y, cómo no, sobre Fidel
Castro. No sabrá qué decir si se le pide que diferencie Cuba de la República Dominicana,
Puerto Rico o Jamaica. No despertará en ese alguien ningún tipo de sentimiento,
no digamos pasión o amor, y es que al fin y al cabo se juntan varios factores:
de una parte, es lógico que quienes como yo nacieron cuando Cuba no cumplía el
medio siglo como país independiente, consideren a Cuba como algo cercano, una
parte importante del mundo al que miramos con mucho más que afecto. De otro
lado, las tremendas lagunas de los sistemas educativos de las últimas décadas ha
impedido que se transmita la idea, antes tan extendida entre los españoles, de
que Cuba es otra cosa; Cuba era la
joya de la corona y no por motivos banales, pese al mal trato que España le
dispensó en los últimos tiempos coloniales.
Es en La Habana donde uno se
reconoce como si estuviera visitando ciudades españolas de otra época y es
frecuente que se establezcan similitudes entre esa ciudad y Cádiz, al menos en
las partes más recoletas, pues no debe olvidarse que La Habana fue una ciudad de
urbanismo y actividad tan notable como para compararse con ventaja con Madrid
en ciertos periodos de la historia.
La gente de Cuba es cercana y
basta con sentarse en algún lugar público para que alguien trate de entablar
conversación y saque a relucir el inevitable antepasado español, supongo que no
siempre de existencia real. Me gusta muchísimo el acento cubano y la franqueza
con que entablan conversación con uno. Yo mismo, en una de las ocasiones en
que estuve allá, tuve la ocurrencia de meterme en casas con excusas no muy
convincentes y la gente me recibía y me hablaba con la mayor frescura sobre
política o su situación personal. Un conductor de autobús turístico en el que
días antes había viajado desde el aeropuerto a la ciudad, frenó al verme sentado en una
terraza, me contó parte de su vida y me invitó a dar un viaje por la ciudad sin
consentir cobrar nada por el servicio.
Durante muchísimo tiempo, buena
parte de la música española ha sido en realidad música cubana, y ahí están para
respaldar esta afirmación desde Antonio Machín a Pérez Prado, desde Lecuona a Ignacio Cervantes y
por supuesto las habaneras, ese género que hasta hace bien poco se cantaba
desde Gerona a Cádiz y desde La
Coruña a Murcia, demostrando que lo que nos unía era bastante
más profundo que la supuesta dictadura homogeneizante practicada desde Madrid.
Desde luego, tropecé allí también
con algún taxista que intentaba engañarme o aprovecharse del turista (son
homogéneos a escala mundial), pero en general el trato era afable y la ventaja
de tener en común –aquí sí– el idioma, facilitaba la comunicación y el
entendimiento mutuo.
Pueden imaginar que recomiendo y
mucho viajar a Cuba si es que se tiene oportunidad, pero no limitarse a las
playas de Varadero, muy bonitas, pero ni mejores ni peores que otras del Caribe,
al menos las que yo pude conocer. Lo que de verdad merece la pena es conocer
las ciudades, callejear, hablar con la gente… y reencontrar a una España de la
que ya casi no queda huella. Puede descubrirse que el dicho “más se perdió en
Cuba” no es ni mucho menos exagerado.
Lo más triste es que España pierde de nuevo Cuba a estas alturas: la compañía Iberia, ha renunciado a volar a La Habana y cedido sus derechos a British Airways. Iberia llevaba volando a esa ciudad más de 60 años.
Lo más triste es que España pierde de nuevo Cuba a estas alturas: la compañía Iberia, ha renunciado a volar a La Habana y cedido sus derechos a British Airways. Iberia llevaba volando a esa ciudad más de 60 años.
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