A quienes con alguna frecuencia
vayan leyendo lo que aquí escribo puede que les resulte sorprendente, pero les
aseguro que pese a mis fobias y filias procuro ser ecuánime y no dejarme llevar por
ideas previas. Sé que es imposible y que nadie consigue esa ideal
imparcialidad, pero sería una de las virtudes que me gustaría poseer y en
persecución de la cual realizo bastantes esfuerzos. Otra cosa es la
imposibilidad de que quienes practican el forofismo en todos los aspectos de su
existencia reconozcan esta voluntad mía, ellos, que simplemente atacan o
disculpan en función de consignas autoimpuestas previas. De todas maneras no me atormento por el problema, sé que la objetividad absoluta es imposible e inevitablemente soy consecuente con mis ideas. Claro que para todo hay niveles; me decía un amigo –facha donde los haya– que ahora sí que TVE es imparcial y no antes, que era de izquierda radical. Dice mucho sobre mi tolerancia que yo siga siendo su amigo.
Viene todo esto a cuenta de
asuntos sobre los que con frecuencia trato en estas entradas, muchas veces –más
de las que me gustaría– referentes a cuestiones de política, pero
soy consciente de que para alguien medianamente preocupado por el mundo que le
rodea, es inevitable que todo termine fluyendo hacia ese tema porque,
como le decía el otro día a alguien con
quien discutía, si empiezas a criticar la
calidad del agua que sale del grifo, ya estás hablando de política y sólo
un rematado lerdo puede decir eso de “no me gusta hablar de política”, porque en realidad casi todo es política.
Hablando de esas fobias o filias
que tanto influyen en nuestra valoración de las cosas, no puedo dejar de
recordar a quien me decía hace ya años que Ana Belén le producía náuseas, sin
que aquella persona –de claras tendencias ultraderechistas– confesara que ese
sentimiento era debido a que anteponía la adscripción política a la calidad de
esta actriz y cantante, sea cual fuera.
Yo, por ejemplo, no puedo negar
la antipatía que siento por la atleta Marta Domínguez, pero puedo explicar y
razonar ese sentimiento. La primera vez que supe de su existencia fue al
presenciar en televisión cómo en una carrera empujaba descaradamente a una
competidora. Deplorable es que alguien intente eliminar a un competidor con
malas artes, pero en deporte profesional produce especial repugnancia. Más tarde, supe de su
implicación en asuntos de drogas deportivas
y que era cercana al partido que para mí simboliza lo peor –ahora no es cercana, sino senadora por ese partido– y para
remate leí en la prensa que hace años, cuando un periodista le preguntaba la
razón por la que apoyaba al PP contestó “porque el PSOE no le había ofrecido
nada” (está documentado). Sobran las palabras.
Todos los partidos procuran
captar a personajes populares para integrarlos en sus filas, pero es el PP el que
en ese aspecto bate todos los récords: según leo, no hay deportista conocido
que no haya fichado por ese partido,
excepción hecha de Fermín Cacho. En el campo de los artistas e intelectuales la
cosa presenta más dificultad para la derechona, porque esos suelen tener sus propios
criterios y de ahí que los únicos fichajes señalados sean los de Norma Duval y
Fernando Sánchez Dragó; una ex vedette de revista y un ex comunista, ¡casi ná!. Consigue el PP un éxito indudable en la captación de familiares de víctimas del terrorismo dispuestos a vivir del cuento y con progenitores de niños muertos en desagradables circunstancias, propicios a obtener beneficio de su desgracia.
Todo queda mucho más claro cuando
se habla de políticos y sin mucho esfuerzo por mi parte, en tiempos no muy
lejanos admitía la descalificación que amigos de derechas hacían de Bibiana
Aído o Leire Pajín, porque no me costaba aceptar la escasa cualificación que aparentemente
poseían ellas para los puestos que desempeñaban. El problema es que actualmente esos
mismos amigos no reconocen, ni aunque se les amenace con la tortura, que Ana
Botella, Fátima Báñez o Ana Mato –por citar solamente unas pocas joyas– han dejado en
pañales aquella sonada incompetencia, incrementada además con una buena dosis
de antipatía personal. Son gente que no lo reconocen ni aun mostrándoles vídeos de sus
intervenciones públicas, que deberían hacer sentir bochorno a cualquiera. Pensar
que en Madrid hemos tenido de alcalde a un Tierno Galván, que hablaba desde
alemán a latín, y ahora tenemos a esa arribista que no sabe ni hablar español…
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