09 abril 2013

Y se me apareció un pajarico...

Tengo que confesar que las primeras veces que oí hablar de Chávez allá por 1992 ya me puse en su contra, pues –cosas mías– todo lo que suene a golpista me produce acidez de estómago, será quizás porque he vivido bajo el mandato de uno durante más de 30 años.

Después, cuando en 1999 llegó a presidente de Venezuela, seguía sin abrigar un especial entusiasmo por su persona y sus actuaciones, pues seguía recordando sus inicios y ser elegido por los votos de una mayoría no era para mí garantía de democracia y solvencia, no hay que olvidar a Hitler, George W. Bush (aunque éste fuera con pucherazo incluido) o Berlusconi, así que me desentendí de Venezuela y su devenir, algo que no me costaba gran esfuerzo pues ese país así como otros de la zona no eran para mí nada que mereciera especial interés ni fuera especialmente cercano a mi corazón como, por ejemplo, pudiera estarlo Cuba.

Hay un general rechazo hacia la persona de Chávez en España que yo entiendo que lo producen varios factores: el principal, la campaña permanente orientada en su contra desde la casi totalidad de la prensa española y desde los partidos políticos, algo que no consiguió atenuar ni siquiera las buenas relaciones comerciales. De la importancia que la prensa tiene en la conducción de la opinión pública española da una idea el que aquí tiene mucho menos rechazo el gobierno de Marruecos que el de Cuba, aparentemente teniendo como referencia la falta de respeto por los derechos humanos de uno u otro. No importa que Marruecos, Guinea Ecuatorial o Israel (los tres protegidos por los EE.UU.) tengan un largo historial de presos políticos o por delitos de opinión, y que por el contrario según Amnistía Internacional, en Cuba no hay presos políticos (sí de los otros). Los realmente malos, ya se sabe, son los que nos señalan desde la prensa.

El segundo factor de repulsa hacia el fallecido dirigente venezolano proviene del desagrado hacia los modos de los habitantes de aquel país. Esa manera impostada, grandilocuente, que los personajes de aquellos pagos tienen de dirigirse a la población nos causa un sentimiento que oscila entre la burla y el desprecio. Chávez consiguió, al ser el destinatario de aquel ¡Por qué no te callas!, provocar una oleada de monarquismo desconocida desde el 23F. Nos olvidamos de que el nivel cultural por aquellas tierras no es precisamente elevado, pero tampoco tenemos que estar demasiado orgullosos del imperante en España, la ignorancia acompañada de la soberbia es aquí y desde hace bastante un mal común, y conviene recordar que se eligió con mayoría absoluta al trilero Rajoy.

El caso es que cuando empezaba a calar entre algunos de nosotros la idea de que, maneras aparte, Chávez y su revolución habían conseguido rescatar de la pobreza extrema a buena parte de la población y por tanto su saldo era positivo, muere el comandante y aparece el sucesor Maduro diciendo aquello de Y se me apareció un pajarico… y me bendijo, que a mí me hizo soltar una carcajada seguida de un resoplido de asco, porque parecía un truco destinado a encandilar a los más tontos del planeta. Ese hombre es un mal poeta, o un enorme imbécil, o un grandísimo canalla; apuesto por lo segundo.

Como consuelo respecto a eso del pajarito, no olvidemos que muchos de por aquí siguen creyendo que una paloma –esa rata voladora– planea continuamente sobre la iglesia católica protegiéndola y, sin ir más lejos, se supone que ha sido la inspiradora de la elección de ése que han dado en llamar Francisco, a secas. Que también tiene bemoles eso de la paloma.

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