23 julio 2013

Bicicletas

Que nadie se alarme, no voy a ponerme a escribir sobre el origen histórico de la bicicleta o sobre las muy numerosas ediciones del tour de Francia a lo largo de los años, para eso está la Wikipedia. Sucede que tengo un amigo de la adolescencia, cada vez más cercano a la categoría de ex-amigo, con el que hace un par de días discutí acerca de este asunto de las bicicletas. Él a su vez había charlado recientemente sobre lo mismo con su hijo un yuppie exitoso y los dos habían llegado al acuerdo de que, más o menos, deberían prohibir las bicicletas siquiera en las grandes ciudades y concretamente en Madrid, donde ambos residen. Según parece, a su hijo le crispaba la presencia de las bicicletas en la calzada cuando iba al volante de su BMW X5, ¿se imaginan, no?

Pasaba por mi cabeza mientras hablaba con él la imagen de tanto automovilista arremetiendo con saña contra los que van sobre ese débil y limpio medio de transporte e imaginaba que si aquella actitud es la que adoptan quienes sin duda poseen una educación bastante completa y teóricamente controlan sus bajos instintos, qué cabe esperar del patán ensoberbecido a bordo de su cochecito, camión o cualquier chisme a motor. ¿Cuántos de los ciclistas atropellados por vehículos a motor lo han sido por descuido consciente, por un arrebato de ira del que iba al volante?

Los argumentos que esgrimía este amigo iban desde las fechorías que para él, todos los ciclistas cometen continuamente, al supuesto absurdo de un código de la circulación que permite que rueden en pie de igualdad con otros vehículos de mayor porte. No le importaba mucho que yo argumentara que permitir y fomentar el uso de la bicicleta descargaba el tráfico de vehículos a motor, un poco hoy, más el día de mañana (si es que a los ciclistas se les permite llegar con vida).

Lo cierto es que yo monto con frecuencia en bicicleta sólo como ejercicio y casi en exclusiva por carriles bici y me asombra la alegría de la mayoría de los ciclistas pasando con los semáforos en rojo para ellos, circulando por las aceras a velocidades que suponen un peligro para los peatones, etc., pero como le decía a mi futuro ex-amigo, el problema es de falta de educación y respeto hacia los demás en cualquiera que sea el rol que se desempeñe, y esto es válido lamentablemente para buena parte de los españoles en particular y humanos en general. Hay muchos, demasiados, que son unos animales cuando andan, cuando montan en bicicleta, cuando van en moto, en coche y hasta cuando se sientan en un banco público y el resultado es esa falta de seguridad que atenta contra los más débiles, pero que es un gran peligro para todos.

Hasta como peatón es abundante y evidente la falta de respeto a los demás. Cada día que monto en bicicleta me toca lidiar con los que utilizan el carril bici sin corresponderles y ponen en serio peligro a quienes inocentemente imaginamos que el carril bici es para quienes van montados en bicicleta. Tropiezo constantemente con padres que dejan a sus hijos pequeños corretear por el carril, o dueños de perros sueltos o con esa correa extensible que, no hace falta que lo diga, son trampas para el ciclista (el perro y la correa), jubilados paseando a su nieto en el cochecito, señoras mayores en grupo, y toda la fauna que puedan imaginar. Las justificaciones de todos ellos para usar el carril son a veces pintorescas: que caminando por él se ensucian menos los zapatos, que hay más sombra, que el firme es mejor, que no molestan a nadie, que también ellos pagan impuestos...

Otros ni se molestan en justificarse y entre los desagradables episodios que me ha tocado vivir, está el de un padre de un niño de unos tres años, un machote treinta años más joven que yo, que sin más me amenazó con partirme la cara porque según él "cuando yo vea un niño en el carril bici, debo bajarme del vehículo para llevarlo de la mano" hasta que no haya menores. ¡Qué difícil es convivir con tanto cafre que sólo reconoce un derecho: el suyo!

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