10 julio 2013

Homocoloreados

Mi intención en esta entrada es referirme a una minoría que por su "ruido", importancia y extensión atrae la atención de toda la sociedad, pero pueden estar seguros de que lo hago con cierto temor, pues si uno no acepta sin rechistar lo que aparenta despertar adhesiones inquebrantables, es posible que se le echen encima todas las furias.

Para ser sincero, estoy harto de la omnipresencia de los homosexuales en los medios de comunicación y hasta en la vida de cualquiera, porque se han transformado, gracias a esa oleada de buenismo que inunda la sociedad española, en un asunto que casi no se descuelga de las portadas de la prensa de cada día. Sucede a veces y en mi opinión ésta es una de ellas que una minoría pierde todo sentido de la prudencia y con la excusa de reivindicar su derecho a existir y ser respetada, se despoja de todo respeto hacia los demás y casi se diría que pretende que los demás los contemplemos como modelo a seguir o nos integremos en el grupo.

Durante toda mi infancia, adolescencia y más allá, la homosexualidad era un tema casi tabú que entre las personas civilizadas era contemplado con cierta tolerancia y para otros sectores de la sociedad motivo de burlas, insultos y agresiones, pues durante muchísimo tiempo quienes no poseían una sexualidad ortodoxa eran perseguidos hasta por los regímenes políticos escasamente democráticos y ¡cómo no! por la iglesia católica. La Organización Mundial de la Salud consideraba, basada en ciertas razones, que esas orientaciones sexuales eran la manifestación de una dolencia. En 1990 esa misma OMS, basada en otras oscuras razones decidió que la homosexualidad ya no era una enfermedad. Misterios de la ciencia. El caso es que para mí y para otros muchos ese cambio no significó gran cosa, pues nunca había pasado por nuestra mente lapidar o condenar a nadie.

Desde entonces, han conseguido derechos inimaginables hace tan solo diez o quince años, incluyendo el matrimonio -con ese incongruente nombre- y la adopción de niños, algo a lo que muchos de los países de origen de esos niños se niegan por razones que no hace falta explicar. Es más, han logrado lo que a los judíos ¡nada menos!les costó décadas conseguir, pues ya se sabe que dudar de los términos y cifras oficiales del holocausto,  está hasta penado por las leyes de varios países. Actualmente, si usted se atreve a manifestar públicamente alguna crítica sobre los homosexuales, le arrojan inmediatamente a la cabeza el calificativo de homófobo, tan pretendidamente terrible y descalificador como podía ser el de bruja entre los pioneros colonizadores de América del Norte. Hay que preguntarse si la libertad de expresión es real o vale solamente en tanto no aluda a colectivos hipersensibles y con poder para limitarla.

Algo tan aceptado socialmente como el desfile del Día del Orgullo Gay, repudiado por bastantes homosexuales por su mal gusto y la imagen equívoca que transmite, consigue en las ciudades en que se celebra el apoyo de las autoridades y hasta, por citar el caso de Madrid, una subvención de 100.000 euros, una cifra muy superior a la que se dedica por ejemplo al préstamo de camas hospitalarias a enfermos crónicos o terminales que precisen de ellas.

Curiosamente, la palabra gay ha sido adoptada en España sólo por los de "origen" masculino, al contrario que en su país de origen EE.UU., donde es aplicable a ambas "procedencias", lo que aquí llamamos gays y lesbianas. En realidad la palabra ha sido arrebatada de su significado original alegre para su uso exclusivo actual. Por eso sería impensable filmar ahora una película de nombre "The Gay Divorcee" (La alegre divorciada) porque su título sería malinterpretado, al igual que se malinterpretaría lo que en West Side Story canta la protagonista: "I feel pretty and witty and gay..."  y para evitar eso se ha cambiado la letra y en vez de gay ahora se dice bright, aunque me temo que en la película no hay quien lo cambie. Qué más da, sigamos con el ruido...

No hay comentarios: