01 septiembre 2013

A por los ateos

No revelo nada si recuerdo que durante siglos los herejes –y no digamos los ateos– fueron perseguidos por la iglesia y por el poder civil con el que esa iglesia siempre mantuvo estrechas complicidades. La heterodoxia nunca fue bien vista, y la perseguidora profesional de cualquier desvío de la ortodoxia, la iglesia, era diligente –con quien no fuese seguidor puntilloso de lo que a ella se le antojaba– para enviarlo a la hoguera, al hacha del verdugo o a la horca, por no citar siquiera ese simpático castigo que es la excomunión. Corrían tiempos que habrían entusiasmado a nuestro entrañable Rouco, que ahora tiene que conformarse con maldecir a los díscolos y sacarles el dinero mediante las pintorescas leyes fiscales españolas.

Todos hemos leído libros o visto películas en las que se perseguía y terminaba ejecutando a quienes osaban mantener posturas discordantes con lo que la iglesia ordenaba y tenemos desde Giordano Bruno a Miguel Servet como ejemplos bien conocidos, por no hablar de Galileo Galilei al que se limitaron a hacerle la vida imposible. Todos ellos simples discrepantes, porque a nadie se le pasaba por la cabeza declararse ateo, ya que la pena a aplicar sería algo difícil de imaginar. En España, podría pasársele por alto a Enrique VIII de Inglaterra su afición a casarse con una mujer tras otra y en ocasiones practicar con ellas lo que ahora mal-llamamos violencia de género, pero lo que de verdad no se le perdona es que se apartara de la iglesia de Roma.

No hay que remontarse a tiempos tan lejanos, pues en nuestro amado país se asociaba de siempre la disidencia religiosa a la política y por eso los librepensadores o herejes fueron perseguidos hasta hace bien poco y no fue hasta 1967, durante el franquismo y ante la presión internacional, que se promulgó una ley de libertad religiosa que permitía nada menos que... profesar una fe diferente de la católica, ¡menudo lujo!

No cabe culpar en exclusiva a la iglesia de su intransigencia ante el ateísmo, pues durante siglos la propia sociedad ha sido intolerante con quienes no profesaban la fe oficial de la "católica España", que así era y es conocido nuestro país. Eso significaba que usted debía bautizarse, aunque sus padres no fueran fervientes partidarios de la iglesia oficial, tenía que hacer la primera comunión, casarse por la iglesia católica le gustase o no, etc. Usted podía declararse practicante de magia negra o pegar a su mujer sin grandísimos peligros, pero eso del ateísmo era considerado al mismo nivel que el terrorismo, de ahí que muchos para disimular y que se les perdonase, se declaraban agnósticos aunque fuesen más ateos que el mismísimo Stalin.

Hace unos días estaba en una reunión de amigos donde surgió el tema, y una de las presentes salió con ese curioso argumento de que «alguien ha tenido que hacer todo lo que existe», cuestión que ya se sabe que es solventada por estos argumentadores mediante el ingenioso procedimiento de atribuir la autoría a dios, es decir, a alguien a quien no ha hecho nadie, lo que evidentemente contradice su primer postulado. Qué le vamos a hacer, es lo que les han enseñado.

Leí en el periódico que en cierta ciudad de Florida, en los EE.UU., se ha erigido un monumento al ateísmo que es el primero en aquel país y que curiosamente ha contado con la oposición de muchos de los ateos de aquellas tierras, pues por su propia esencia los ateos son poco dados a manifestaciones o alardes públicos, que no les son necesarios. En este caso ha sido sólo el hartazgo frente a los integristas religiosos locales lo que les ha empujado a levantar el monolito, para compensar irónicamente la abundancia de monumentos religiosos, el último de los cuales ha sido uno a los Diez Mandamientos (los de las tablas de la ley, no la película).

Esta misma actitud nos libra de que se celebre el Día del Orgullo Ateo, pues tanta o más persecución que los homosexuales han sufrido aquellos, aunque su diferente planteamiento y escaso exhibicionismo impide el éxito de manifestaciones públicas y hasta es nula la tendencia al asociacionismo.

Durante la II República Española, Azaña dijo con más optimismo que realismo «España ha dejado de ser católica». Esto hoy es en cierta forma una verdad irrefutable, pero no sirve de mucho, pues el catolicismo en España es más costumbrismo que fe, así que pase lo que pase, lo que aquí no pasará es que desaparezcan las procesiones, romerías o cualquier manifestación pretendidamente religiosa, y el que asiste a todo eso se considera a sí mismo creyente modélico. Eso sí, con las iglesias vacías, sin vocaciones religiosas y sin pararse a pensar ni un minuto sobre qué es eso que se dice profesar, de ahí que sólo un 9,7% se declare ateo.

Me encanta lo que declara aquella sociedad que ha levantado el monumento al ateísmo: «Un ateo cree que se debería construir un hospital en lugar de una iglesia». Y usted que lo vea y yo también, aunque yo lo modificaría ampliando “un hospital… o una biblioteca”, porque exactamente eso –pero al revés– sucedió hace pocos años junto a mi domicilio. Un solar en el que ya estaba aprobado construir un centro cultural y biblioteca fue repentina y sorpresivamente regalado por el alcalde a la iglesia católica, que levantó allí un nuevo templo. Adiós biblioteca, cambiamos conocimiento por superstición.

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