25 octubre 2013

Español para españoles (25)

El otro día, mientras atendía al telediario de TVE pude oír cómo su corresponsal en Washington, Lorenzo Milá, calificaba a no recuerdo cuál político de abrupto, lo que me extrañó porque no es adjetivo muy utilizado en España, aunque efectivamente la Real Academia admita esa palabra en segunda acepción como referida a personas de carácter áspero, pero en la práctica se reserva para calificar accidentes geográficos. Como a este personaje ya le he visto y oído perpetrar todo tipo de fechorías gramaticales contra el español, lo consulté con un angloparlante que me confirmó que en inglés la palabra abrupt referida a personas es equivalente al español brusco, y así pude refrendarlo en un diccionario. Era evidente que este corresponsal hablaba en modo creativo –lo hace siempre– y estaba y está dispuesto a innovar el idioma que los demás hablamos, sin reparar en gastos.

No poseo ni mucho menos el dominio del inglés, pero sí sé lo suficiente como para detectar las barbaridades que algunos cometen en su afán de ser más modernos que nadie y aplicar ese afán a la traducción disparatada de ese idioma al castellano. Así, no hace mucho leí en la sección de motor de uno de los principales diarios españoles calificar de dramática la línea del capó de un nuevo modelo de automóvil. No hay que aclarar que en español ninguna parte de un automóvil puede adjetivarse así, simplemente el muy cretino había traducido dramatic por esa palabra, en vez de lo correcto que sería espectacular, con lo que de camino evidenciaba que no era autor del artículo –pese a que figuraba como tal– sino el pésimo traductor. 

Parece que muchos periodistas no han oído hablar de los falsos amigos a la hora de traducir vocablos, por eso es normal que cuando se trata de noticias de agencias traducidas apresuradamente por el periodista aficionado de turno, pueda encontrarse a quien entiende que actually significa “actualmente” (en vez de “realmente”), bizarre “bizarro” (en vez de raro), eventually “eventualmente” (en vez de “finalmente”), sensible “sensible” (en vez de “sensato), sympathy “simpatía” (en vez de compasión), y así una lista interminable de la que se nutren buena parte de nuestros ciudadanos cuando se expresan en nuestra lengua, creyendo de buena fe que eso es lo correcto.

El resultado final es que el idioma español está siendo gusaneado por todos estos cretinos y dañándose en su uso diario sin remedio, pues trate usted de convencer a cualquiera de que en español bizarro quiere decir valiente, esforzado y no otra cosa, o que casual en inglés equivale al español informal.

Lo más grave es que mientras muchos se indignan –por ejemplo– por las supuestas dificultades de ser homosexual en Italia –visto en el periódico hace unos días– o la supervivencia del ornitorrinco en Australia, es inútil tratar de despertar el interés por la lengua española (preocupación que no es incompatible con las anteriores), puesto que mantienen muy presente ese principio de tantos que declaran “mientras los demás me entiendan…”, obviando que les entienden porque sus ideas no van muy allá, pero que si tuvieran que transmitir alguna ocurrencia medianamente compleja les resultaría imposible, nadie sabría lo que intentaban expresar empleando su rudimentaria capacidad de comunicación.

Hasta donde yo sé, jamás el conocimiento ha sido tan despreciado como lo es en la actualidad en España y la mayoría de los titulados universitarios serían incapaces de escribir una página sobre un tema cualquiera sin cometer varios errores gramaticales. No hay que extrañarse del lamentable puesto que ocupamos entre los países desarrollados según el informe PISA y otros.

16 octubre 2013

Conocimiento y fe

Hace un par de semanas vino en la prensa un artículo que contaba que una universidad británica había analizado 63 estudios científicos realizados a lo largo de muchos años sobre inteligencia y religiosidad y que habían llegado a la conclusión de que las personas religiosas eran menos inteligentes que los no creyentes. Cierto, es una noticia que me encanta y me produce una sonrisa de satisfacción –tanto como a muchos puede indignarles– pero es que para mí no es una novedad y no porque yo me encuentre en el lado favorecido, sino porque me parece evidente e indiscutible.

Ya lo sé, hay personas muy inteligentes que son religiosas, pero esa inteligencia la poseen a pesar de su faceta religiosa –su lado oscuro–, no gracias a ella y creo que precisamente esa fe puede que les impida o haya impedido llegar a más. Si alguien cree que estoy equivocado puede dejar su comentario, estaré encantado de leer sus argumentos o pruebas de que lo que digo está errado. No se aceptan fanatismos, que conste.

Mi principal testimonio para apoyar lo que digo –y lo que dice esa universidad británica– es precisamente la propia iglesia, que define más o menos la fe como la aceptación de algo que no puede ser demostrado, es decir, se basa en la credulidad y no en el conocimiento o la razón, ¿hace falta más? Fíjense bien, se llaman creyentes y no razonantes. No tengo más remedio que recordar que los creyentes que conozco, alguno bastante inteligente, naufragan penosamente al argumentar o cuando les hablo de los textos sagrados, que en general conozco mejor que ellos (y no pretendo ser ni medio experto, quede claro). Su actitud cuando se les cita algún texto disparatado es siempre argumentar que se trata de una alegoría que no hay que tomar al pie de la letra y más frecuentemente se niegan a escuchar, porque eso haría tambalear su mal cimentada fe.

Aproximadamente en la misma fecha de publicación de aquel artículo oí algo en televisión que me hizo recordar algunas de las primeras entradas de este blog, las dedicadas a creencias, en las que ya trataba burlonamente sobre las barbaridades e incongruencias que contienen el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Citaban en televisión que a todos nos contaron en el colegio cuando éramos niños aquello de la creación del hombre –Adán– y más tarde de la mujer –Eva– a partir de una costilla del primero. Eso de la costilla es difícil de digerir, pero ya que estamos con fantasías vamos a darlo por bueno. Se dice que después tuvieron cuatro hijos: Caín, Abel, Henoc y Set y resulta que el primero mató al segundo. Perfecto. ¿Alguien conoce algún fragmento del Génesis donde explique cómo se las apañaron los supervivientes para generar descendencia, el origen de la actual humanidad? Como en el Génesis suelta finalmente una frasecita asegurando que Adán tuvo más tarde otros hijos e hijas,  hay que asumir que los varones se lo montaron con las hembras –¿y con su madre también?–, así que por un despiste de quien fraguó esta historia, resulta que también se inventó el incesto, aunque no consigo imaginar cómo sortearon los problemas genéticos de la reproducción entre hermanos. No puedo negarlo, todo muy interesante y educativo.

Más todavía. Todos conocemos aquello de Noé y su arca, que si mal no recuerdo junto con su mujer, sus tres hijos y sus esposas e hijos de estos fueron todo lo que quedó sobre la faz de la tierra para de nuevo generar lo que hoy conocemos como especie humana, ¡qué digo!, los humanos y además todos los seres vivos que la pueblan hoy en día, descendientes de aquellos del arca. Eso supone que los nietos de Noé, primos o hermanos entre sí, tuvieron que fornicar entre ellos para tener descendencia, claro que después de lo de los hijos de Adán y Eva nada sorprende. Un detalle, ¿se imaginan a Noé atrapando moscas para meter una pareja en el arca? Pues ni les cuento para todo lo demás.

11 octubre 2013

La inmigración africana

¿Es la solución para África que todos los africanos se vengan a vivir a Europa? Yo diría que no. Sin embargo, no parece ser ésa la opinión de muchos atacados por una epidemia de buenismo que arrasa España y, según parece, también Italia.

Asombro me produce leer en la prensa que muchos españoles se consideran corresponsables de la explotación y los abusos que durante siglos Europa ha practicado y practica en el continente negro, pero me pregunto qué sentimiento de paternalista superioridad les hace pensar que tienen parte en ese negocio.

Hasta donde yo sé, los territorios que España poseyó en África fueron: parte del actual Marruecos (el llamado protectorado español), lo que hoy se llama Guinea Ecuatorial, Sahara Occidental e Ifni. España como potencia colonial ha sido siempre poco afortunada, pese a comportarse bastante mejor de lo que lo han hecho las otras –Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal, Italia y Alemania–, obteniendo menos beneficios en los tiempos coloniales y no dejando una red económica tras las descolonizaciones que asegurara la continuación del dominio y la explotación.

Fuimos tan malvados con Guinea que durante la colonia les comprábamos el cacao a precio superior al del mercado internacional, tenían la renta per cápita más alta del continente y finalmente se les concedió una constitución antes de que España la tuviera, todavía recuerdo la envidia que pasamos quienes vivíamos bajo el franquismo. Cuando accedieron a la independencia –se cumplen ahora 45 años (12 de octubre de 1968)– se instauró una dictadura, se arrojaron de inmediato en brazos de Francia y más tarde en los de EE.UU., que es quien ahora se beneficia de su riqueza petrolífera sin que le importe mucho la falta de derechos humanos y las atrocidades del régimen. Es un país que ya no tiene nada que ver con nosotros.

Ifni nos costó una guerra con Marruecos, que se apropió definitivamente del territorio en 1969, pero previamente tuvimos la oportunidad de verificar la lealtad del aliado americano que no permitió que se emplearan allí las armas que España les había comprado con anterioridad, y eso costó vidas españolas. Era un aperitivo de lo que tiempo más tarde lograría, tras años de hostilidades contra las tropas españolas, al organizar la marcha verde y hacerse con el Sahara español. Todo con la complacencia de EE.UU., que anteponía su aliado marroquí a cualquier consideración hacia España. Me parece justo que apoyemos en la ONU el derecho de los saharauis al referendum prometido (y no realizado por no molestar a Marruecos), me parece humano acoger en verano a sus niños, que no conocen más que el polvo del desierto y la escasez, pero me pone los pelos de punta contemplar que hay quienes casi propugnan que España le declare la guerra a Marruecos en defensa de los saharauis, los mismos que mataron tantos soldados y pescadores de aquí. Una cosa es ser humanitarios y otra ser tontos.

¿Qué tiene que ver la historia de la presencia española en África con la explotación inhumana en el Congo Belga, las crueles guerras de Angola y Argelia, el apartheid en Sudáfrica, etc.? Absolutamente nada y es más, actualmente no hay una sola empresa española de cierta importancia que explote riquezas de aquellos territorios. Todo lo contrario de la infiltración económica que las otras antiguas metrópolis mantienen y que hace que, ellos sí, puedan sentir algún remordimiento por la situación actual de los pueblos de África. Que compartamos ese sentimiento de culpabilidad es simplemente ridículo.

Llevamos años soportando las oleadas de inmigrantes que en embarcaciones de todo tipo y por otros medios tratan de entrar en Europa, procedentes en su casi totalidad de ex-colonias británicas y francesas. Podía hacerse un poco la vista gorda cuando la euforia económica, pero actualmente no están las cosas para ligerezas. Europa, que utiliza a España, Italia y Grecia como guardianes de la frontera sur europea, debe buscar una solución al problema que de ninguna manera pasa porque sean los países sureños quienes carguen mínimamente con el esfuerzo y el coste de rechazar o admitir a quienes llegan, en la mayoría de las ocasiones con la intención de continuar hacia Alemania o Noruega y en algún caso, declaran con toda frescura –lo he visto en televisión– que están mejor aquí como manteros que en sus países de origen.

Ahora, lo ocurrido en las cercanías de Lampedusa ha puesto en primer plano la cuestión y son muchos los que claman para que asumamos parte del esfuerzo y de la culpa. Ni mucho menos debe ser así, no podemos acoger a un continente entero y lo adecuado es que se arreglen las cosas en sus países de origen en vez de trasladarse todos a Europa. No se trata de ser inhumanos ni carecer de solidaridad, pero lo cierto es que me siento mucho más solidario con quienes ya viven aquí pasando penurias –esos 3 millones de pobres– que con quienes, no se olvide, tratan de saltarse las leyes vigentes en materia de inmigración, con la intermediación de mafias.

Por encima de cualquier sentimiento debe imponerse la lógica: no podemos acogerlos a todos y por cada uno que logra quedarse, hay cincuenta que se animan a imitarles. Basta de importar pobres e iletrados, por más que a ciertos empresarios les interese.

04 octubre 2013

Dos categorías nucleares: listos y tontos

Deben ser millones los que hasta ahora se han hecho la misma pregunta que yo me hago con respecto a eso que me parece que se llama Tratado de No Proliferación Nuclear, y precisamente por eso no creo que deba reprimirme de poner unas palabras acerca del asunto.

Imaginen una pandilla de violadores que se asocian y deciden presionar al resto de la población para que haga voto perenne de castidad. Pues algo así es ese tratado y lo mire por donde lo mire no acabo de comprender cómo sus patrocinadores, encabezados por los EE.UU., tienen la desfachatez de seguir con esa farsa. Está muy claro que su pretensión es que haya dos tipos de países: los listos (ellos) y los tontos (todos los demás); los que tienen libertad para adoptar cualquier decisión y los de soberanía limitada. Porque no es otra cosa lo que busca ese tratado.

La verdad es que la idea ha tenido bastantes goteras desde el momento inicial en que EE.UU. y la U.R.S.S., con la incorporación posterior y subordinada de Gran Bretaña y Francia, se propusieron acabar con las armas atómicas… de los demás, y hasta donde puede saberse China hizo caso omiso, más tarde la India, Pakistán e Israel (es posible que Sudáfrica en colaboración con este último hiciera alguna prueba nuclear). Los tres primeros con gran disgusto del imperio y el último con su ayuda, satisfacción y alegría, la misma que un padre mafioso puede sentir al comprobar cómo su amado hijo chantajea a los compañeros de colegio en el patio del recreo. Presionaron y presionan para que todos los países del mundo firmen el mágico tratado, salvo Israel, que ya se sabe que dispone de barra libre.

Hoy he visto en el telediario al encantador Benjamín Netanyahu decir con todo aplomo en la Asamblea General de la ONU que la actitud conciliadora de Hasán Rouaní –presidente de Irán– no es más que un engaño, que es un lobo con piel de cordero, y que sólo quiere ganar tiempo para poner a punto sus misiles con cabezas atómicas. Ganas me dieron de tirar algo pesado a la pantalla, porque vamos a ver, ¿si Israel tiene la bomba atómica –es el único país que la tiene y no lo reconoce– con qué derecho se opone a que Irán la tenga? Todo eso suponiendo que efectivamente sea esa la intención de Irán y no simplemente la que declara su presidente: desarrollar el uso pacífico de la energía atómica.

Es más, ¿por qué todos se alían para impedir que la consiga Corea del Norte? Por supuesto, es un país tan peligroso e imprevisible como su ridículo presidente, pero ¿acaso no es peligroso EE.UU.? Parece que de vez en cuando hay que recordar a todo el mundo que el único país que la ha utilizado hasta ahora para eliminar seres humanos, especialmente población civil, ha sido precisamente EE.UU. El único que, según sus propias autoridades, nos ha puesto tres veces al borde de la guerra nuclear. Caramba, hay que ver qué memoria tan domesticada tenemos.

Pues nada, aquí tenemos a todos los países presenciando ese tremendo abuso de poder sin siquiera atreverse a darle un toque a Israel para que no sea tan desvergonzado. Y a los mismos aplaudiendo y jaleando para que se impongan sanciones –o se ataque militarmente– a Corea e Irán. España en primera línea de claque, claro.

Quizás convenga aclarar que no siento mayor simpatía por el régimen de Irán o por el de Corea del Norte, siento tanto asco por un integrista musulmán como por un miembro del Opus Dei, pero los hechos están a la vista. Y quede claro, no deseo la proliferación nuclear, ni siquiera su uso pacífico, y considero que la única solución posible para impedir que la posea hasta Andorra (y Al Qaeda) es la desaparición de todas las armas atómicas existentes. Una utopía, ya lo sé.

Si alguien ignora cómo se las gasta Israel en lo que se refiere a bromas sobre su fuerza nuclear, que busque en Internet la aventura del desdichado Mordechai Vanunu, que fue el primero que reveló detalles sobre el armamento atómico israelí.

01 octubre 2013

Canibalismo entre lenguas

Lo he dicho en otras ocasiones, casi siempre criticando la adopción de un barbarismo cuando no añade expresividad o claridad al castellano, pero el asunto se ha vuelto tan arrollador y generalizado que meditando hoy sobre la cuestión mientras atendía al telediario llegué a la conclusión de que se trata de algo que ya no tiene remedio, pues quienes gritamos por ello no tenemos auditorio y quienes disponen de él son casi siempre indiferentes al fenómeno.

En otros tiempos, podía ser el francés el idioma del que generalmente se tomaban palabras para insertarlas en nuestra propia lengua y se hacía cuando era necesario, pero eso ya pasó como pasó la fortaleza de la lengua francesa y hoy es el inglés el que nos amenaza, o aún peor, no es ese idioma el que nos invade, sino la ignorancia y el entreguismo de los propios hablantes la que está propiciando primero la pérdida de coherencia del español y supongo que en un futuro no tan lejano su conversión en un triste dialecto.

Buena parte de la culpa la tienen las modernas tecnologías de comunicación –junto con un sistema educativo lamentable–, que propician que las nuevas generaciones se comuniquen precipitada y frecuentemente por “escrito” sin preocuparse ni de lejos por cómo se escriben las cosas. Parece un tópico, pero no hay más que ver los SMS, Whatsapp, Facebook, Twitter y otros medios para que si uno es de los que cuida la ortografía sufra un síncope.

Y no es lo peor. Los periódicos que antiguamente servían para pulir la ortografía aprendida a lo largo del bachillerato –aquel que abarcaba desde los 11 a los 16 ó 17 años– son ahora precisamente lo contrario y hasta los de más prestigio llenan sus páginas con disparates que dan una pobre y ajustada idea de los periodistas actuales.

Cada lengua tiene su propia música, eso lo sabe todo el mundo, y se está adoptando la del inglés en el español hablado y escrito. En aquél, es facilísimo percibir cuándo algo es una pregunta o no lo es, casi cualquiera sabe que si escribo am I funny estoy preguntando y no hace falta siquiera poner el signo de interrogación; haga la prueba en cualquier traductor online escribiendo eso y verá cómo es el propio programa el que le coloca el signo de comienzo en su paso al español. Sin embargo, en nuestra lengua si usted escribe soy gracioso no hay manera de saber si está preguntando o afirmando. Pues igual ocurre con la entonación al hablar, en español se cambia la entonación desde el principio de la pregunta, por eso es rechazable que la práctica totalidad de los hablantes omita al escribir el signo de apertura en interrogaciones y exclamaciones, dejando al lector sin saber cómo entonar cuando la pregunta es larga. Parece que hacerlo bien poniendo el garabato al comienzo es un esfuerzo agotador. 

Si a eso le sumamos el uso inadecuado de palabras inglesas al verterlas al castellano, el desastre es seguro. De ahí que me produzcan escalofríos las traducciones apresuradas de colapse, bizarre, casual, dramatic, terrific, sympathy, etc. etc., por colapso, bizarro, casual, dramático, terrorífico, simpatía, en vez de derrumbe o desplome, extraño o raro, informal, espectacular, fenomenal o genial, compasión. Eso sin contar el uso del punto en vez de la coma decimal y la constante confusión entre el billón americano y el europeo, que hace que cada macrocifra que se lee en la prensa obligue a consultar en otra fuente fiable de qué va realmente, pues nuestros periodistas, en su ignorancia, se empeñan en llamar billón a los mil millones. Leí en una ocasión en El País el valor de la producción de la firma Tata de la India, y por aquello del mal uso de los billones, resultaba que ese valor era superior al PIB de los EE.UU., ¡pandilla de iletrados!

Pensándolo bien, he titulado erróneamente la entrada, pues no hay canibalismo entre el inglés y el español, sino que el pez pequeño –el español– se está precipitando a velocidad de vértigo entre las fauces del pez grande, que para más escarnio no tiene mayor interés en devorarlo.