11 octubre 2013

La inmigración africana

¿Es la solución para África que todos los africanos se vengan a vivir a Europa? Yo diría que no. Sin embargo, no parece ser ésa la opinión de muchos atacados por una epidemia de buenismo que arrasa España y, según parece, también Italia.

Asombro me produce leer en la prensa que muchos españoles se consideran corresponsables de la explotación y los abusos que durante siglos Europa ha practicado y practica en el continente negro, pero me pregunto qué sentimiento de paternalista superioridad les hace pensar que tienen parte en ese negocio.

Hasta donde yo sé, los territorios que España poseyó en África fueron: parte del actual Marruecos (el llamado protectorado español), lo que hoy se llama Guinea Ecuatorial, Sahara Occidental e Ifni. España como potencia colonial ha sido siempre poco afortunada, pese a comportarse bastante mejor de lo que lo han hecho las otras –Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal, Italia y Alemania–, obteniendo menos beneficios en los tiempos coloniales y no dejando una red económica tras las descolonizaciones que asegurara la continuación del dominio y la explotación.

Fuimos tan malvados con Guinea que durante la colonia les comprábamos el cacao a precio superior al del mercado internacional, tenían la renta per cápita más alta del continente y finalmente se les concedió una constitución antes de que España la tuviera, todavía recuerdo la envidia que pasamos quienes vivíamos bajo el franquismo. Cuando accedieron a la independencia –se cumplen ahora 45 años (12 de octubre de 1968)– se instauró una dictadura, se arrojaron de inmediato en brazos de Francia y más tarde en los de EE.UU., que es quien ahora se beneficia de su riqueza petrolífera sin que le importe mucho la falta de derechos humanos y las atrocidades del régimen. Es un país que ya no tiene nada que ver con nosotros.

Ifni nos costó una guerra con Marruecos, que se apropió definitivamente del territorio en 1969, pero previamente tuvimos la oportunidad de verificar la lealtad del aliado americano que no permitió que se emplearan allí las armas que España les había comprado con anterioridad, y eso costó vidas españolas. Era un aperitivo de lo que tiempo más tarde lograría, tras años de hostilidades contra las tropas españolas, al organizar la marcha verde y hacerse con el Sahara español. Todo con la complacencia de EE.UU., que anteponía su aliado marroquí a cualquier consideración hacia España. Me parece justo que apoyemos en la ONU el derecho de los saharauis al referendum prometido (y no realizado por no molestar a Marruecos), me parece humano acoger en verano a sus niños, que no conocen más que el polvo del desierto y la escasez, pero me pone los pelos de punta contemplar que hay quienes casi propugnan que España le declare la guerra a Marruecos en defensa de los saharauis, los mismos que mataron tantos soldados y pescadores de aquí. Una cosa es ser humanitarios y otra ser tontos.

¿Qué tiene que ver la historia de la presencia española en África con la explotación inhumana en el Congo Belga, las crueles guerras de Angola y Argelia, el apartheid en Sudáfrica, etc.? Absolutamente nada y es más, actualmente no hay una sola empresa española de cierta importancia que explote riquezas de aquellos territorios. Todo lo contrario de la infiltración económica que las otras antiguas metrópolis mantienen y que hace que, ellos sí, puedan sentir algún remordimiento por la situación actual de los pueblos de África. Que compartamos ese sentimiento de culpabilidad es simplemente ridículo.

Llevamos años soportando las oleadas de inmigrantes que en embarcaciones de todo tipo y por otros medios tratan de entrar en Europa, procedentes en su casi totalidad de ex-colonias británicas y francesas. Podía hacerse un poco la vista gorda cuando la euforia económica, pero actualmente no están las cosas para ligerezas. Europa, que utiliza a España, Italia y Grecia como guardianes de la frontera sur europea, debe buscar una solución al problema que de ninguna manera pasa porque sean los países sureños quienes carguen mínimamente con el esfuerzo y el coste de rechazar o admitir a quienes llegan, en la mayoría de las ocasiones con la intención de continuar hacia Alemania o Noruega y en algún caso, declaran con toda frescura –lo he visto en televisión– que están mejor aquí como manteros que en sus países de origen.

Ahora, lo ocurrido en las cercanías de Lampedusa ha puesto en primer plano la cuestión y son muchos los que claman para que asumamos parte del esfuerzo y de la culpa. Ni mucho menos debe ser así, no podemos acoger a un continente entero y lo adecuado es que se arreglen las cosas en sus países de origen en vez de trasladarse todos a Europa. No se trata de ser inhumanos ni carecer de solidaridad, pero lo cierto es que me siento mucho más solidario con quienes ya viven aquí pasando penurias –esos 3 millones de pobres– que con quienes, no se olvide, tratan de saltarse las leyes vigentes en materia de inmigración, con la intermediación de mafias.

Por encima de cualquier sentimiento debe imponerse la lógica: no podemos acogerlos a todos y por cada uno que logra quedarse, hay cincuenta que se animan a imitarles. Basta de importar pobres e iletrados, por más que a ciertos empresarios les interese.

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