29 diciembre 2013

Jugar con muñecas

He visto estos días en la prensa un artículo –feminista militante, por supuesto– en el que se afirmaba con rotundidad que las niñas ya no querían jugar con muñecas y que lo adecuado era darles juguetes de otro tipo, tales como cascos de mineros o cinturones para herramientas, desterrando por vejatorias todas las muñecas y elementos que las suelen acompañar.

Cuando mis hijas eran pequeñas, yo tuve una idea algo parecida y por eso les puse por reyes desde una carabina Winchester que disparaba ventosas hasta una caja de herramientas con alicates, destornilladores y todo esos instrumentos de verdad, pero ni de lejos se me ocurrió hacerles prescindir de las muñecas que también me parecían apropiadas para ellas, porque una cosa es que las mujeres deban ser iguales en derechos, pero iguales –a secas, como pretenden algunas– ni hablar.

Cuando yo era niño, digamos desde los 7 a los 12 años, casi convivía con una prima hermana siete años mayor que yo. Ni a ella, ni a mí, ni a mi hermana año y medio menor que yo, nos parecía inadecuado jugar al tejo o a los indios, y a ratos tanto mi prima como mi hermana jugaban juntas a las muñecas; ahí sí que yo me retiraba quizás para jugar solo o con amigos en un estilo más violento. ¿Pueden imaginarse actualmente a una niña de –pongamos– 17 años jugar al tejo? Yo diría que se indignaría desde su indiscutida madurez y se largaría a mandar whatsapps, hacer botellón o ir a la disco, actividades mucho más apropiadas, sensatas y trascendentes que eso de jugar al tejo. Para colmo el tejo es gratis, a ver qué gracia tiene eso.

Hay que tener mucho cuidado cuando se habla de estos asuntos, porque es normal que alguna fanática se arroje al cuello de uno con intenciones asesinas y total convencimiento de que si me elimina, elimina a un enemigo de la humanidad (al menos de su facción femeninamente fanática). Sé que me la juego.

Pero vamos a ver, ¿es que todo el mundo se ha vuelto loco?, ¿por qué traspasan a niños lo que es claramente una cuestión de adultos ya maduros?, ¿será verdad eso de que intentamos realizarnos en ellos, aunque sea al precio de privarles de infancia?, ¿qué prisa hay de que en vez de comportarse como niños normales lo hagan como adultos imposibles?

En el caso del sexo femenino se tropieza con la labor de una serie de enloquecidas feministas deseosas de conseguir que las niñas militen en su histérico posicionamiento, al igual que en África existen esos niños a los que se hace soldados y que actúan con mayor crueldad que sus mayores. Y no es lo único, el mayor mérito de estas activistas es destrozar nuestro idioma para que finalmente sólo queden unos despojos que puedan ser fácilmente digeridos por otras lenguas invasivas.

En otro artículo ese mismo día se trataba acerca de los llamados libros de estilo que han dado en publicar todo tipo de organismos y entidades, desde periódicos a sindicatos, desde gobiernos autonómicos a grandes empresas. Lo más gracioso es que en las instrucciones para el uso de esos libros es normal que se usen los genéricos sin separar masculino y femenino como después aleccionan en el contenido. Lo peor es que estos libros están normalmente escritos por seres totalmente ajenos a la lengua y la gramática, iletrados absolutos, y disponen sobre la materia tan peligrosamente como un mono que jugara con una bomba. Así se entiende que haya quienes sugieran que cada vez que un sustantivo termine con la letra o se sustituya por el signo @ –niñ@, ciudadan@, etc.–, pasando por alto que eso no es una letra y que llevamos siglos utilizando el alfabeto que ahora ellos pretenden cargarse con la mayor alegría e irresponsabilidad del mundo.

Había incluso quien encontraba cierta masculinidad en la palabra juez (¿la z quizá?) y por lo tanto sostenía que cuando se tratara de una mujer se usara necesariamente jueza (¿por qué no también juezo y abandonamos la original por obsoleta?). No quiero caer en la repetición de tópicos, pero me veo obligado a recordar que ni un solo hombre ha propuesto jamás que se diga o escriba policío, dentisto, víctimo, oportunisto, periodisto, etc. cuando hagan referencia a varones. Continuaban en el texto los desatinos diciendo –por ejemplo– que en vez de los habitantes de Soria debería decirse las personas que habitan en Soria, para evitar ese artículo masculino que al parecer ofende a muchos-muchas (personas es femenino, que es de lo que se trata). Claro que después de lo de miembras que proponía aquella ministra que combinaba analfabetismo con feminismo, qué cabe decir. Pena de bozales…

¿Conocen el caso de las fiestas de Irún llamadas “El alarde”? Bueno, ya hablaré sobre eso otro día.

25 diciembre 2013

Un cambio de sentido

Lo que voy a contar es real como la vida misma, pero para evitarme esfuerzo dejaré que cada uno le busque, si quiere, la similitud que considere oportuno con la actualidad española.

Vivo en una calle relativamente corta, apenas 150 metros y mi casa está en un extremo de ella, concretamente por el que se entra en la calle desde otra vía principal. La calle se encuentra en Madrid, no en Cataluña como pudiera parecer. Tanto los que en mi casa vivimos como los que se encuentran en la de al lado debemos soportar la incomodidad de que para ir a la vía principal a la que debemos dirigirnos para ir casi a cualquier lugar debemos dar una vuelta completa a la manzana, con varios pasos de cebra, intersecciones y otras dificultades que hacen perder unos minutos en cada salida en coche.

El caso es que los vecinos de la casa de al lado –como la mía, de diez viviendas– aprovecharon hace años una junta de su comunidad para plantear quiénes entre ellos estaban a favor de solicitar al ayuntamiento un cambio en el sentido de circulación de la calle y el resultado fue positivo por mayoría –que no unanimidad– de los que en esa casa moraban, así que formularon esta petición a la junta municipal apoyándose además en que, según cuentan, antes de ser totalmente edificada la calle –allá por 1969– tenía el sentido que ellos pretendían imponer a todos los demás. Y digo imponer porque lo que para estos vecinos era una ventaja quizás no lo era tanto para los del extremo opuesto de la calle.

Sin más recabar el acuerdo de todos los que habitaban la misma vía, solicitaron del ayuntamiento que llevara a cabo este cambio. Olvidaban que nuestro ayuntamiento tiene por uso y costumbre no escuchar ni atender las peticiones de los ciudadanos y en este caso se daba la carambola de que resultaba lo apropiado, pues hubiera sido un atropello que el capricho de unos –aun en el supuesto de que hubieran contado con una argumentación válida– impusiera una medida a otros vecinos de la misma calle que sólo hubieran sido espectadores en el proceso.

Afortunadamente, nadie había hecho de la cuestión un asunto fundamental en su vida, así que pronto se olvidó y seguimos como siempre, es decir, con el mismo sentido circulatorio y cada día más baches. Por suerte no había líderes dispuestos a provocar una yihad por este asunto del cambio.

Si alguien se hubiera obsesionado con el cambio de sentido, quizás hubiera propuesto una consulta con dos preguntas:

1) ¿Cree que nuestra calle es una vía con circulación frecuente de vehículos?

2) En caso de respuesta positiva, ¿querría que se cambiara el sentido de circulación de la calle? 

Pero me da la sensación de que una consulta realmente democrática, supondría tener en cuenta el parecer de todos los que vivimos en la misma calle y posiblemente las contiguas y además no marear la perdiz con el truco de las dos preguntas.Y sobre todo, no jugar con eso de los sentidos.

22 diciembre 2013

Aborrezco la Navidad

No se trata de una cuestión religiosa, sino de que cada año al acercarse estas fechas el desagrado que siento es mayor, mayor la depresión que me invade y mayor el deseo de marcharme a algún país en el que esto de la Navidad no penetre inevitablemente (¿el Tibet, Mongolia Exterior, quizás?)

Nunca me han entusiasmado estas celebraciones en las que necesariamente hay que seguir el dictado de lo que se considera normal, y por eso quizás detesto las fiestas locales, el día de-lo-que-sea, y por descontado esa ración enorme, ese empacho llamado navidades.

Tenía exactamente 14 años cuando al director de mi colegio le dio por convocar un ejercicio simultáneo de todo el colegio, que consistió en una redacción sobre el Día de la Madre, que entonces se celebraba en diciembre, el día 8, y que con posterioridad fue trasladado a mayo porque así se evitaba la cercanía de navidades, y a los comerciantes les conviene espaciar algo las compulsiones a comprar para que dé tiempo a reponerse el bolsillo y la avidez por el consumo. Ya se sabe, son los comerciantes los que deciden cuándo hay que emocionarse al pensar en la madre propia.

Hice mi redacción y el resultado fue que el director me convocó a su presencia y no precisamente para premiarme. En su despacho y de manera solemne me reprochó mi materialismo y mi descreimiento –ya se me veía venir– porque mi redacción había consistido en un ejercicio de protesta contra una celebración que yo consideraba mercantilizada y patrocinada por Galerías Preciados, que era la que entonces llevaba la batuta de todo este tinglado.

No fue un encuentro muy desagradable porque aquel hombre era buena persona –aunque con un carácter tremendo– y ya en una ocasión yo le había ganado al ajedrez un día en que faltó el profesor y él lo sustituyó con su persona y una improvisada competición de ese juego entre algún alumno voluntario –yo– y él mismo. Existía una especie de respeto mutuo.

El paso del tiempo no ha mejorado mis malísimos deseos hacia estas fiestas y desde luego que las circunstancias personales no han ayudado a hacerme cambiar. Cuando niño además la cosa era bastante diferente, pues primaba la parte familiar y religiosa sobre ese imperio del gasto y el regalo que es ahora y eso hacía que la aceptación fuera más fácil.

No puedo evitar sentir envidia de esos años del siglo XVII en que la celebración de la Navidad fue prohibida en Inglaterra y aquellos primitivos EE.UU. por considerarla frívola. Si aquella gente no se hubiera acobardado y aceptado su restauración, ahora la segunda quincena de diciembre sería una época de tranquilidad, reposo y contemplación, nada que ver con la desagradable realidad actual.

20 diciembre 2013

El mundo contra España (se van a enterar)

No hace falta que recuerde los hechos del quinquenio más terrible y agresivo del que yo tengo memoria –y ya cumplí unos años–, sabemos que al abrir el periódico vamos a encontrarnos inevitablemente con noticias desagradables y más todavía desde que el actual equipo de salvadores de este gobierno se hizo cargo de la tarea prometiendo poner orden.

No hay día en que no sepamos del hundimiento de algún banco –pillando en el derrumbre a nuestro dinero–, la quiebra de alguna gran empresa que creíamos a salvo de vaivenes, bajadas salariales de sectores completos, congelación de pensiones –subidas del 0,25% lo llama el PP–, subida del gas y electricidad, eliminación de beneficios sociales, éxito arrollador del libro de Belén Esteban, etc. No hay nada fuera del alcance de esta catástrofe sin precedentes, y los españoles hemos dado prueba de ser los más mansurrones del mundo occidental, parece que nada nos hará reaccionar violentamente –el único lenguaje que algunos entienden– ante tanto atropello, casi un genocidio. 

El gobierno continúa tirando de dinero del Fondo de Reserva de las pensiones y a finales de diciembre sacó 5.000 millones para pagar la extra de los pensionistas, el 20 de diciembre han sido otros 428 –una fruslería– y van en total 23.631 millones sisados desde que ocuparon el poder. Conviene recordar que Zapatero congeló una vez las pensiones para no verse obligado a retirar 1.000 millones de ese fondo, nada que ver con la alegría con que estos malhechores meten mano en la caja, algo que para ellos es normal porque les es familiar ese modo de actuar.

Hemos permitido sin pestañear que el gobierno entregue más de 60.000 millones a la banca para su recuperación al tiempo que aseguraba que a los ciudadanos no nos costaría un duro –palabra de Rajoy– y acabamos de saber que de los 9.000 millones entregados a Novagalicia Banco ya se dan por perdidos más de 8.000. Nada de esto nos hace perder la calma, nada de esto pone límite a nuestra cobardía y ahí tenemos a las encuestas que nos dicen –¡vivan las caenas!– que una gran mayoría de los que les votaron en las últimas elecciones volvería a dar su voto al PP.

Sin embargo puedo ver que al fin vamos a poner límite a tanto abuso: la UE se ha atrevido a atacar a lo que consideramos más sagrado, el fútbol, y ahí tenemos a los directivos de varios clubs encabezados por el Barcelona y el Real Madrid afirmando sin rubor que todo esto no es más que una confabulación contra España (y Cataluña) y los españoles (y catalanes). Que todos hayamos podido ver desde hace muchísimos años que se les consiente a los clubes de fútbol todo tipo de fechorías económicas, que se les permiten deudas escandalosas con la seguridad social y Hacienda, que a la vista de todos realicen operaciones urbanísticas que avergonzarían hasta a la Cosa Nostra, no importa; se trata del fútbol y el fútbol está más blindado a la hora de presentar cuentas que el propio rey. Estos canallas de la UE encabezados por ese mal español llamado Almunia –¡vasco tenía que ser!– no saben lo que se van a encontrar, pues por esta causa estamos dispuestos a derramar hasta la última gota de sangre.

18 diciembre 2013

Incongruencias

Una de las ventajas de hacerse mayor es que se ven las cosas con mejor perspectiva –al tiempo que se pierde vista– y lo que a uno le mortificaba cuando era más joven es contemplado con mayor estoicismo o, por decirlo llanamente, se pasa. La sangre ya no hierve como antes y es posible observar los acontecimientos con cierta ironía y hasta indiferencia, porque en resumidas cuentas, se es más inteligente, se sabe que no se puede cambiar la realidad.

Esto es lo que suele ocurrir, pero tengo la mala suerte de que nada de esto se cumple en mi caso, pues cada día soporto peor la estupidez generalizada y percibir eso me hace pensar que no me he vuelto más templado con la edad o que los años no pasan por mí (y sí que pasan, caramba).

¿Cuál es el idioma que se habla en España y que debería servir para que nos entendamos los unos y los otros?: ¡premio!, es el llamado por unos español y por otros castellano, me da lo mismo. Entonces, ¿por qué tenemos que estar sujetos al capricho y chantaje de las lenguas no comunes y decir y escribir Girona (pronúnciese yirona) en vez de Gerona?, ¿desde cuándo en nuestra lengua la “g” ha tenido ese sonido?; algo parecido sucede con A Coruña (en vez de La Coruña, no olvidemos que en castellano la a es una preposición que indica dirección o sentido), de manera que si queremos decir voy a A Coruña se produce una cacofonía desagradable y un absurdo lingüístico. Desconozco la gramática gallega, pero en portugués –que es el idioma en el que se mira el gallego–  esas dos aes se contraen en una sola à (a craseada se llama) y se dice vou à Corunha así, con acento grave en la a y variando ligeramente su pronunciación, porque es una contracción como nuestros al o del, pero claro está, como nuestra gramática es diferente nosotros tenemos que soportar topónimos y grafías extrañas al castellano y aplicar nuestras reglas, no otras.

Pero estos no son los únicos casos. Con Catalunya, Lleida, Euzkadi, Ourense, Gipuzkoa (sin u tras la g, sin c y sin acento, ahí queda eso) entre otros muchísimos topónimos, estamos siendo obligados a sustituir los nombres de toda la vida como Cataluña, Gerona, Lérida, Orense, Guipúzcoa, Vascongadas o País Vasco, etc., en un país en el que buena parte de sus habitantes se maneja mal con la gramática. Y no me vengan con eso del respeto a los nombres originales, porque en catalán dicen y escriben Aragó por Aragón, Terol por Teruel y Saragossa por Zaragoza, por poner sólo unos ejemplos con los que se evidencia que allí no se respeta la toponimia en castellano. Viene a cuento esa otra paradoja de que si alguien saca la bandera española en algún acto es casposo, si la bandera es de alguna de las autoproclamadas nacionalidades históricas es un progresista amante de sus raíces. Y conste que no me interesa ninguna bandera, pero es que hace falta tener desparpajo.

Hace muchísimos años conocía a una –entonces– simpática chica gallega, maestra en su tierra, que ya dio problemas en su momento negándose a dar las clases en castellano y que rompía las tradicionales buenas maneras lingüísticas de los gallegos, que hablaban en castellano cuando en la conversación participaba alguien que no hablaba gallego. Ella siempre usaba el gallego fuera con quien fuera y en su pueblo de Orense la miraban con cierta tierna condescendencia porque la consideraban medio perturbada. Ahora sería una heroína. El caso es que no me importaba, porque entonces yo estaba lleno de buena voluntad y el gallego se entiende tan fácilmente… Sí es cierto que sorprendía entonces porque externalizaba un rechazo hacia todo lo castellano que era difícil de comprender, sobre todo teniendo en cuenta que era su tierra la que había obsequiado a toda España con ese bienhechor de la humanidad llamado Francisco Franco Bahamonde.

Si alguien ha llegado hasta aquí leyendo esta entrada es bastante probable que se esté diciendo: ¿cómo es que este inútil se preocupa de estas cosas en vez de otras verdaderamente importantes, como por ejemplo, quién se llevará el próximo balón de oro?

¿Lo ve?, por eso me hierve la sangre.

13 diciembre 2013

Somos como hablamos

Ahora está de moda afirmar todo eso de que somos lo que comemos, pero nadie puede negar que resulta complicado conocernos simplemente porque nos comamos un huevo frito con patatas o una paella mixta. Lo verdaderamente fundamental a la hora de identificarnos y saber de qué vamos es la forma en que nos expresamos, la riqueza o pobreza de nuestro lenguaje.

Supongo que son mayoría quienes han leído Pigmalión de Bernard Shaw o visto su versión musical, la película My Fair Lady. En ambas, un tal Mr. Higgins sostiene que es posible adivinar el entorno social de una persona y la zona de la que proviene simplemente oyéndole hablar y que con tan solo mejorar esa manera de hablar puede ampliar sus horizontes al permitirle codearse con gente de más noble linaje.

Parece que en Inglaterra no es tan disparatado como pueda parecer, al menos en tiempos pasados, y hasta diría que con bastante aproximación en nuestro propio país es posible saber mucho de una persona por su manera de expresarse, no es tan difícil saber de dónde procede alguien simplemente por su acento o carencia de él. En cuanto a la riqueza de léxico, aunque va resultando cada día más difícil su atribución porque lamentablemente la pobreza de lenguaje se va extendiendo en toda la sociedad –nivelando por abajo– y cuesta distinguir por el habla a un pastor de ovejas de un licenciado en periodismo o un arquitecto, el caso es que siguen existiendo algunas pistas que nos apuntan al menos la vulgaridad en el habla y la facilidad para contagiarse de los latiguillos y vicios populares en la persona con la que hablamos.

Por desgracia, el asunto tiene mala solución, porque si hace años una persona que cuidara su habla era respetada, ahora hay un cierto empeño generalizado en vulgarizar el habla y hasta se califica de inmediato como pedante al que es cuidadoso en la expresión oral y se le diría afeminado si eso no fuera actualmente un signo de distinción social.

Tengo todas las papeletas para ser tachado de necio si digo que una pista válida es la frecuencia con que una persona dice eso de ¡venga! –en especial al despedirse– como si nos animaran a sobrellevar con cristiana resignación las contrariedades del día a día. Por supuesto, da una idea bastante cierta de quién habla el que diga «escuchar» (por oír), «punto y final» (por punto final), «mayoría de españoles» (por mayoría de los españoles), «gratis total» (por gratis) y tantos disparates comunes que la televisión se encarga de extender.

Como ha desaparecido el interés por el lenguaje, abundan los libros traducidos de manera infame y aunque la lectura no sea un vicio nacional, también contribuyen a que la forma de hablar sea cada vez más penosa. Todo un círculo muy vicioso o, más que vicioso, perverso.

Sin embargo hay algo en lo que, tengo que admitirlo, juegan un papel importante mis propios escrúpulos lingüísticos. Muchos saben que hay lugares de España –no voy a decir dónde por si me equivoco o se molestan– en los que los hijos llaman a los padres precisamente con esas palabras al dirigirse directamente a ellos, es decir, padre y madre, y no hablo de campesinos sino de personas que son de lo más urbano, conozco varios casos y siempre me pareció curioso porque yo y la mayoría de las personas de mi generación y posteriores siempre dijimos papá y mamá, aunque siempre me resultó algo cómica esa costumbre de algunos países de Hispanoamérica de referirse así a los padres ante terceros cuando quien habla tiene edad para ser abuelo, pero es así y por eso no podemos sorprendernos por oír a alguna persona de 50 años de por allí decir algo parecido a «…pues mi papá…». Todo esto son regionalismos sin importancia, pero lo que me pone los nervios de punta es la moda extendida de manera casi absoluta por toda España de los niños llamando a los padres de papi y mami. Pero vamos a ver, ¿de dónde se han sacado eso?, ¿se creen más modernos –los papás– por permitir que sus hijos los llamen así? La verdad es que suena a algo aprendido en su día de las películas, donde en el doblaje de las procedentes de EE.UU. ponían ese papi y mami para dar el toque guiri a imitación de daddy y mommy y que, puedo asegurarles, cuando lo oigo ahora me hace sentir ganas de soltarles una buena patada en el trasero a esos horteras progenitores.

08 diciembre 2013

La extremaprecaución

Hombre precavido
Recuerdo haber visto un episodio de los Simpson en el que el director del colegio, me parece que tras un accidente escolar de Bart, llama a la puerta de esa familia con un papel en la mano, cuando le abre la madre –Marge– hace una lectura rápida e intencionadamente ininteligible de algo escrito y cuando ella exclama ¿qué?, él añade leyendo «…si dice "qué" se entiende que acepta todos los riesgos y renuncia a reclamar».

Es un episodio de dibujos animados, pero tengo la sensación de que la realidad, como suele suceder, ha superado cualquier ficción.

Por aquello de mantenerme ocupado y preocupado, uno de mis meniscos ha decidido romperse en pedazos y eso ha supuesto la consulta al traumatólogo, las consabidas radiografías y resonancias magnéticas y la visita posterior en la que el especialista, a la vista de las pruebas, me ha dicho que inevitablemente debo operarme del maldito menisco. No estaría mal si yo fuera de esas personas a las que les encanta ir al quirófano aunque sólo sea por tener algo que contar, pero no es mi caso.

Hasta aquí todo normal y poco relevante, pues sin duda la cirugía del menisco no es muy de preocupar, pero sí resultan serlo las condiciones que me han obligado a firmar, en las que se dice que acepto sin más que puedo morir en la intervención y que incluso acepto que, si problemas circulatorios se presentaran, me sea amputada la extremidad. Para morir de risa.

Todos quitamos importancia a estos asuntos, pero lo cierto es que se les deja las manos libres para que cometan cualquier atrocidad, con cualquier resultado –incluso de muerte– sin que se les pueda reclamar por incompetencia o negligencia, pues de antemano ya hemos aceptado todos los riesgos.

Ganas dan de pedir la extremaunción ante tanta extremaprecaución, pues lo cierto es que casi-casi parece que se les descarga de la mínima responsabilidad sea cual sea la fechoría que cometan, y sólo espero que nada que yo haya podido decir en ningún momento molestara al médico, porque podría aprovechar la oportunidad para liquidarme sin tener que ofrecer más explicaciones; ya me gustaría a mí disponer de las mismas posibilidades con algunos que conozco.

¿Qué soy exagerado? Puede, pero resulta que en la actualidad padezco una seria secuela consecuencia de la inoperancia de cierto médico que me atendió tras un grave accidente hace ya más de 25 años, cuando me vi obligado a permanecer hospitalizado por dos meses. Y no es que yo lo valore así, es que otro médico del mismo centro me avisó de que el incidente que produjo la secuela fue provocado por un error del médico responsable. No hace falta que diga que sólo mi estado, poco solvente en aquellos tiempos, impidió que interpusiera la oportuna demanda exigiendo responsabilidades, y bien que me arrepiento ahora.

Pues ya saben, como suele decirse: ¡nos vemos! O no.

07 diciembre 2013

Nada como morirse

Ha muerto Mandela y como la proximidad del óbito era cosa cantada, no había periódico que no tuviera preparado un buen artículo con un montón de fotos, ni emisora de radio o televisión que no hubiese previsto  un largo reportaje. Los telediarios nos han aburrido con rutinarias loas a este hombre que mereció más ayuda en vida y menos plañideros al marcharse. Lamentablemente, la noticia de su fallecimiento ha tenido que compartir primera página con el sorteo realizado en Brasil para establecer quiénes serán los que se enfrentarán en los inicios del mundial de fútbol; vamos, lo que de verdad importa a nuestros activos conciudadanos. 

Me resulta desagradable presenciar cómo no hay prácticamente ningún político que le regatee elogios al tiempo que señala con insistencia las coincidencias entre él y el desaparecido. Nuestro Rajoy, líder indiscutido de los mediocres, alababa la lucha de Mandela por la igualdad olvidando quizá que él escribió hace muchos años en El Faro de Vigo un artículo en contra de la igualdad y que su forma de gobernar no parece sujetarse mucho a ese principio que dice respetar. Para que nada falte, Zapatero ha dicho que algunas de sus decisiones de gobierno las tomó pensando precisamente en el líder fallecido; por si nos ayuda a entender esas decisiones, ¿podría contarnos cuáles?

Pero no hay que asustarse, ya digo que todos sin excepción aprovechan la muerte del héroe sudafricano para arrimar el ascua a su sardina, objetivo fundamental en todas estas falsas penas. El presidente chino Xi Jinping recuerda el buen entendimiento entre el desaparecido y su país, ese país donde los derechos humanos son ignorados y que ostenta el triste récord de condenados a muerte y ejecutados año tras año. Allí Mandela no habría estado 27 años en la cárcel, porque lo habrían matado enseguida, sin más complicaciones.

El tal Putin, don Vladímir, señala que aquel siempre permaneció fiel a sus ideales de humanismo y de justicia. Y lo dice él, que sabe bien lo que es la carencia de ambas virtudes. 

El hipócrita de Obama, el mismo que atropella las libertades de casi todo el planeta, también considera al sudafricano un ejemplo para toda la humanidad al tiempo que prepara sus maletas para asistir al funeral, aprovechando que él también es negro y podrá apuntarse un tanto adicional por su cercanía racial al muerto.

No podía faltar Angela Merkel, y ya tuvo el gesto teatral de comparecer ante la prensa vestida de negro en señal de luto y reconoce que Mandela siempre estuvo en contra de la opresión, la misma que ella practica sin compasión sobre la Europa que no puede impedirlo y del brazo de quienes de verdad ostentan el poder: los indiscutidos, los del dinero.

En fin, estoy seguro de que hasta Berlusconi habrá tenido palabras de admiración hacia el personaje, porque si no hay vergüenza a la hora de cometer fechorías, cómo la va a tener nadie a la hora de aparentar lo que no siente. Caramba, si hasta he podido ver a Netanyahu pronunciar palabras de dolor por la muerte del luchador fallecido, señalando que éste siempre estuvo en contra del terrorismo (¿como el que Israel practicó y practica desde antes de ser un país?). Parece que un repentino ataque de amnesia le hace olvidar que su país y la Sudáfrica del apartheid fueron uña y carne.

Me pregunto: ¿dónde estaban todos estos admiradores, qué hacían, mientras Mandela se pudría en la cárcel y en Sudáfrica reinaba sin muchos problemas la segregación racial?, ¿cómo es que Isabel II está tan dolida por su muerte y olvida que ese sistema racista fue implantado de manera oficial en 1948, apenas 4 años antes de su coronación, sin que ella moviera nunca un dedo para atenuarlo? 

Pandilla de hipócritas...

02 diciembre 2013

Ese costoso capricho llamado AVE

Hace bastantes años, si no me equivoco pasan de veinte, comenzó a funcionar en España ese tren de alta velocidad que dieron en llamar AVE y recuerdo dos cosas: una, la satisfacción de saber que podría desplazarme desde Madrid a Sevilla en poco más de dos horas y media; la otra, algunos artículos en prensa que manifestaban la indignación de los barceloneses por no ser ellos los primeros que dispusieran de semejante adelanto. ¡Habrase visto!, un avance en transporte desperdiciado poniéndolo en la línea a Sevilla, dejando a Barcelona con un palmo de narices. Aquello era como plantar tulipanes en el desierto.

La verdad es que no suena muy bien eso de que el entonces presidente del gobierno español, un sevillano, decidiera que fuera su ciudad la primera en disfrutar de un invento tan maravilloso como el AVE, en vez de iniciar este proyecto con la ciudad mimada en tantas cosas, Barcelona, pero quizás no fuera sólo amor a la patria chica lo que hiciera que se tomara esa decisión, sino que precisamente por ser Andalucía una región tradicionalmente apartada de todo progreso se esperaba que ese tren supusiera un empujón para sacar a esa tierra de tanto abandono. Y eso no parece tan disparatado al menos en cuanto a intencionalidad y acierto en la elección.

Por encima de tanta buena voluntad y tanto desacuerdo, lo cierto es que se desató una carrera entre todos los politiquillos para conseguir que el AVE llegara a su ciudad o región, aunque fueran lugares que a nadie interesara para visitar y donde esas prisas por llegar de un lugar a otro están poco arraigadas. Sinceramente, a mí hacer Sevilla-Madrid en 4 horas me parece más que suficiente, teniendo en cuenta el ahorro que supondría en todos los capítulos; claro que quien dice esto llegó a tardar en ese trayecto entre 10 y 12 horas en trenes a los que curiosamente llamaban "expreso" o "rápido".

España casi triplica a Alemania en número de aeropuertos, ¿para qué? Casi nadie se paró a pensar en todos los inconvenientes que el tren de alta velocidad arrastraba: con su puesta en marcha se eliminaban los trenes más tradicionales, con la insana intención de empujar a los usuarios a utilizar el ferrocarril maravilloso, por supuesto que pagando muchísimo más de lo que costaban los no tan rápidos. Incluso se daba la paradoja de que trenes modernos como el Talgo eran suprimidos de inmediato, para tratar de hacer del AVE un medio de uso normal. Pero, vamos a ver, ¿cómo va a ser normal pagar un precio tan elevado por llegar algún tiempo antes?, ¿no existía ya el avión?, ¿tanta prisa tenemos que no podemos soportar tardar 5 horas en un viaje Madrid-Sevilla en vez de las 2h35 que se lleva el AVE?, aparte de los ecologistas ¿alguien se ha parado a pensar en la diferencia de consumo de energía y gastos de mantenimiento entre un tren tradicional y el AVE? Sinceramente, cuesta entender cómo se limita la velocidad máxima a los automóviles con la excusa fundamental del aumento del consumo de combustible y nadie pone reparos al consumo de esos trenes, que además necesitan de unos sistemas de seguridad, vigilancia y mantenimiento muy superiores. De ahí que pese a los precios elevados de los billetes, todas las líneas que existen son deficitarias y para entender esto no hay más que comparar sus niveles de ocupación con los de sus similares en Francia, el único país de Europa que también se empeñó en la implantación de la alta velocidad y donde las líneas son rentables por su alta ocupación.
nº de pasajeros en millones

Va siendo penoso contemplar cómo la alta velocidad va quedando reservada a países con bajos niveles de desarrollo mientras que países ricos y desarrollados descartan o paralizan la instalación de nuevas líneas.

¿Cuáles son los que en este momento planean líneas de alta velocidad? Pues fíjense, Arabia Saudí, Brasil, China, Turquía… Como para dar que pensar.

Hay en Internet muchos artículos acerca de la rentabilidad del AVE, por ejemplo éste.