18 diciembre 2013

Incongruencias

Una de las ventajas de hacerse mayor es que se ven las cosas con mejor perspectiva –al tiempo que se pierde vista– y lo que a uno le mortificaba cuando era más joven es contemplado con mayor estoicismo o, por decirlo llanamente, se pasa. La sangre ya no hierve como antes y es posible observar los acontecimientos con cierta ironía y hasta indiferencia, porque en resumidas cuentas, se es más inteligente, se sabe que no se puede cambiar la realidad.

Esto es lo que suele ocurrir, pero tengo la mala suerte de que nada de esto se cumple en mi caso, pues cada día soporto peor la estupidez generalizada y percibir eso me hace pensar que no me he vuelto más templado con la edad o que los años no pasan por mí (y sí que pasan, caramba).

¿Cuál es el idioma que se habla en España y que debería servir para que nos entendamos los unos y los otros?: ¡premio!, es el llamado por unos español y por otros castellano, me da lo mismo. Entonces, ¿por qué tenemos que estar sujetos al capricho y chantaje de las lenguas no comunes y decir y escribir Girona (pronúnciese yirona) en vez de Gerona?, ¿desde cuándo en nuestra lengua la “g” ha tenido ese sonido?; algo parecido sucede con A Coruña (en vez de La Coruña, no olvidemos que en castellano la a es una preposición que indica dirección o sentido), de manera que si queremos decir voy a A Coruña se produce una cacofonía desagradable y un absurdo lingüístico. Desconozco la gramática gallega, pero en portugués –que es el idioma en el que se mira el gallego–  esas dos aes se contraen en una sola à (a craseada se llama) y se dice vou à Corunha así, con acento grave en la a y variando ligeramente su pronunciación, porque es una contracción como nuestros al o del, pero claro está, como nuestra gramática es diferente nosotros tenemos que soportar topónimos y grafías extrañas al castellano y aplicar nuestras reglas, no otras.

Pero estos no son los únicos casos. Con Catalunya, Lleida, Euzkadi, Ourense, Gipuzkoa (sin u tras la g, sin c y sin acento, ahí queda eso) entre otros muchísimos topónimos, estamos siendo obligados a sustituir los nombres de toda la vida como Cataluña, Gerona, Lérida, Orense, Guipúzcoa, Vascongadas o País Vasco, etc., en un país en el que buena parte de sus habitantes se maneja mal con la gramática. Y no me vengan con eso del respeto a los nombres originales, porque en catalán dicen y escriben Aragó por Aragón, Terol por Teruel y Saragossa por Zaragoza, por poner sólo unos ejemplos con los que se evidencia que allí no se respeta la toponimia en castellano. Viene a cuento esa otra paradoja de que si alguien saca la bandera española en algún acto es casposo, si la bandera es de alguna de las autoproclamadas nacionalidades históricas es un progresista amante de sus raíces. Y conste que no me interesa ninguna bandera, pero es que hace falta tener desparpajo.

Hace muchísimos años conocía a una –entonces– simpática chica gallega, maestra en su tierra, que ya dio problemas en su momento negándose a dar las clases en castellano y que rompía las tradicionales buenas maneras lingüísticas de los gallegos, que hablaban en castellano cuando en la conversación participaba alguien que no hablaba gallego. Ella siempre usaba el gallego fuera con quien fuera y en su pueblo de Orense la miraban con cierta tierna condescendencia porque la consideraban medio perturbada. Ahora sería una heroína. El caso es que no me importaba, porque entonces yo estaba lleno de buena voluntad y el gallego se entiende tan fácilmente… Sí es cierto que sorprendía entonces porque externalizaba un rechazo hacia todo lo castellano que era difícil de comprender, sobre todo teniendo en cuenta que era su tierra la que había obsequiado a toda España con ese bienhechor de la humanidad llamado Francisco Franco Bahamonde.

Si alguien ha llegado hasta aquí leyendo esta entrada es bastante probable que se esté diciendo: ¿cómo es que este inútil se preocupa de estas cosas en vez de otras verdaderamente importantes, como por ejemplo, quién se llevará el próximo balón de oro?

¿Lo ve?, por eso me hierve la sangre.

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