25 diciembre 2013

Un cambio de sentido

Lo que voy a contar es real como la vida misma, pero para evitarme esfuerzo dejaré que cada uno le busque, si quiere, la similitud que considere oportuno con la actualidad española.

Vivo en una calle relativamente corta, apenas 150 metros y mi casa está en un extremo de ella, concretamente por el que se entra en la calle desde otra vía principal. La calle se encuentra en Madrid, no en Cataluña como pudiera parecer. Tanto los que en mi casa vivimos como los que se encuentran en la de al lado debemos soportar la incomodidad de que para ir a la vía principal a la que debemos dirigirnos para ir casi a cualquier lugar debemos dar una vuelta completa a la manzana, con varios pasos de cebra, intersecciones y otras dificultades que hacen perder unos minutos en cada salida en coche.

El caso es que los vecinos de la casa de al lado –como la mía, de diez viviendas– aprovecharon hace años una junta de su comunidad para plantear quiénes entre ellos estaban a favor de solicitar al ayuntamiento un cambio en el sentido de circulación de la calle y el resultado fue positivo por mayoría –que no unanimidad– de los que en esa casa moraban, así que formularon esta petición a la junta municipal apoyándose además en que, según cuentan, antes de ser totalmente edificada la calle –allá por 1969– tenía el sentido que ellos pretendían imponer a todos los demás. Y digo imponer porque lo que para estos vecinos era una ventaja quizás no lo era tanto para los del extremo opuesto de la calle.

Sin más recabar el acuerdo de todos los que habitaban la misma vía, solicitaron del ayuntamiento que llevara a cabo este cambio. Olvidaban que nuestro ayuntamiento tiene por uso y costumbre no escuchar ni atender las peticiones de los ciudadanos y en este caso se daba la carambola de que resultaba lo apropiado, pues hubiera sido un atropello que el capricho de unos –aun en el supuesto de que hubieran contado con una argumentación válida– impusiera una medida a otros vecinos de la misma calle que sólo hubieran sido espectadores en el proceso.

Afortunadamente, nadie había hecho de la cuestión un asunto fundamental en su vida, así que pronto se olvidó y seguimos como siempre, es decir, con el mismo sentido circulatorio y cada día más baches. Por suerte no había líderes dispuestos a provocar una yihad por este asunto del cambio.

Si alguien se hubiera obsesionado con el cambio de sentido, quizás hubiera propuesto una consulta con dos preguntas:

1) ¿Cree que nuestra calle es una vía con circulación frecuente de vehículos?

2) En caso de respuesta positiva, ¿querría que se cambiara el sentido de circulación de la calle? 

Pero me da la sensación de que una consulta realmente democrática, supondría tener en cuenta el parecer de todos los que vivimos en la misma calle y posiblemente las contiguas y además no marear la perdiz con el truco de las dos preguntas.Y sobre todo, no jugar con eso de los sentidos.

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