19 marzo 2014

El libro sagrado

Hace tiempo que dediqué varias entradas de este blog (ver a la derecha en «etiquetas»: Creencias) a ese curioso texto llamado Biblia y por lo tanto si esto lo leyera alguien que ya conociera lo anterior tendría quizás motivos para decirme que soy un pesado.

Jaredíes
Hay muchísimas posibilidades de que yo sea efectivamente un pesado, pero hay que admitir que no lo soy ni de lejos tanto como quienes elaboraron ese libro y quienes lo enarbolan desde entonces casi siempre para agredir o abroncar, incluso para dar muerte, pues en su nombre se han cometido más crímenes que por ninguna otra idea en toda la historia de la humanidad.

El integrismo puede ser a veces pintoresco, como es el caso de los jaredíes –ultraortodoxos judíos–, esos patriotas israelíes sublevados porque el estado pretende que hagan el servicio militar como todos los demás, quitándoles tiempo para el estudio del librito, que los judíos llaman Tora. La verdad es que no les envidio, cierto que se libran de sus deberes cívicos y tienen resuelta su vida en el aspecto económico, pero el precio a pagar por esas ventajas es un trastorno mental del que no se vuelve. La prueba está en esos sombreros y esos ricitos y, más aún, esos implantes de barba que llevan a cabo los barbilampiños porque creen que sin ese atributo capilar no pueden ser buenos rabinos ni aparentar sabiduría.

Como ya dije en una entrada de no hace mucho tiempo, he tenido que operarme de un menisco y el médico que lo ha hecho es sin duda un tipo agradable. Otra cosa es su competencia, pues me operé a principios de diciembre, he tenido que repetir operación hace unos días y a estas alturas continúo con problemas, dolores y cojera.

Pero eso sí, no está muy claro que el médico sea de lo mejorcito, pero sin duda es un erudito en otras materias. En el transcurso de las curas del post-operatorio, me enteré de que era judío y que hablaba seis idiomas, algo poco frecuente, pero menos frecuente todavía si tres de esos idiomas son el arameo, el hebreo y el árabe.

No tengo muy claro si este tipo es judío practicante o se ha pasado al catolicismo, no me atrevo a preguntarle y sus manifestaciones me hacen pensar a veces que es de una religión y a veces de la otra. El caso es que como a mí me pasa de todo, me interrogó acerca de mis conocimientos bíblicos porque casualmente cuando él estudió arameo en Israel, su tesis versó sobre el sacrificio de Abraham en la persona de su hijo Isaac. Tuve suerte porque eso sí que me lo sabía y únicamente mostré una laguna al ignorar que ese sacrificio no consumado tuvo lugar en las cercanías de lo que más tarde sería Jerusalén y su tesis establecía un paralelismo entre ese sacrificio y el que (?) más tarde hizo dios padre en la persona de su hijo Jesucristo. Todo muy formativo y yo diría que para morirse de espanto.

De espanto porque me parece difícil de creer que un hombre de ciencia que ha viajado por muchos lugares, que habla tantas lenguas, que ha vivido en otros países, etc. pierda el tiempo estudiando arameo –ahora en cada visita me suelta frases en arameo, no es broma– y me pregunta por otros fragmentos de las Escrituras de los que no tengo ni idea y mucho menos porque la pregunta la hace citando el libro, capítulo y versículo.

Hacía muy bien la iglesia católica cuando amenazaba de muerte a quien se atreviera a leer la Biblia, porque una mente sana puede quedar bloqueada ante tal exhibición de maldad y despotismo y una mente medianamente enferma puede acabar abrazando cualquier extravío.

No se trata de exagerar ni de amedrentar, simplemente comience a leer la Biblia y si no muere de aburrimiento y horror tras leerse algunos de sus libros, dedique un rato a reflexionar sobre eso que ha leído y como se dice ahora, hágaselo ver

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