26 febrero 2015

Llegaron los turistas. Se acabó el turismo

Hice mi primer viaje al extranjero allá por los 60, cuando aún el franquismo miraba con ojos de sospecha al que quería viajar al exterior y fue con un pasaporte válido sólo para un mes y por descontado con aquella coletilla impresa con un sello en las primeras páginas que decía: no válido para Rusia y países satélites. Más adelante, en los pasaportes más modernos, y como eso de países satélites resultaba un tanto críptico, fue sustituido –bajo el epígrafe de “este pasaporte es válido para”– por un sello que decía TODO EL MUNDO y a continuación añadía “excepto” y ahí se relacionaban los países del lado oscuro como Albania, Mongolia exterior, Rep. Popular China, U.R.S.S., Yugoslavia, etc. etc.

Nada de eso me afectaba, porque yo seguía el catecismo de los españoles de entonces; Portugal no era un extranjero de verdad, había que ir a un extranjero auténtico y eso significaba París, el hogar de todos los libertinajes y la torre Eiffel. Fuimos un amigo y yo en tren, debiendo transbordar en Hendaya y como cabía esperar llegamos hechos polvo a una residencia de estudiantes en la rue Jean Jacques Rousseau con cinco camas por habitación, pura privacidad. Eso sí, la torre Eiffel no estaba todavía saturada de visitantes y usted podía, si le apetecía, arrojarse saltando graciosamente la barandilla de una de las plataformas visitables, porque aún no existían esas mallas metálicas que a mí me hacen sentir claustrofobia.

Pese a todo, aquello era turismo. Pocos visitantes en monumentos y museos, uno se desenvolvía felizmente por la ciudad con sólo las limitaciones impuestas por un conocimiento deficiente del francés, pese a que era el idioma estudiado en el colegio.

Nada que ver con lo actual, en el que el turismo se ha transformado en una industria de producción en serie y en el que el turista es movilizado por las agencias como si de una mercancía se tratara (ya sé que no siempre es así, Ángel). Eso por no hablar de los divertidos aeropuertos y sus humillantes inspecciones, los aviones y sus confortables asientos. Quizás sea París la ciudad extranjera que más veces he visitado y he comprobado cómo en cada nuevo viaje la cosa estaba peor que en el viaje anterior, aunque lo cierto es que París es tan bonito que más que una ciudad parece un parque temático, como por razones diferentes también lo parece Nueva York.

Ahora se viven tiempos de turismo de masas y hay que aceptar como cosa natural que si usted visita –por ejemplo– el puente Carlos en Praga, tenga que abrirse paso a codazos para desplazarse de un lado a otro, que hacer una foto resulte casi imposible porque habría que poner vallas como las de la policía. También puede plantarse en el puente antes de las ocho de la mañana, pero lo considero incompatible con el placer que asocio a las vacaciones.

Comprendo que todo el mundo quiere viajar, aunque sea pidiendo un crédito para hacerlo o prescindiendo de lo preciso, y que hay que ir tachando países y ciudades que vamos conociendo, en ese álbum imaginario, como aquello que decíamos de NOLO y SILO, la cuestión que me planteo es si esos turistas conocen aceptablemente su propio país. Por otro lado, si dicen los químicos que un medio queda contaminado con la presencia de sólo un elemento extraño, imaginen cómo está ahora Venecia, la Capilla Sixtina, el Empire State, el Louvre, etc. Colas, colas, colas… Leí hace poco no recuerdo dónde, que era imposible acercarse a la Gioconda porque una masa de gente, aparentemente inamovible y nada permeable, permanecía de espaldas al cuadro haciéndose la inevitable autofoto (selfie para los políglotas) precupándose tan solo de que su rostro quede contiguo al cuadro en el plano de la foto. De hecho yo he vivido esa situación de hormiguero –pero sin autofotos– hace unos tres años. Curiosamente, la cercana Victoria de Samotracia permanecía casi solitaria.

Por eso fundamentalmente, me resisto como puedo a los asaltos de mi mujer, que reclama desplazamientos a donde sea (excepto África y “países” satélites) y sé que tendré que ceder, pero creo que el turismo de verdad ya no existe, aquellos románticos viajeros europeos del XIX, los primeros turistas, son ya más utopía que historia. 

22 febrero 2015

La letal Alemania

Laboriosos alemanes ejerciendo de tales,
menos uno que dispara contra Zeus
Que los alemanes son laboriosos, organizados y disciplinados es algo que no creo que nadie discuta, pero de ahí a tenerlos como referente a imitar por parte de cualquier país va una distancia enorme. Incluso convendría que los medios de comunicación dedicasen su atención a abrir los ojos de la ciudadanía, habitualmente convencidos de que si todos fuéramos como Alemania otro gallo nos cantaría.

Para empezar, parece que nos olvidamos constantemente de que ese país modélico es el principal actor de las dos guerras mundiales y directamente provocó la segunda, cuyo saldo fue una Europa arrasada y arruinada y casi cien millones de muertos, sin olvidar que probablemente sin la ayuda de Hitler no habría habido guerra civil en España, pues la cosa se habría limitado a un golpe de estado que, al fracasar, no habría pasado a guerra al no disponer los golpistas de armas y apoyos. Como travesura, la aventura de los alemanes no es una minucia y creo que hace que esa balanza con la laboriosidad y disciplina de un lado se incline hacia el opuesto, el de los daños y consecuencias de su belicosidad. Ni siquiera los turcos en su etapa más agresiva (siglo XVII), Napoleón cuando invadía todo, o los españoles cuando les dio por declararle a guerra a todos los que no iban a misa, causaron un daño parecido. Una cosa es que dejemos a un lado la mortandad causada por los alemanes no es cosa de pensar en ello cada día al levantarnos y otra muy diferente que lo olvidemos. Recuerdo lo que decía Woody Allen en una de sus películas: cada vez que escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia. Puede que no se llegue a tanto, pero así se mueven más o menos esos ciudadanos a los que tanto admiramos.

Da que pensar lo que descubro según leo la historia de ese país modélico y hoy llega la gota que colma el vaso en forma de un artículo periodístico donde se desmenuza cómo Alemania se ha comportado en lo relativo al dinero, con detalles que en su mayoría he podido comprobar en otras fuentes.

Por abordar sólo el problema más inmediato, resulta que sólo la deuda con Grecia contraida con motivo de los daños causados durante la ocupación alemana alcanzaría y superaría la actual deuda griega a la Unión Europea, de hecho el economista francés Jacques Depla, asesor del gobierno de Sarkozy, la estima en un valor actual superior a los 575.000 millones de euros, 162.000 millones según otras fuentes claramente moderadas. Pero es que hay más. Durante esa ocupación, con un gobierno títere impuesto por Alemania, se obligó a Grecia a concederles un préstamo equivalente a 3.000 millones de euros actuales (476 millones de marcos de entonces), que nunca ha sido devuelto. "Si se aplica –se dice– el interés medio de los bonos estadounidenses como punto de referencia, la cantidad que Alemania debería pagar a Grecia sería de 163.800 millones de dólares", otras fuentes más templadas lo cifran en 54.000 millones, creo que sin contar intereses.

Alguien podría inclinarse por exclamar, ¡pero por favor, esa deuda es de cuando Alejandro Magno! Pues ni mucho menos; ni las finanzas internacionales tienen un tempo como el que tenemos las personas, ni las deudas se perdonan por las buenas. Como ya decía otro día, no ha sido sino hasta 2010 que Alemania ha terminado de pagar la deuda que tenía con sus acreedores al terminar la 2ª GM y que en parte provenía de la 1ª GM. No quiero ser pesado, pero es bueno volver a decir que esa deuda tuvo una quita del 62,6% y que Grecia (y España) estaba entre los que perdonaron. Supongo que no tuvo otra opción, como la España franquista.

Es peligroso meterse a comentar nada relacionado con Israel, pero no está de más recordar también que desde 1951 Alemania sigue pagando indemnización a Israel por los judíos muertos durante la guerra, según el Acuerdo de Luxemburgo. Se trata de un caso insólito en el derecho internacional, puesto que Israel no existió como país hasta 1947. Claro que no es lo mismo indemnizar a los poderosos judíos que a los débiles griegos.

No es tan difícil ni milagroso que un país se recupere tras una guerra terrible si, como Alemania, recibe el perdón de buena parte de sus deudas y las enormes ayudas que le llegaron con el Plan Marshall, ése que nosotros vimos pasar de largo porque aquí los fascistas seguían en el poder.


Para leer artículos sobre el asunto de la deuda, basta pinchar aquí o aquí o incluso aquí

17 febrero 2015

Adiós, crisis. Hola, mentirosos

El fin de la crisis que llevamos arrastrando desde hace bastantes años es como el punto G: algo de lo que todo el mundo habla, con lo que muchos parecen emocionarse, pero que nadie ha demostrado que sea real. Que el gobierno que sufrimos y sobre todo su presidente, no pare de proclamar que la crisis está prácticamente terminada no es más que otra de esas falacias a las que nos tienen acostumbrados.

¿Puede hablarse de ese final si tenemos con mucho el porcentaje de parados más alto de Europa y según dicen hasta los más optimistas, ese porcentaje no bajará del 20% hasta 2020 o 2021?, ¿de verdad ese porcentaje es un horizonte esperanzador para los españoles?, ¿es que no saben que hay casi 13 millones de españoles al borde de la pobreza o ya plenamente en ella?, ¿no les da vergüenza hablar de recuperación?  

Lo de que si no les da vergüenza por descontado que es una pregunta retórica, a estas alturas se sabe que la vergüenza es un sentimiento del que este gobierno y su partido carece totalmente, no porque yo lo diga, sino porque ellos se han tomado un gran esfuerzo por hacerlo evidente día tras día.

Tenemos muy mala memoria y desgraciadamente la poca que tenemos la gastamos en banalidades y en recordar la alineación de la selección española, pero quien lleva las riendas de nuestra economía, el actual ministro del ramo Luis de Guindos, es alguien que en 2003, cuando era secretario de estado de Economía en el gobierno de José María Aznar –de infausta memoria y esperpéntico presente– decía en 2003 que en España no hay burbuja inmobiliaria, sino una evolución de precios al alza que se van a ir moderando con más viviendas en alquiler y más transparencias en los procedimientos de urbanismo. Estaba claro que sabía por dónde andaban las cosas, todo un visionario.

Pero eso no es nada. Cuando era director para España y Portugal de Lehman Brothers, el banco americano que desencadenó la crisis y que en buena parte fue responsable de ella, dijo en 2008 que esa crisis no afectaría a España. De nuevo en toda la diana. Por menos que eso se ganó Zapatero fama de inepto, aunque todo el mundo recuerde lo de Zapatero –ya se ocupa el PP de rememorarlo cada vez que empieza a olvidarse– y nadie se acuerde de los espectaculares aciertos de ese profeta tan poco fotogénico. Estaría bien que se tuviera en cuenta que teóricamente es economista y que se mantiene en observatorio privilegiado para poder observar la marcha de la economía mundial.

Cuando estalló la crisis, todo el mundo se quedó espantado, hasta los propios pretorianos del liberalismo económico, y fue nada menos que el entonces presidente francés Nicolás Sarkozy el que afirmó rotundamente que el capitalismo debería de ser refundado. ¿Alguien ha oído decir algo acerca de esa refundación? Creo que confundió refundación con reforzamiento.

Pero no hay problema, en España tenemos memoria de pez –¿de verdad esos animalitos la tienen tan mala?– y cada semana se nos olvida lo que se ha dicho la semana anterior, quizás porque las novedades son tan potentes que arrasan con lo previo. No obstante, ¿se acuerda alguien de aquellas decenas de miles de millones prestados a la banca, que Rajoy prometió cien veces que serían devueltos hasta el último céntimo?, ¿menciona alguien los casi treinta mil millones sacados por el gobierno del Fondo de Reserva de las pensiones, al tiempo que se ufanan de ese misérrimo 0,25% de incremento de las pensiones que va a persistir durante años mientras nos recuerdan que Zapatero las congeló un año?

Un Charlie Rivel sin gracia
Ahora tenemos otro episodio de Bankia, la historia interminable. Se calcula que supondrán unos 600 –o más millones las indemnizaciones por su fraudulenta salida a Bolsa, pero el estado permite que la entidad asuma sólo 260 y el resto lo pagamos los españoles –a través del FROB–, como siempre. Y Bankia seguirá declarando beneficios... 

No está de más recordar que el gran escándalo económico del franquismo, el que se conoció como caso Matesa, supuso en su día el equivalente en pesetas de 60 millones de euros. Una fruslería que debe producir carcajadas a Blesa o Rato.

12 febrero 2015

Y ahora... ¡¡sin música!!

Ya he comentado en alguna entrada el estado de postración en que –a mi inmodesto juicio– se encuentra la música popular, sea pop, rock o cualquier otra. No es tampoco una idea absolutamente mía, pues cualquiera pudo leer hace unos meses el estudio que mediante ordenadores llevó a cabo una universidad de EE.UU. o Reino Unido (no recuerdo exactamente) y que había llevado al descubrimiento de que no había nada nuevo en música popular desde finales de los 70, porque desde entonces prácticamente todo ha sido ruido, mala repetición y plagio de lo anterior, algo que muchos ya intuíamos. Se ha perdido el amor y el respeto a la música.

He calificado de desagradable y penoso para un auténtico amante de la música los ídolos actuales, desde Lady Gaga a Justin Bieber, pasando por Miley Cyrus, Rihanna, Nicki Minaj (a las que parece que la ropa les estorba para cantar) y tantos esperpentos a los que la juventud adora y que llenan estadios, con sus fans incluso haciendo cola ante las taquillas de esos estadios durante días –con sus noches– para tratar de conseguir una entrada que les permita reverenciar de cerca a esos monstruos de la música. Es curioso que la mayoría de las estrellas musicales del momento sean femeninas y que ellas sean partidarias de exhibir el máximo de su superficie corporal mientras actúan. ¿De verdad estas estrellas "cantan" o simplemente disponen de buenos físicos, buenos mánagers, buenas mesas de sonido y todo ese hardware y software que oculta la realidad sonora?

Por supuesto y para que no parezca que detesto sólo a los músicos jóvenes, en entradas anteriores he manifestado mi desprecio por viejas glorias que todavía andan dando la murga, desde Madonna a los ya vetustos Rolling Stones, de los que pienso que nunca aportaron nada a la música, sí al escándalo, al espectáculo. La simiente de lo que ahora estamos padeciendo.

La fórmula es sencilla y los agentes y mánagers musicales deben tenerlo en un manual para entregar a las futuras estrellas de la música. Hay que partir de una situación de fama anterior por lo que sea o bien disponer de un cuerpo que sea una base aceptable para lo que se hará a continuación. Se les pone un kilo de silicona en cada seno (hay mucho varón sin cerebro) y lo que aguante por otras partes, y ya está. Bueno, con la advertencia añadida de que deben tatuarse aquí y allá y que al menos uno de esos tatuajes esté en un lugar íntimo que más tarde puedan exhibir por todas partes y ocasiones como fotos y vídeos robados.

Como nueva opción para desterrar la música de las manifestaciones musicales, florecen los concurso de "tocadores" de guitarra sin guitarra y parece que se lleva la palma el de Oulu, en Finlandia –Air Guitar Festival–, un lugar al que acuden multitud de espectadores para presenciar cómo unos convulsos participantes de varios países fingen tocar la guitarra gesticulando en el vacío. Lamentaba la presentadora del telediario que daba la noticia que no concursara ningún español... ¡una auténtica calamidad, oiga!

Ahora todo vale y la música es sólo una entelequia y para la mayoría, un producto de consumo de masas. Si aparecieran desde el más allá The Platters o Elvis Presley o la mismísima Concha Piquer –por poner sólo tres ejemplos– pensarían que habían aterrizado en un extraño planeta de perturbados. Y tendrían razón.

08 febrero 2015

Los dos Vargas Llosa

Hace muchísimo que leí a este autor por primera vez, hace nada menos que 45 años, creo que fue su novela Los cachorros, no podría decir quién o qué me lo recomendó, pero sucedió que me gustó aquella forma de escribir y desde entonces he ido leyendo casi toda su producción, incluyendo artículos en prensa y hasta algún discurso.

Una tras otras he ido leyendo todas sus novelas y por descontado que ha habido algunas que me estusiasmaban y otras no tanto, pero siempre reconocía que tenía una manera magistral de relatar, aunque algún amigo me dijera que aquello era pura literatura de consumo. A mí me seguían encantando esas obras que me enganchaban y que eran tan deliciosas y apetecibles en cualquier estado de ánimo, así que defiendo a este escritor como tal, por encima de otras consideraciones.

Quizás yo peque de falta de profundidad en mi visión, pero diría que en general sus obras pueden calificarse de progresistas en muchos sentidos y que al autor le disgustan las dictaduras y la falta de libertad, que es tolerante con los demás y entiende sus errores, algo con lo que me gusta identificarme.

Pero ya he dicho que también leo sus artículos en la prensa y veo las personas con las que se codea y eso me causa tal desagrado que casi lo calificaría de repugnancia. Verle en las fotos compartiendo espacio con gente tan poco recomendable como Esperanza Aguirre hace que a uno se le caigan las escamas de los ojos y se quede apenado con el comportamiento de este caballero. Leyendo sus artículos queda casi todo explicado.

Hoy precisamente acabo de leer en El País uno titulado El harakiri y pese a lo que ya he leído y sé sobre él me descorazona, porque no es que se trate de una persona con ideas políticas opuestas a las mías, es que además parece carecer de intelecto, algo imposible de aceptar tratándose de él, pero no sé a qué conclusión llegar y la única posible es que este individuo es un caso extremo de personalidad dual, Mario Jekyll y Pedro Hyde. Como intuí ya antes de empezar a leer con tan solo ver el título, el artículo trata sobre los griegos y los resultados de sus últimas elecciones generales. Según cabe esperar, dispara toda su artillería sobre Syriza y su líder Tsipras y yo, que no conozco a uno ni otro como para pronunciarme, quedo asombrado de que hable sobre el evidente error cometido por los griegos –votando a quienes han votado– tras años en los que hasta las cuentas del estado entregadas a la Unión Europea fueron falseadas por el partido entonces gobernante (así lo relata). De ahí pasa a burlarse del deseo del nuevo gobierno griego de renegociar la deuda del estado y termina en unas loas bochornosas a esa especie de Thatcher alemana que es la señora Merkel, difícil de entender que alcancen ese grado si no recibe subvención del gobierno alemán (y estoy seguro de que no es así).

¿Es que este hombre es tan obtuso que no sabe que quienes falsearon las cuentas del estado fueron los del partido Nueva Democracia, colegas del PP?, ¿es a ese partido a quienes deberían votar los griegos en vez de a Syriza, a aquellos que les condujeron a la ruina?, ¿es que no ha oído hablar de que en 1953 Alemania ya renegoció su deuda con sus numerosos países acreedores consiguiendo una quita del 62,6 por ciento (lo he dicho en este blog hace poco)?, ¿es que renegociar la deuda sólo puede hacerlo Alemania?, ¿hubiera aconsejado entonces a Alemania que volvieran a votar al partido nazi?

Bueno, vamos a seguir leyendo a Vargas Llosa y pasemos por alto sus opiniones en política para no terminar tirando sus obras a la basura, al fin no será el primer intelectual que cuando interviene en política resulta ser un auténtico zote.  

06 febrero 2015

El buenismo agresivo

Varias veces me he quejado en mi blog de la epidemia de buenismo que arrasa en el país. La cantidad de gente que –de boquilla– está dispuesta a marcharse a Sierra Leona a cuidar enfermos de ébola o que desea que en España entren por Melilla todos los africanos que lo deseen, es posible que alcance un porcentaje sorprendente. Nunca he entendido esta supuesta buena voluntad en una sociedad que se distingue por su falta de empatía.

Hoy sin embargo he comprendido que ese buenismo no es más que la cara aparentemente amable con la que se disimula generalmente un espíritu revanchista y partidaria del linchamiento del que se salga de la fila.

Ha sido al leer un artículo de un diario digital pretendidamente de izquierdas, en el que se daba la noticia del posible procesamiento de los directivos y responsables de un hotel que hace un año se negó a acoger un grupo de 55 afectados por el síndrome de Down.

De los 26 comentarios que el artículo ha recibido cuando escribo esto, 23 critican el rechazo, llegando al extremo de amenazar con “ya nos encargaremos algunos de que nadie lo pise de nuevo” (el hotel de marras), insultando a los empleados del hotel y expresando incluso el deseo de que esos empleados sufran daños físicos o queden en el paro para toda la vida.

Entendería una reacción visceral de algún comentarista que tuviera un familiar cercano con ese problema del síndrome de Down, pero no creo que sea el caso, se trata de lanzarse sobre los autores exigiendo su linchamiento, en una expresión paradójica de que quienes se enternecen por lo acaecido a unos africanos, no tienen escrúpulos en desear la muerte civil o física de otros más cercanos, sin más pararse a reflexionar. Los comentarios que más abundaban eran aquellos que pedían la identificación del hotel (señal inequívoca de que no leían el artículo completo ni otros comentarios, pues este nombre se daba al principio) para tomar represalias contra el establecimiento.

No estaría mal reflexionar sobre lo que en dos de los tres comentarios que entienden el proceder de los empleados del hotel se dice: “Si yo estoy en un hotel para descansar y aparecen por la puerta 55 discapacitados adultos que no niños, con síndrome de Down de los que arman bullas, chillan, tiran los platos al suelo, se pelean, etc... salgo de allí echando leches y pido la cuenta.” y otro: “Es ilegal que los perros lazarillos de los ciegos se les niegue la entrada a los restaurantes ¿verdad? Pues nada, juntamos 300 ciegos con 300 perros y nos metemos en una pizzería acogiendonos a la ley y convertimos la pizzería en un caos, y si nos echan de allí es que el pizzero es un nazi.”.

No sé si son los mejores ejemplos, pero sirven para ilustrar el escasísimo interés de unos por entender las razones de otros y los extendidos deseos mal contenidos de linchar a quienes se nos pongan por delante. No me creo que esa bondad y compasión de las que tantos alardean sean reales.  

04 febrero 2015

Resistencia a la autoridad

No para de debatirse sobre la nueva ley de seguridad ciudadana, un paso más para que el ciudadano se encuentre de todo menos seguro (y conste que me considero persona de orden). Lo que no puede ser es que casi todo esté prohibido y, peor, que la policía vea despejado el camino para comportarse como esas de otros países a los que los ciudadanos se les mueren al menor descuido.

Escribo esta nota aún impresionado por lo que acabo de ver en el telediario: hay un joven en la acera, al lado del cual se detiene un coche-patrulla de los mossos d’esquadra. El joven permanece quieto, pero cuatro mossos se precipitan sobre él tras salir del vehículo y directamente lo empujan y comienzan a golpearle. Según afirman, el joven mantenía una actitud sospechosa, algo que como todos sabemos es detectable, agresivo y peligrosísimo. En esto, como en otras tantas cosas, Cataluña va muy por delante del resto de España. Si excesivamente violento es el comportamiento de las policías en nuestro país, los mossos tienen poco de tales y mucho de acémilas y poseen ya un largo historial de muertes, torturas y arbitrariedades.

Habitualmente no me sumo a todas las condenas a las actuaciones de la policía, no cabe duda de que la acciones de algunos violentos merecen una respuesta rotunda, pero golpear sin más a este joven, igual que se ha hecho en tantas manifestaciones arremetiendo contra personas que sólo ejercían un derecho, es simplemente actuar con la misma brutalidad que las fuerzas del orden de esos países que todos tenemos en mente y, gobierne quien gobierne, eso es algo contra lo que nos debemos rebelar.

Puedo aportar una mínima experiencia personal –no comparable– que me ayuda a comprender la indignación de tantos atropellados violentamente. Hace ya más de un año, tomé el metro para acudir a la consulta de un médico especialista bastante alejado de mi domicilio. A mitad de trayecto un grupo de hombres compuesto de tres vigilantes y dos inspectores del metro me pidieron mi billete a los que mostré de inmediato el que llevaba: uno de esos abonos de diez viajes con una pequeña banda magnética en los que por ese medio y gráficamente, mediante impresión, se cancela el viaje al pasar el billete por el torno. De inmediato, el inspector que había tomado mi billete me dijo que tenía que acompañarles porque yo no había pasado el billete como debería haber hecho. Fue inútil que yo afirmara que estaban equivocados, me dijeron que tenía que bajarme con ellos en la próxima estación y así se me obligó haciendo caso omiso de mis protestas explicando que me harían llegar tarde al médico y si se imaginaban que yo, a mis 70 años, iba a saltar por encima del torno.

Allí me quedé en el andén, arrimado a la pared y con cuatro de los energúmenos rodeándome amenazadoramente, ardiendo yo de ira y con todos los que circulaban a esa hora por el andén mirándome sospechosamente, convencidos de que debía de tratarse de un terrorista internacional. El quinto individuo se marchó con mi billete, supuse que para verificar algo.

Al cabo de un cuarto de hora volvió y me devolvió el billete con un simple lo siento, sin nada que se pareciera a pedir disculpas. Según parece, en la estación por donde entré, la canceladora del torno por el que pasé no tenía tinta para imprimir y dejar constancia de ese paso, pero sí hacía la cancelación magnética. No tengo que decir que a la vuelta, en mi estación, pedí un formulario de reclamación –el empleado del Metro me dijo que ese torno llevaba así más de un mes– que rellené y entregué en el momento y que al cabo de más de un mes me fue contestada argumentando que ellos –Metro de Madrid– estaban facultados para retener a cualquier persona sospechosa. Y a aguantarse. Por descontado que llegué tarde a la cita médica.

Si en vez de ser alguien de edad hubiera sido un joven impaciente, que se hubiera zafado momentáneamente de los vigilantes e intentado escapar para no llegar tarde a una cita, ¿cómo hubiera terminado la aventura?

Observe la foto de más arriba y piense: ¿cuántos policías hacen falta para detener al joven que está debajo de todos ellos?, ¿qué terrible delito había cometido y qué arma agresora portaba?

01 febrero 2015

Obsolescencia programada

Casi todo el mundo ha oído en los últimos tiempos la expresión obsolescencia programada y muchos incluso hemos visto algún documental más o menos exhaustivo sobre el asunto. Para los que no sepan de qué se trata, aclaro que esta expresión hace referencia a la fabricación de bienes de consumo a los que intencionadamente, de una u otra forma, se le asigna una duración limitada con objeto de obligar a los consumidores a reponer el bien.

Lo que se sabe sobre este asunto se ha extendido y ya no es ningún secreto que desde la lavadora a la impresora están programadas para no durar demasiado. En el caso de la impresora se llega al refinamiento de tener un contador de páginas impresas y de tiempo de vida para que sea el que llegue antes al tope el que determine su final.

No hay solución porque es cosa sabida que estamos en manos de fabricantes y comerciantes sin escrúpulos a los que sólo interesa despojarnos de nuestro dinero y obligarnos a ir a la tienda a comprar más o menos lo mismo una y otra vez.

Ahora, me gustaría que quien lee esto se detuviera a pensar sobre el mismo tema, pero acerca del ser humano. Todos hemos oído una o muchas veces aquello de “haré al hombre a mi imagen y semejanza”, si la Biblia fuera escrita hoy diría “haré a la mujer y el hombre…” porque ya se sabe que eso de considerar que la referencia al hombre es la referencia al género humano ofende a las feministas impacientes por cargarse el idioma –y el Génesis– al precio que sea.

¿No les parece que esa promesa de creación tiene truco? A ver, si nos hizo a su imagen y semejanza era de esperar que estuviéramos fabricados con buenos materiales y que nuestra duración, si no eterna, fuera menos dolorosa y sin todos los fallos que preceden a la extinción. Me da la sensación de que subcontrató nuestra creación a los chinos y de ahí tanto fallo de funcionamiento, yo diría que fuimos creados también con obsolescencia programada y para colmo con incumplimiento de la palabra dada, pues, si somos semejantes, ¿cómo es que antes de los 70 años –de promedio– comienza a haber fallos en nuestro cuerpo que tenemos que ir arreglando como podemos temporalmente hasta que finalmente nos extinguimos tras numerosos sufrimientos, dolores y penalidades, propios y de quienes nos rodean?  

Al llegar a cierta edad y de manera casi democrática (hasta Botín), todos vamos dejando por el camino parte de lo que somos para acabar –a veces ni siquiera– como un simple recuerdo en la mente de algunos. ¿Hay derecho a eso, más aún cuando el supuesto inventor y creador del asunto sigue imperturbable sin disminución de sus capacidades?

En fin, si yo fuera creyente, me levantaría cada mañana maldiciendo al chapucero que creó este cuerpo tan complicado sin preocuparse lo más mínimo de su durabilidad y de los sufrimientos que causaría su deterioro. Ya le daba yo...