Joven siria lapidada por tener cuenta en Facebook |
¿Hay
alguien que no se haya horrorizado al ver en las películas –antes– o en
los noticiarios de televisión –ahora– escenas de crueldad
escalofriantes, ejecuciones en frío, lapidaciones, linchamientos, etc.?
Es natural, cuesta aguantar la visión de la sangre y nos retiramos
horrorizados o apagamos la televisión para evitar el espectáculo. Lo
malo es que la gran mayoría no se da cuenta de que a diario son miles
quienes con un solo dedo, pulsando el teclado del ordenador o del móvil,
están llevando a cabo con su cooperación una acción similar, pero con
la cobardía añadida –que ya es añadir– de que no han tenido que
significarse, vociferar, ni presenciar la sangre derramada.
Ayer, en primera plana de un periódico, he podido ver contiguos dos de estos casos a los que me estoy refiriendo.
Primero:
un cuidador de delfines casado y con dos hijos, que ha consagrado su
vida a esos animales, ve como se difunde un vídeo de 99 segundos –subido
por un par de ONG: FAADA y SOS Delfines– donde él aparece maltratando
aparentemente a los que estaban confiados a sus cuidados y les dirige
frases insultantes, dudo de que los delfines tengan sensibilidad como
para percibir esas ofensas orales. Posteriormente se descubre que el vídeo estaba amañado,
que la banda sonora no era la original y que los golpes a los animales
se han simulado acelerando los cuadros donde él toca con normalidad a
los delfines, para que pareciera que los golpeaba. Ahora aparecen quienes incluso
aseguran que poseen horas y horas de grabaciones de auténtico maltrato,
pero llegan tarde, ha habido más de 200.000 visionados del falso vídeo,
le han dirigido amenazas de muerte y hasta ha habido una
manifestación en Atlanta para que se anule su contrato. El hombre iba a salir hacia Atlanta
(EE.UU.) en donde le habían contratado, pero al llegar al aeropuerto de
Mallorca, donde residía, lo piensa mejor y se quita la vida en el
aparcamiento, no
presenciará nada de aquello. Para los gratuitamente crueles, se ha hecho
justicia.
Sólo por curiosidad, ¿se han metido alguna vez en el agua a jugar con
delfines? Yo lo he hecho; son ciertamente amistosos, pero se les da una
patada y no parecen sentirla, le rozan a uno con esa piel que en los
documentales parece tan suave como la seda y producen –a mí me ocurrió–
una abrasión en la propia que permanece durante días. Está claro que no se
adiestra a un bicho de ese tamaño lanzándole indirectas y miradas
malévolas.
Segundo:
tengo que confesar que ni es tan grave ni me importa demasiado, porque
afecta al ridículo mundo de la moda y la canción y no ha llegado a morir
nadie, aunque las consecuencias podrían ser serias si se empeñan.
Según parece, los fundadores de la marca Dolce&Gabbana a la que
dieron nombre, han declarado que no les gusta el matrimonio homosexual
ni la adopción de niños por esas parejas. Ojo, se trata de que dos
personas han expresado una opinión, algo a lo que se supone que
todos tenemos derecho, pero llama la atención que los declarantes son
homosexuales y anteriormente formaban pareja sentimental. No han pedido que fusilen a los que se casen o adopten niños, sino que han ejercido ese derecho a expresarse, a discrepar.
De
inmediato ese otro homosexual –puro hortera, por cierto– llamado
Elton John ha montado en cólera y ha exigido el boicot mundial a los
productos de esa conocida marca. Enseguida, otros integrantes del mundo
de la «música» se han contagiado de esa cólera y ya han dicho que se
suman a ese boicot e incluso alguno llega a afirmar que quemará todas
las prendas que posee de esa marca. En la red ya hay quienes expresan
sus deseos de que los protagonistas de las declaraciones pierdan la vida
y supongo que ya les estarán llegando amenazas, en este caso debo
suponer que procedentes de esos ardientes defensores de algunos derechos humanos.
Mi
madre, unos años antes de fallecer, presenció en un telediario la
noticia de que unos perturbados, supuestos defensores de los animales,
habían arrojado una lata de pintura roja sobre una señora que llevaba un
abrigo de pieles. Desde entonces, atemorizada, se negó a ponérselo por
miedo a tropezarse con uno de esos desalmados. Mientras, en España hay más de 850.000 licencias de caza y otros tantos cazadores a los que esos animalistas podrían enfrentarse en los cotos de caza, pero es más cómodo y pilla más a mano acosar a quienes lleven prendas de piel por la calle. Además, no portan escopetas. Hay que ser prácticos.
Y
después, llamamos salvajes a los que lapidan personas en ciertos países
árabes. Todos los fanáticos son despreciables, sean del ISIS o de
ciertas ONG.
2 comentarios:
Yo sí te leí la crónica a la que haces referencia pero lo he vuelto a hacer. Echo en falta que no hayas puesto un enlace directo en el título de "El buenismo agresivo" cuando lo mencionas aquí para evitar tener que retrocedes buscándola.
Angel
Tienes razón y ya seguí tu sugerencia. La explicación puede ser que me da un poco de corte hacer referencia a mí mismo y por eso no soy tan exhaustivo, pero en adelante pondré el enlace. Gracias.
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