20 junio 2015

Pleitos tengas

Creo que no hay nadie que desconozca el dicho –considerado una maldición gitana– «pleitos tengas y los ganes». Para el poco avezado puede resultar chocante que se le desee el mal a otros a base de ganar pleitos, pero es que así resulta ser en la práctica gracias a la eficacia de nuestra justicia –no sé si es universal el problema– e indudablemente a la participación de los abogados, una profesión que cuenta con respetables practicantes, pero donde abundan los pícaros e incompetentes.

Cuento esto porque me encuentro en un estado bastante rencoroso, ya que recientemente –en realidad, todavía– me he visto envuelto en una de estas aventuras legales.

Mi última inmersión en este mundo de la justicia tuvo lugar allá por el otoño de 2012, tras varios meses de apelar a los organismos que supuestamente existen para proteger a los ciudadanos en asuntos económico-bancarios (Banco de España y CNMV), pero que en la práctica resultan ser tan solo un refugio donde el gobierno de turno coloca a sus amiguetes para que lleven una vida relajada y bien remunerada. Y sabe dios que ciertamente se relajan y son bien remunerados. Y nada más.

Acudí a un bufete especializado que al igual que los seductores amorosos me llenó de lindas palabras y de promesas de atención y dedicación permanente. Al igual que esos seductores, después de conseguir que yo les entregara lo que perseguían –el encargo de representarme– se olvidaron de mí hasta el mes de junio de 2014, tras esa oscura espera en la que el asunto permanece literalmente congelado en alguna estantería del juzgado que se le asignó, comunicándome casi un año más tarde de la presentación de la demanda que la vista de mi caso en los tribunales iba a tener lugar el 9 de julio de ese año, justo durante el mes en que me desplazo a disfrutar de vacaciones a casi 700 km., pero eso no era asunto que preocupara a nadie, ni a mis abogados, en un país en el que no veranear en agosto hace de uno un ser extravagante y casi antisocial.

Como estaba previsto, yo estaba de vacaciones y al llegar la víspera de la fecha tomé un avión, vine a Madrid y me personé en el despacho donde me habían citado, para entrevistarme con la abogada que ya tenía asignada desde algún tiempo antes y ensayar mínimamente nuestros roles. Para que la alegría fuera completa, esa ilustre letrada no acudió y tuvieron que buscarme precipitadamente una sustituta que resultó tener más aspecto de habitual de los after hours con resaca que de profesional del derecho. Como su puesta al día y mi entrevista duraron más de cuatro horas, estuve sin probar bocado ni beber más de trece horas, desde que en la mañana salí hacia el aeropuerto hasta que terminó la entrevista más tarde de las 8. La vista del día siguiente fue desagradablemente ineficaz e inútil: nada más empezar, el abogado de la parte contraria comunicó que a su testigo se le había muerto un familiar –ya es mala suerte, pobrecita– y sin que se le exigiera documento que lo acreditase, se levantó la sesión y la juez fijó una nueva vista para el 3 de diciembre, cinco meses de demora de una tacada. Yo me volví a mi veraneo tras perder dos días de descanso, el dinero gastado en la aventura, agotado, y un cabreo descomunal a cuestas.

Llegó la fecha de la nueva vista y en esta ocasión la abogada asignada era simpática, eficaz y hasta atractiva, en la entrevista del día anterior sintonizamos perfectamente, ella había estudiado mi caso y en el juicio desempeñó bien su papel y yo también el mío. Aunque me auguraban una larga espera, la sentencia se comunicó tan solo una semana después, el 10 de diciembre y era favorable a mí con todos los pronunciamientos: devolución de la cantidad estafada, más intereses y costas; ¿acabó así la aventura?

Pues no, han pasado más de cinco meses desde la fecha tope de ejecución de sentencia el 12 de enero de este año, no he recibido el dinero que debía estar ya en mi poder, mis abogados no parecen tener prisa y sólo recibo respuestas del tipo «no es usted el único cliente y no podemos dedicarle tanta atención» y que solicitarán del juez la ejecución de sentencia. Les pedí que me tuviesen al corriente de cada acontecimiento, aunque fuera mediante correo electrónicos, y contestaron que esa no era la política del bufete. Lo dicho: seducido y abandonado. Y de nuevo eso otro que imaginan.

Continúo llamando por teléfono cada mes y la respuesta es últimamente que hay un trámite que se demora y que debo esperar otros 20 días hábiles más. Para los no iniciados, aclararé que eso en lenguaje legal significa un mes o más, porque los días –para el sistema judicial– resultan ser poco hábiles. En el mejor de los casos, mis abogados muestran ineficiencia; en el peor...

¿Quieren saber el nombre del bufete? Bueno, ahora hasta se anuncian por televisión. Ni se les ocurra ponerse en sus manos, funcionan a base de becarios, supongo que no muy bien pagados. Mejor, contraten un sicario colombiano y su problema se resolverá rápidamente de manera casi legal (es decir, ¡no olviden darlo de alta en la seguridad social!).

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