02 septiembre 2015

Juventud como estado permanente (2)

No sé si son aficionados a la bicicleta y en cualquier caso si conocen esos pequeños aparatos poco mayores que un reloj de pulsera, que pueden colocarse en el manillar de las bicis y proporcionan toda la información que deseen, desde los latidos de su corazón a la altitud en que se encuentra, desde la velocidad instantánea a la distancia recorrida. El caso es que salvo que sean de esos modelos que funcionan por GPS, pocos, en los tradicionales usted debe introducirle al aparato el valor de la circunferencia de la rueda, porque es lo que permite proporcionar la velocidad y otros datos derivados a partir de su número de revoluciones.

Todo este aburrido preámbulo es porque precisamente el asunto de la medida de aquella circunferencia me provocó una desagradable sorpresa al preguntar a un joven de 24 años, cercano a mí, acerca de todo eso y resultó que no tenía excesiva constancia de qué era un radio, un diámetro o una circunferencia. Escandalizado por lo que me parecía un desconocimiento inaceptable y como en ese momento en el telediario decían algo sobre metros cúbicos, le pregunté si sabía cuántos litros contenía cada uno de ellos; esto ya le pareció perteneciente a materias de muy superior nivel cuya enseñanza era más propia del MIT y justificó ese desconocimiento argumentando que él, como todos, había estudiado para aprobar y no para aprender. Cuando ya alarmado le pregunté qué era lo que sabía, declaró satisfecho: yo sé inglés.

No es esta ignorancia una característica exclusiva de los 24 años, hace algún tiempo le pregunté a una licenciada en Química Orgánica, 36 años, con un master y hablando fluidamente inglés y aceptablemente francés, si sabía lo que era un litro. Extrañada, me contestó que el líquido contenido en un brik. No me gastaba una broma, sencillamente no poseía otra referencia de lo que un litro podía significar, no tenía ni idea de dónde procedía esa medida. ¿Entienden ahora por qué la unidad de superficie más utilizada en los telediarios es el «campo de fútbol»?, ¿qué idea se formará un espectador de la televisión si oye que un incendio ha carbonizado 40 hectáreas (aunque muchas veces recurren al socorrido campo de fútbol) o que ha llovido 28 litros por metro cuadrado?, ¿comprenden ahora por qué en esos mismos telediarios los adjetivos utilizados son casi en exclusiva importante y complicado, eludiendo tantos otros que serían los apropiados para cada caso, supongo que para no desconcertar al oyente?, ¿comprenden por qué si usted pregunta a alguno, por ejemplo, cuánto es 52 x 3 echa mano de inmediato de la calculadora de su móvil?

Cabe la posibilidad de que quien lee esto dibuje una sonrisa en sus labios y piense para sí que sus hijos, o sus nietos, o sus sobrinos, son de otra pasta y que su nivel de conocimientos está muy por encima de esos jóvenes que yo conozco, pero… ¿está seguro?, ¿se atrevería a hacer una prueba? Enhorabuena si el resultado es positivo y bienvenido a los despavoridos si no lo es.

Supongo que nadie interpreta que yo estoy afirmando que todos los jóvenes –llamemos jóvenes a los que se encuentran entre los 18 y los 40 años– son unos ignorantes, simplemente afirmo que un sistema educativo claramente erróneo y un entorno social que no favorece demasiado el interés por saber –demasiado ocio, demasiados gadgets electrónicos, demasiada imagen, demasiado carpe diem– conduce a unos niveles de desconocimiento que día a día irán aumentando, gracias al escaso prestigio del saber. Para remate, los propios padres ven con mejores ojos que sus hijos sean “felices” y sepan algo de inglés a que posean una mínima cultura y sepan español. Total, para lo que sirve…ahí tienen a la gran mayoría de los periodistas sin tener ni idea de gramática y les va tan ricamente.

Tenía yo un profesor en primero de bachillerato –de mi bachillerato, que se cursaba a partir de los once años de edad– que nos causaba a todos admiración porque literalmente era como el Espasa, como la Wikipedia de hoy (pero sin errores) y además sabía escribir letra gótica perfecta hasta en la pizarra. Si ese hombre resucitara ahora, ¡cómo haría el ridículo!

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