12 enero 2016

El seny, ¿qué es eso?

Náufragos catalanes en una isla, intentando llamar la atención de los barcos que pasan
Durante años he bregado alabando a los catalanes frente a algunos que los denigraban –no tantos como ellos pretenden– y, pese a que no hablo catalán ni en la intimidad, me acordaba de eso que llaman seny y que me parecía saber lo que significaba. Creo que he metido la pata y me he pasado de listo al atribuir cierto significado a ese vocablo, porque los hechos han venido a demostrar que yo no tenía ni idea al pensar lo que pensaba.

Si andaluces o extremeños dieran el espectáculo que están dando los catalanes, de inmediato se diría –Jordi Pujol Soley a la cabeza– que era lo natural dado el bajo nivel cultural y el encanallamiento ancestral de la gente de esas autonomías, pero resulta que el espectáculo lo están ofreciendo quienes pretendían ser los más cultos, los más sensatos, los más evolucionados, los más… vamos, los que habían inventado la palabreja seny.

Miramos las fotos y vídeos que nos llegan de Corea del Norte y miramos todo eso como contemplaríamos escenas de la vida de los nativos marcianos. Observar cómo gente de todas las edades, con aspecto de poseer cierta formación, adoran a ese personaje bufonesco llamado Kim Jong-un y llevan a cabo demostraciones públicas que dejan pequeñas a aquellas demostraciones sindicales de cuando el franquismo (si usted tiene menos de 45-50 años no sabrá de lo que hablo), produce como poco un gesto de incomprensión y asombro.

Ahora tenemos una reproducción de Corea del Norte a nuestras puertas, aunque aquí no es exactamente igual. Donde los coreanos exhiben desfiles de soldados disciplinados que parecen robots, Cataluña nos muestra unas multitudes enfervorecidas vestidos con banderas y de propina los llamados mossos que tienen como habilidad conocida llevarse a los detenidos a sus comisarías para aplicarles tratamientos de los que aquellos salen magullados o muertos.

La diferencia fundamental es que en Cataluña sólo están afectados algo menos del 50% de la población –es verdad que no nos consta a cuántos afecta de verdad en Corea– y el resto parece contemplar en temeroso silencio a esa mitad enloquecida, bien es cierto que en buena parte se merecen lo que les ocurra, porque parecen pusilánimes y no muy dispuestos a dejar claro que ellos también existen. 

Resulta que quienes acaudillan toda esa involución son fundamentalmente el partido llamado Convergencia –antes conocido como la C de CiU–, ERC, un partido de extrema izquierda nacionalista –incongruencia absoluta– al que no le importa aliarse con el primero, pese a que aquel es de derecha liberal y se encuentra más corrompido si cabe que el PP. Por último tenemos a la gloria de los asamblearios –esos que empatan a 1.515 en sus votaciones–, también conocidos como CUP, que no han hecho ascos a colaborar con los otros dos para investir finalmente a un tipo de aspecto indescriptible, cuyo mayor mérito es ser independentista radical y devoto de Artur Mas, cuando sólo faltaban unas horas para finalizar el plazo de designación del nuevo presidente y según se veía venir, porque estaba claro que lo que la CUP quería era hacer sufrir a los otros y chupar cámara y portadas de diarios, ¡sus días de gloria! Una vez que han conseguido hartarnos a todos los españoles tenían que ceder, porque el objetivo independentista es más fuerte que el anticapitalismo que decían profesar.

La contemplación de todo el proceso desde las últimas elecciones catalanas ha sido espectacular. Todos repitiendo como máquinas los mantras tan conocidos: «España nos roba», «Cataluña no es España», «afuera los invasores», «somos una nación», «bye bye Spain» y tantos otros que serían largo de enumerar. Llevado a cabo por unos extraviados que copian la bandera de Cuba –en juego un par de versiones, ni en eso se ponen de acuerdo– y que generalmente tienen un aspecto casi patibulario, empezando por el dimitido Antonio Baños y continuando por esa promotora de las camisetas serigrafiadas llamada Anna Gabriel, la pancarta viviente. Qué espectáculo tan penoso...

Para rematar todo, las palabras de Mas explicando cómo se ha llegado a la investidura: «Lo que las urnas no nos han dado se ha corregido con la negociación». Pueden estar orgullosos los catalanes, decir Cataluña y seny es un oxímoron, han quedado por debajo de los mozos de El Rocío cuando deciden saltar la verja de su virgen.

Lo que más lamento no es la independencia que puede producirse, sino la intoxicación de tanta gente, en otro tiempo razonables, pues mucho me temo que tardarán años en recuperar el equilibrio. O quizás antes, cuando vayan degustando los placeres reales de su ansiada independencia.

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