13 julio 2016

Cómo se ve a los viejos

Fui a la farmacia hace pocos días y delante de mí estaban una señora, a continuación un joven y luego un señor mayor –como yo, vamos– que era el que estaba siendo atendido en aquel momento. El pobre infeliz estaba cogiendo los medicamentos de su receta electrónica y era un permanente decir “esa no la quiero” para desdecirse a continuación y repetir el diálogo con otro medicamento. Montó un lío enorme con un medicamento  que estaba en la lista pero que ya se había llevado otro día y lo cierto es que quienes estábamos esperando nos desesperábamos, la señora de delante decidió renunciar y se marchó y el joven no paraba de resoplar para mostrar su fastidio, nerviosismo y falta de modales.

Finalmente el hombre acabó y se marchó feliz con sus medicinas, era el turno del joven, pero… volvió la cara y vi que era también un jubilado, aunque estaba muy delgado y  llevaba un gorro de lana, vaqueros muy ceñidos y una cazadora vaquera, todo ello muy gastado, lo que le daba aspecto desmañado y por la espalda engañaba sobre su aparente juventud.

Engañaba su aspecto, que no su comportamiento. Tenía al parecer un corte en la banda magnética de su tarjeta sanitaria y la farmacéutica le advirtió de que aquello impediría la lectura, pero fue inútil, el muy imbécil se empeñó, y pese a que ella lo intentó mil veces poniendo incluso papel celo, la tarjeta no pudo ser leída y el propietario se marchó gruñendo tras hacer perder bastante tiempo a la farmacéutica y a los que esperábamos impacientes.

Es cierto, la edad raramente mejora algo –lo del vino es excepcional y no siempre se cumple, pruebe a mejorar uno de brick– y lo peor es que aflora lo que se mantuvo latente durante toda la vida anterior del individuo. Si era premioso, se vuelve desesperante; si gruñón, insoportable; si era torpe, más torpe se hace, si maleducado... para pegarle. Las cosas van a peor y de ahí que uno de los insultos entre conductores suela ser la acusación de viejo. No hablo de mí porque evidentemente mi autovaloración buena o mala no cuenta, pero la gran mayoría de los talluditos que conozco conducen descuidadamente, sin respetar lo básico y por descontado que sin admitir la menor crítica. Aunque debo recordar que la mayoría no conducía demasiado bien cuando joven.

El repaso a los fallos de los mayores podría ser inacabable, pero no quiero dejar de mencionar un tipo especial que frecuenta las salas de espera de las consultas médicas. Se trata del abuelo o abuela que saca su smartphone en esos lugares y haciendo caso omiso de los letreros que recomiendan guardar silencio, reproducen en el móvil algún vídeo en el que el nieto hace unas gracias que enternecen al abuelo. Con eso aparenta disfrutar como si no lo hubiera visto nunca y de camino busca pegar la hebra con alguno de los que le rodean. Patético.

Leí no hace mucho que las clases sociales han desaparecido, sustituidas por las clases etarias. Algo de cierto hay en eso y he podido ver en los comentarios de las noticias en los diarios digitales, que muchos jóvenes desprecian –es duro pero es así– a los mayores y manifiestan sin apuro su deseo de que se mueran pronto sin dar más lata ni cobrar pensiones –supongo que hay que excluir a los jóvenes que viven de las pensiones de sus padres o abuelos–  o cuando menos que se les retire el carnet de conducir al cumplir los 60 ó 65. No hace falta que diga que quienes escriben esto son jóvenes que no reflexionan sobre que ellos también serán mayores algún día, está claro que en su cortedad piensan que la juventud es un estado perpetuo.

Es una injusticia evidente ese maltrato a los mayores, ese pasar a engrosar la clase más despreciada, la de los viejos, pero hay que admitir que en muchos casos esa injusticia ha sido provocada por la estupidez de las víctimas. Es verdad que uno transita por la vida y procura disimular sus carencias intelectuales o físicas hasta que al llegar a edades avanzadas se acaba con todo disimulo y se manifiesta sin ninguna hipocresía, para desgracia de quienes les rodean.

Sería de desear que, como en el caso de la farmacia de que hablaba al principio, se trate de no incordiar más de lo preciso. Sus conciudadanos se lo agradecerán y evitaremos inquinas simplemente por ser mayores. Nos guste o no, los mayores tenemos que hacernos perdonar el seguir vivos (o al menos eso es lo que piensan muchos).

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