31 octubre 2017

Consultas médicas

Detesto ir al médico. Puede que a otros muchos le suceda algo parecido, pero normalmente será tan solo parecido, puesto que yo debería decir que más que detestar lo odio, y sólo esa tradición no siempre efectiva de acudir al médico y mi edad, lamentablemente provecta, me empuja a cumplir con esa tradición.

Ayer, sin ir más lejos, acudía a la consulta de un doctor sencillamente porque él me había señalado que debería volver por estas fechas para revisión y yo, disciplinado por encima de todo, allí estaba a la hora prevista. Prevista por mí que no por él, puesto que me recibió casi puntualmente una hora más tarde de la asignada en la cita, que esa es otra cuestión que parece que los médicos no alcanzan a entender: cuando ellos se retrasan una hora, hacen perder a otros tantas horas como pacientes están esperando.

Hay muchas razones para no gustarme mucho eso de acudir a consulta: la principal quizás sea que no me entusiasma en exceso la ingesta de medicamentos y la tentación de no hacer caso a lo prescrito y seguir como si nada es muy grande. También me molesta ese compadreo, normalmente iniciado por el doctor de turno, tuteando a sus pacientes, como si todos fuéramos gente menor en importancia y rango o, quizás, amigos de la infancia. Trato de compensarlo por mi parte pasando también al tuteo aunque eso no me consuele del abuso de confianza por su parte, puesto que el tuteo no ha sido consensuado.

Pero lo más gordo, lo que hace a una sala de espera realmente odiosa, son los demás −ya saben, el infierno del amigo Sartre−. La consulta de ayer estaba situada en una clínica del barrio de Salamanca en Madrid y, aunque no fuera más que por dar ambiente, se supone que la gente guardaría cierta compostura. Ni hablar.

La pérdida de calidad en la atención prestada en la Seguridad Social acarrea de inmediato el mismo efecto en la sanidad privada, puesto que son muchos los que huyen de aquella por ese absurdo capricho de que una resonancia, por ejemplo, no tarde tres meses en ser hecha.

El mostrador en el que se recogen nuestros datos al llegar a la consulta estaba atendido por una sola señorita. Como la afluencia era numerosa, pueden imaginar que la cola de unas ocho personas y más de veinte minutos de espera, era inevitable. Hay que ahorrar personal.

Entre mis compañeros de espera había de todo, tirando a malo. Mi vecina de asiento estuvo hablando por el móvil, jacarandosa ella, unos cincuenta minutos hasta que tuvo la fortuna de ser llamada por su médico. A continuación de ella estaban sentadas dos féminas que como ya se tenían la una a la otra para hablar, lo complementaban poniendo en el móvil a todo volumen vídeos de unos niños graciosísimos y gritones, cuyos gritos competían en volumen con los de un infante cercano de carne y hueso. Pasaron varias auxiliares de enfermería sin dirigirles ni una palabra de reproche. Total, era sólo ruido, y eso a un español de pura cepa no le molesta.

Enfrente de mí, una abuela más bien joven trataba de entretener a su simpático nieto de unos 3-4 años, provocando en el angelito esos gritos penetrantes que a la gente parece no molestar −incluso a veces muestran una sonrisa de complicidad−, pero que a mí me producen palpitaciones. Por supuesto, tanto escándalo me impedía la lectura del libro que me había llevado para aliviar la espera, pero ya se sabe, eso de leer es costumbre de gente inadaptada y amargada. 

¿Dónde quedó aquello de SILENCIO que se pedía desde las paredes en todas las consultas médicas? Cada día me fastidia más estar entre mis semejantes.

01 octubre 2017

Dunkerke y el burro flautista

No le den vueltas, los anglosajones son infinitamente más listos que nosotros, al menos a la hora de valorarse ellos mismos o ser valorados por algunos otros. Ya escribí una entrada no hace demasiado tratando de la leyenda negra y cómo hacemos frente ellos y nosotros al hecho incontrovertible de que en Iberoamérica una mayoría de la población, entre el 70 y el 80%, es india o mestiza frente a EE.UU. y Canadá, donde los nativos o mestizos no llegan al 1,5%.

Aquí hablamos todavía −poco− del «desastre de Annual» y casi menos del «desembarco de Alhucemas» donde supuestamente nos quitamos la espina de lo primero. Todavía hablamos de la Armada Invencible, empeñados en cachondearnos de nosotros mismos llamando invencible a lo que fue una derrota en toda regla, bien que los ingleses fueran asistidos por dios y la naturaleza, ¡ellos, que eran herejes y nosotros un modelo cristiano que debería dejar a dios entusiasmado!

Viene todo esto a cuento de que hace un par de días he visto la película «Dunkerke», que como pueden imaginar narra el desastre de la retirada de franceses e ingleses en 1940, durante la 2ª G.M. Aparte de la calidad de la película, me produce una envidia rabiosa ver cómo un episodio que siempre se ha contado como una vergüenza de mala organización que costó la vida a decenas de miles entre soldados y civiles, (no he podido conseguir una cifra aproximada, supongo que ni ellos lo saben), en los relatos se habla mucho de los soldados que consiguieron evacuar a Gran Bretaña, pero no parece haber mucha preocupación por las bajas. El triunfo aparente de la retirada a Inglaterra fue en buena parte debido a la indecisión de Hitler y sus generales que no supieron aprovechar aquella oportunidad servida en bandeja.

Como servido en bandeja fue el material que quedó abandonado por los aliados; una cantidad de cañones, tanques, vehículos de transporte, armas ligeras, etc. como para abastecer a varias divisiones, mucho más de lo que tenía Inglaterra en su propio territorio en aquel momento, según he podido leer.

El asunto es que la conclusión que se saca de la película, narrada desde tres escenarios, es que los ingleses son una maravilla (los franceses no, ya se sabe), los patriotas que condujeron sus pequeños barcos, yates o pesqueros, un ejemplo para todo el planeta y la operación en su conjunto una gran victoria para los aliados. Y lo fue, mirando el lado bueno, si tenemos en cuenta el desastre absoluto que podría haber sido. Según la película, un episodio que merecería ser llamado épico y que ningún otro pueblo, además del inglés, podría llevar a cabo. En realidad un milagro o, mejor, otro golpe inigualable de pura suerte como el de la Armada Invencible.

Parece que los ingleses, exceptuando las batallas de Cartagena de Indias −ya saben, lo de Blas de Lezo− y Galípoli (Dardanelos) han tenido siempre una suerte que solamente el verdadero dios ha podido proporcionarles, algo que cuando menos resulta desconcertante considerando lo malvado que fue Enrique VIII. Incluso en la 2ª Guerra Mundial consiguieron que los rusos les sacaran las castañas del fuego y así presumir codo con codo con los norteamericanos de que eran ellos los que habían ganado la guerra.

Dios salve a la reina (pero no demasiado tiempo, que ya está bien...).  

16 septiembre 2017

Andaluces

Es habitual y estamos acostumbrados a que cualquier español muestre desprecio por los andaluces y su  supuesta categoría intelectual. Ya se sabe, son gente muy divertida para tomarse unos vinos, pero es inútil plantearse una conversación algo profunda con ellos porque sería perder el tiempo.

Esas muestras de desprecio suelen darse en conversaciones privadas, porque para el hipócrita buenismo actual todo el mundo es magnífico, pero no se crean, hay personajes muy populares como Jordi Pujol −sólo dejó de ser popular cuando se descubrió que él y su familia eran peores que la Cosa Nostra− que se despachó a gusto en un libro de su autoría donde se refería a los andaluces como seres infrahumanos o incluso el más templado Gonzalo Torrente Ballester que hace ya años, en una entrevista en El País Semanal, afirmaba sin ruborizarse que Felipe González no podía ser inteligente porque era andaluz. Eso lo decía un gallego de pura cepa. 

No hubo muchas protestas en ninguno de los dos casos ni en otros muchos que se produjeron y producen ante la indiferencia de toda la nación, la realidad es que los andaluces son valorados casi a la par de los murcianos, estos últimos un poco por debajo porque no son precisamente conocidos por su gracia. Claro que los eternos dolidos ya se sabe que son los catalanes.

Leí hace 35 años «Memorias de Adriano», de Marguerite Yourcenar, un libro que en aquellas fechas estaba en pleno éxito −entre los lectores, claro− y como tengo mala memoria, de esa lectura sólo me quedó el buen sabor de un lenguaje delicioso gracias a la autora y por supuesto al traductor, nada menos que Julio Cortázar. Se me ocurrió hacer recientemente una relectura de la obra y me alegro, porque gracias a mi mala memoria lo he disfrutado como la primera vez. Incluso me ha llamado la atención la extensa bibliografía que la autora incluye al final de la obra; más que extensa, abrumadora.

Como casi todo el mundo sabe, Adriano nació en Itálica, casi un barrio de lo que hoy es Sevilla, al igual que el anterior emperador Trajano, y ambos disfrutan de calles a sus nombres en el centro de esa ciudad. Los sevillanos que saben de este origen se enorgullecen de ello y hacen bien, no quiero ni pensar lo que tendríamos que soportar si hubieran nacido en Tarraco u otra ciudad de aquel imperio del noreste de la península con civilización más que milenaria.

Claro que si usted pregunta a un sevillano por el arquitecto autor de la famosa plaza de España, o la plaza de América, o tantos y tantos edificios −buena parte ya derribados− una mayoría de los sevillanos no sabrá decirle ni su nombre, pese a tratarse del más famoso arquitecto regionalista andaluz.

Ahora bien, aquel enorgullecimiento es de corto recorrido y parece que no hay ningún andaluz −ni ningún español, dicho sea de paso− que con la erudición suficiente, se haya ocupado de hacer estudios sobre esos emperadores o escribir libros sobre ellos, porque de los cientos de obras que Marguerite Yourcenar cita en su bibliografía ni una sola está en español, todas han sido escritas en alemán, francés, inglés, italiano o lenguas clásicas, ¿cómo es posible? Me parece muy expresivo este detalle y hace pensar que quizás esa superficialidad que se les atribuye a los andaluces sea en buena parte bastante merecida, porque ya es chocante que la autora no haya encontrado un solo texto en español que le aportara algo sobre el personaje. Poner un nombre a una calle lo hace hasta Ana Botella, escribir con conocimiento sobre una materia es otra cosa.

03 septiembre 2017

Mamoncetes

Atravesamos una época en que cualquier resquicio es aprovechado por el feminismo reivindicativo para organizar una campaña de protesta y reclamación de pretendidos derechos. Me refiero a ese asunto de si se puede dar de mamar en público sea cual sea el lugar.

Cuando yo era niño, vivía en una ciudad de provincias y era normal para mí ver a una mujer en el tranvía dando el pecho a su hijo. Debo advertir que casi siempre eran mujeres con cierto aspecto pueblerino a las que no cortaba lo más mínimo la exhibición. No descarto que alguna vez en el colegio hiciéramos bromas picantes sobre el tema, pero lo cierto es que no recuerdo que a nadie le resultara verdaderamente escandaloso o inoportuno.

Se perdió esa costumbre y llegan nuevos tiempos, los actuales, en que lo de ser hombre viene siendo perseguido con saña y ser mujer un salvoconducto que permite de todo, desde escribir contra el sexo masculino lo que se desee (ni soñar lo contrario) a desafiar al poder judicial no acatando una orden del juez y consiguiendo el apoyo incondicional de todos esos que consideran que la verdad suprema se encuentra en Facebook y alrededores.

Aparecía estos días en la prensa la queja de una mujer que lamentaba que le habían pedido que se saliera de la piscina donde le daba el pecho a su hijo. Ella argumentaba que peor era algún tipo que estaba en el agua completamente borracho. Cabría preguntarle si no había en la piscina un lugar mejor donde situarse que no fuera junto a un beodo y si eso justificaba en algún caso el amamantamiento dentro del agua, cuando estaba prohibido comer o beber en el recinto de la piscina. Me pregunto hasta qué punto sería agradable que, como suele suceder a los bebés cuando se alimentan, se pusiera de repente a vomitar en el agua.

Hoy viene en la prensa el caso de una mujer a la que prohíben dar el pecho a su niño −por cierto que un niño ya crecidito que debería estar jugando al fútbol como todos− nada menos que en el museo Victoria and Albert de Londres. Como es natural, se ha producido un revuelo enorme y, como es habitual, con miles de retuits y comentarios sobre el despotismo machista a que están sometidas las pobres mujeres. A ver, ya se sabe que a los niños lo que de verdad les priva es que los lleven a los museos a mamar. Por cierto, quiero llamar la atención sobre el hecho de que la protagonista se haya hecho la foto −lo que suena a cosa preparada, observen además la sonrisa de triunfo− delante de una escultura que representa precisamente a una mujer amamantando, pero, ha pasado por alto la diferencia de tamaño y edad de los niños. Si el niño fuera gamba...

Estamos perdidos y en vez de reivindicar el derecho a dar de mamar en el parque o en el banco de una plaza, se trata de agitar a todas las féminas por el supuesto derecho a amamantar en el momento y lugar en que a la mamá se le ocurra. Supongo que eso incluye hacerlo en medio de una ópera en el Teatro Real, en una conferencia o durante la Santa Misa.

09 agosto 2017

Atención al cliente

Los españoles tenemos un largo historial de engaños, desde que venimos al mundo nos toman el pelo una y otra vez, pero una y otra vez guardamos silencio y dejamos pasar la injuria sin más protestar −si acaso con los amigos, delante de una caña−, sobre todo cuando el agravio es de tipo comercial. La aparición no hace muchos años de los servicios de atención al cliente pareció que iba a paliar esos pequeños o grandes engaños proporcionándonos un arma con la que defendernos. Pero... si alguien es de los que presenta denuncia cuando los atropellos son excesivos, es mirado por sus conciudadanos como un ser asocial, incómodo e inadaptado.

Error, lo de suponer que los servicios de atención iban a servir para algo. La mayoría de esos servicios se limitan a largarnos un discurso acerca de la grabación de la conversación que mantengamos −suena a aviso amenazante− y algún parloteo sobre lo que harán o no con nuestros datos, siempre por supuesto acorde con lo dispuesto por la LOPD (Ley Orgánica de Protección de Datos), que es esa ley que no sirve para nada excepto para fastidiar al interesado. Como curiosidad, tras ser advertido en una llamada a Unión Fenosa de que la conversación iba a ser grabada por ellos, tuve la cortesía (puesto que en mi caso no era obligado) de avisar de que yo también estaba grabando; me cortaron la comunicación de inmediato.

Normalmente, usted deberá enfrentarse a unas locuciones grabadas que frecuentemente no ofrecen la opción por la que estamos interesados; es normal también que nos obsequien con un fragmento musical que se repite cada pocos segundos y que, con un poco de suerte, le harán abandonar el intento de comunicar para evitar un ataque de ira que no le servirá de nada. Cuando al fin llega la hora de la verdad todo son problemas, casi en el mejor de los casos conseguiremos contactar con un operador hispanoamericano que no se desenvuelve demasiado bien con el idioma español. Una pena que no hablemos guaraní o quechua o vaya usted a saber qué, para que nuestras reclamaciones puedan ser entendidas y atendidas adecuadamente. He leído que alguna operadora telefónica cobra un plus en el recibo mensual si usted manifiesta su deseo de ser atendido habitualmente por un español de origen.

Hay sin embargo algo que frena de manera contundente nuestro afán reivindicativo: los teléfonos de atención son casi invariablemente del tipo 902, lo que supone que usted va a pagar caro su −inútil− intento de ser atendido, porque a final de mes habrá un capítulo elevado en su recibo telefónico que enfriará su ansia reclamante. Caramba, estamos en un país en el que llamar a la policía municipal cuesta dinero (al menos en Madrid) y esas llamadas son de facturación aparte, aquí utilizan esos teléfonos de pago hasta la Administración del estado, los hospitales, clínicas e incluso las marcas comerciales le animan en su publicidad a interesarse telefónicamente por sus productos ¡llamando a un 902 que le costará dinero! Y bien pensado, ¿por qué van a renunciar a ingresos adicionales si nadie se lo prohíbe y lo aceptamos con mansedumbre?

Hace unos 10 años pasé una experiencia que me dejó muy mal sabor de boca. Tuve la ocurrencia de comprar por correo un reproductor mp3 en China. El aparato me llegó, pero no funcionaba correctamente y ahí aprecié mi error. Contacté con ellos y quien me atendía me ofreció cambiarme el aparato, pero yo ya había comprobado la escasa calidad del chisme y pedí el reembolso. La respuesta fue que si insistía en la devolución la empresa le despediría de manera fulminante. Pensé que el tipo exageraba, que los chinos no podían ser tan esclavistas y exigí el reembolso. Resulta que ahora el sistema ha sido copiado por las empresas españolas y es frecuente que tras ser atendido aquí reciba una llamada para que califique de 1 a 10 su satisfacción con la atención recibida y si recomendaría la empresa a un amigo. He sabido que si la calificación es inferior a 9 el empleado es probable que sea despedido; puro chantaje al cliente.

Hay no obstante un reducido grupo de ciudadanos que ha tomado la iniciativa de recoger firmas exigiendo la desaparición de esos teléfonos 902, apoyándose en algo tan pintoresco como que la ley obliga a que los canales de comunicación con los servicios de atención al cliente han de ser gratuitos. ¡Gente insaciable e inadaptada!

28 julio 2017

Periféricos díscolos

Es difícil que exista un pueblo con más desapego por su propio país que el nuestro e igual de difícil encontrar uno que esté más apegado a su patria cercana o, si lo prefieren, a su patria chica. Son mayoría los que miran casi con desprecio a la bandera nacional, pero se le saltan las lágrimas si escuchan una melodía típica y propia de su terruño. Si a usted se le ocurre poner una bandera española en cualquier lugar, será tildado de inmediato de casposo, viejuno y, con suerte, hasta de fascista. Sin embargo, si usted lleva una bandera de esas que tienen nombre en el idioma local, será un patriota, un progresista, una persona de bien a respetar por sus paisanos y por todos los tontos de otras latitudes.  

Nada que oponer, pero no está mal recordar que ese sentimiento llevado a su extremo puede causar y ha causado mucho daño a la totalidad de los ciudadanos. Ha sido y es especialmente dañino el proceder de ciertos periféricos ‒con perdón, que yo mismo soy periférico‒ que nos han tenido casi 50 años con el corazón en un puño, porque ciertos chicos traviesos de ese territorio que antes llamábamos Vascongadas y ahora País Vasco decidieron producir sangre y terror, porque amaban tanto sus raíces que no se podían contener.

Hemos vivido con el miedo a perder la vida y viendo como cerca de nosotros la perdían otros con peor suerte, por no hablar de los trastornos que nos producían los controles policiales y hasta el riesgo de muerte como el que yo mismo padecí con mi familia, en una ocasión en que viajando de noche al norte de La Rioja no vi la linterna con que me daban el alto en un control de la guardia civil y no me detuve hasta más adelante en que casi me saltan encima del vehículo unos agentes. La crispación era evidente y nuestro susto descomunal.

Acabamos de quedar casi tranquilos porque la banda ETA ha desaparecido prácticamente, pero ahí estaban en la lista de espera otros patriotas regionales esperando turno para amargarnos la vida. Hablo, naturalmente, de los abertzales catalanes que el PP ha procurado incrementar en número mediante una política hacia Cataluña que a los más templados ha cabreado y a los que han sido educados en la normalización lingüística y la sintonización de la TV3 ha transformado en radicales, que en buen número odian a todo lo que suene a España o, como gustan decir, el estado español. Ahí están los revolucionarios de la CUP y ERC para que no decaiga.

Estamos en el mes de julio de 2017 y cuelga sobre nuestras cabezas la fecha que unos desnortados han fijado para hacer un referéndum con tantas trampas que causaría la envidia de Franco, si siguiera con nosotros. Se dicen demócratas y cumplidores de la ley, pero están dispuestos a aceptar y poner en práctica su independencia aunque la participación sea escasa y con tal de que los síes sean la mitad más uno de los votos... contados por ellos. Y mientras, ese líder del mundo mundial llamado Rajoy continua comportándose como si frente a este problema bastara con actuar como su paisano de los 40 años, esperando que los asuntos se soluciones solos.

No hay que preocuparse. Yoko Ono ‒que ya tiene práctica en disgregar desde que deshizo The Beatles‒ apoya el referéndum y la secesión y también esa dama ilustre llamada Rigoberta Menchú, a la que le tocó un Nobel en la tómbola, como a la tal Malala.

En fin, no es ninguna novedad que el nacionalismo es el refugio de los incapaces, seamos pacientes con esta pobre gente. Por cierto, yo soy periférico.

16 julio 2017

Las mujeres lideran

Acabo de ver y escuchar el video blog de Iñaki Gabilondo en El País, que procuro no perderme nunca y que ¡cómo no! trataba sobre esos esforzados LGTBIQMD que estos días invaden Madrid en número cercano a los tres millones, según la prensa. Como cabía esperar, Iñaki −hombre ponderado donde los haya− está encantado por esa invasión y llega a afirmar que no sólo no cabe esperar que se disculpen por las numerosas molestias que nos producen a los que vivimos en Madrid, sino que debemos ser nosotros los que nos disculpemos por tanto sufrimiento y tanto dolor como les hemos producido.

¿Sufrimiento, dolor? En primer lugar, decir que acepto que algunos de los «incluibles» en esas siglas haya padecido por «lo suyo», pero tengo que aclarar que los que yo he conocido no han sufrido de manera especial. No más desde luego que los bajitos, los viejos, los calvos, los diabéticos, los feos y tantos otros que no se organizan para que el ayuntamiento les subvencione su Orgullo (un millón presupuestado por el ayuntamiento sólo para limpieza) y les permita tomar la ciudad y producir tantas incomodidades al resto de los ciudadanos como los LGT... van a producirnos con certeza a los demás. Pero ya se sabe, ellos tienen derecho a la revancha por lo que no se sabe quiénes les han hecho sufrir (¿Pol Pot, quizás?). Desde aquí puedo asegurar que ni yo, ni mis padres ni mis abuelos hasta donde yo puedo saber, les han infligido daño o humillación alguna, aunque está claro que mejor quejarse, por aquello de que el que no llora no mama. Y va sin segundas.

Como ya he dicho, yo nunca me he burlado de un marica ni le he pegado −digo maricas solo porque antes no teníamos esa variedad de siglas− y no tengo que pedir disculpas de ningún tipo ni las voy a pedir a los mismos que organizan un desfile en donde el mal gusto y la procacidad son las estrellas y si alguien lo duda puede buscar las numerosas fotos colgadas en Internet en las que hasta puede verse a uno de esos pobres humillados, completamente desnudo, fingiendo que sodomiza al pobre oso de bronce que junto con el madroño es o era el símbolo de Madrid. 

De ahí he pasado a leer el ataque dirigido contra Javier Marías, que ha osado decir en su artículo semanal en El País que «no suscribe el mandato de afirmar que Gloria Fuertes era una grandísima poetisa». No sé si tiene razón o no (no hay que olvidar que lo escribe como un artículo de opinión) pero todo el ejército de pirañas-feministas se le ha echado encima con mucha más inquina que si hubiera dicho lo mismo de Miguel Hernández. Pueden imaginar por qué.

Por último, me he recreado tan solo en las primeras líneas de un artículo titulado Las mujeres lideran la revolución tecnológica en España. No he continuado porque es lo de siempre, pero me resulta cansino ese empeño en sacar timbales y trompetas cada vez que hay que cantar las glorias de las mujeres. ¿Alguien ha visto alguna vez un artículo que se titulara Los hombres lideran durante siglos la revolución tecnológica en todo el planeta? Seguro que no y además sería estúpido que alguien se vanagloriara de lo que han hecho simplemente unos seres humanos, una especie a la que según parece no pertenecen las mujeres.

Vienen también en portada del diario un artículo con el título Frases que nunca le dirías a un hetero, otro La invasión de Rusia con los besos gais que viene adornado con una foto de dos "hombres" besándose, otros 35 lemas más inspiradores para el desfile del Orgullo, y por si le ha sabido a poco, puede rematarlo con Por qué 'Wonder Woman' es la primera superheroína que busca la igualdad entre hombres y mujeres. Sin desperdicio, oiga.

Menos mal que me voy de Madrid mañana temprano de vacaciones y ahí dejo a todos los que se regocijan con el espectáculo. Que sean felices en el desfile.

18 mayo 2017

Perseverancia

Creo que han sido dos las veces que he cerrado este blog y otras tantas las que he vuelto a abrirlo, no tanto por las peticiones de lectores horrorizados por tener que prescindir de esta enriquecedora lectura, como porque le he cogido cariño y tras 301 entradas publicadas y cercano a los 8 años de vida siento cierta resistencia a desentenderme de él.

Todo lo que hacemos en la vida lo hacemos esperando una recompensa o gratificación por ello; reconocimiento, agradecimiento, retribución económica, etc. Nada me recompensa por el cuidado de este blog, no hay casi comentarios de lectores −la remuneración del autor de un blog− y los que llegan suelen ser de amigos que se esconden tras el anonimato o pseudónimos vergonzantes e incluso uno, convencido de que no lo identificaré, me ataca más de una vez abroncándome porque he osado retocar alguna frase de alguna entrada después de publicada y su RSS le avisa como si fuera una entrada nueva, obligándole a perder su sagrado tiempo entrando a ver qué hay; vaya por dios. Por cierto, que los comentarios de este desquiciado lector me obligaron a establecer la moderación previa, en vez de publicarlos directamente.

Algunos de los que me leían por costumbre −y así les gustaba indicármelo en cada encuentro personal sin que yo se lo pidiera− me han castigado con su desaparición, posiblemente como expresión de desacuerdo con el contenido de mi blog, o porque ya no les gusta cómo digo lo que digo. Puede que yo sea muy susceptible, pero me he dado cuenta de que los más cercanos de quienes me leen casi me exigen una actitud de agradecimiento por tal esfuerzo.

Ningún problema. La lectura del blog es tan libre y voluntaria para los potenciales lectores como su escritura lo es para mí, así que aunque no prometo no volver a activarlo dentro de un tiempo −y desearía no hacerlo− lo cierro hasta nuevo aviso.

Mi agradecimiento a los pocos lectores habituales y mis disculpas por premiar así de mal su perseverancia y paciencia, las que yo no tengo.

No hace falta decir que volví a caer en la tentación de escribir en el blog, la diferencia es que esta vez no me preocupa la regularidad o la frecuencia. Incluso tengo entradas escritas que por pereza no me he molestado en publicar. Este blog es ahora una distracción ocasional y no una obligación.

09 mayo 2017

Algo más de ¡que inventen ellos!

Ya he dicho en una entrada casi reciente lo decepcionante que resulta ver que mientras en Europa la ciencia investigaba, se componía música, se evolucionaba en todos los sentidos, en este país nuestro, de uno a otro extremo, nos dedicábamos a rezar y a gastarnos el dinero en guerras para obligar a los holandeses a ir a misa. Todos conocemos la airada frase de Unamuno ¡que inventen ellos! a la que se le ha dado todo tipo de interpretaciones, en un sentido y en el contrario, pero que en todo caso es un recordatorio de la pobreza investigadora en que hemos vivido y seguimos viviendo. Si cualquier actividad intelectual significa pasarlo mal, la investigación en España es sufrir desprecio y minusvaloración, porque un investigador no es por lo general un triunfador en lo económico. Y no es este gobierno el que trabaja para que deje de ser así.

Para mí que sin duda esa falta de interés oficial por la investigación es un reflejo de la falta de interés de la población por esa actividad y, salvo raras excepciones, vemos con naturalidad que España sea uno de los mayores productores mundiales de coches... fabricados con patentes extranjeras, porque no existe ninguna marca genuinamente española. Apenas si hay aparatos electrónicos diseñados aquí y hasta los televisores son importados o fabricados con licencia, cuando en los años 60 y 70 había marcas totalmente españolas, ahora recuerdo al menos dos ya desaparecidas: Iberia y Werner.

De todo lo relacionado con la industria de vanguardia, química o farmacéutica más o menos lo mismo, y si alguna había o hay que funcionara con patentes españolas, empresas extranjeras se apresuran a comprarlas o simplemente echarlas del mercado.

Apenas si destacamos en algo y si lo hacemos viene de inmediato el martillo que golpea al que sobresale, últimamente lo relativo a las energías renovables, en lo que avanzábamos de manera señalada hasta el punto de despertar la atención de otros países europeos y de EE.UU., pero no sé si el lobby de las eléctricas o simplemente la ineptitud del gobierno les ha dado un palo del que difícilmente se levantará, porque otros países ya están tomando la delantera.

Aquí se alienta de boquilla a los emprendedores, pero he podido leer que la grandísima mayoría de ellos piden financiación para... poner un bar en alguna de sus variantes y lo gracioso es que pese a todo y a la abundancia de esos establecimientos, tienen más posibilidades de conseguir ayudas que quienes lo solicitan para un proyecto de investigación o fabricación de un nuevo producto. Hasta ahí llegamos.

¿Me estoy refiriendo tan solo a los llamados bienes de consumo? Ni mucho menos; no pasarán muchos años para que hasta el idioma que hablamos tenga que pagar patentes a ese idioma inglés que ojalá conociéramos todos, pero que deberíamos también mantener lo más apartado posible del nuestro, pues el descuido habitual y la estupidez de muchos nos hará terminar como algunos países hispanoamericanos que hablan actualmente una lengua excesivamente mestiza o Brasil que cuidadosamente ha ido cargándose el bello idioma portugués con infiltraciones del inglés que ya han gusaneado totalmente la lengua y poco pueden hacer los portugueses para evitarlo, algo más de 10 millones frente al gigante brasileño con más de 205 millones.

Leo con frecuencia la expresión «entrar en pánico» en la prensa y, peor todavía, el autor de un comentario en una noticia escribía que se sintió «empanicado», para intentar expresar que algo le había producido pánico en algún momento. ¿Pero qué es esto, cualquier memo se inventa el verbo que le viene en gana? Pues sí, coincide el advenimiento de un analfabetismo generalizado −un universitario no es normalmente capaz de escribir dos líneas sin incluir alguna falta de ortografía−, con la creencia de que apoyándose en aquello de que el lenguaje es algo vivo, cualquiera puede intentar matarlo, inventar lo que le parezca. Es más, existe una web −onoma.es− que le anima a inventarse un verbo y le facilita la supuesta conjugación en todos sus tiempos.

El inglés es un idioma en el que casi cualquier sustantivo puede volverse verbo, pero el español no es el inglés. Ellos tienen el verbo panic que podría traducirse por «dejarse llevar por el pánico» o «ser presa del pánico» y, claro, esto es demasiado largo para los impacientes hablantes, así que sin más conocimiento de gramática y quizás suponiéndose tan capacitado como un antiguo monje del monasterio de Yuso suelta lo que se le viene a la cabeza, no en una conversación informal, sino en un comentario en uno de los principales diarios del país o en cualquier medio de comunicación. He podido ver una consulta en Fundeu donde una señorita preguntaba si se debía decir «empanicada» o «apanicada». Una erudita escrupulosa.

Como suelen decir estos ilustres creativos: «lo importante es que se me entienda, ¿no?». Pues no.

27 abril 2017

Muros y vallas

Con el advenimiento del nuevo presidente de EE.UU., se han puesto más de moda si cabe  los artículos en los medios y las conversaciones sobre el asunto de los muros y las vallas, lo que nos proporciona más argumentos para posicionarnos en contra o a favor y así alimentar esa pasión tan hispana de enfrentarnos unos a otros por lo que sea.

Todo el mundo lo sabe, pero puede que no se hayan detenido a reflexionar sobre ello. Siempre ha habido murallas, vallas y muros y el propósito ha sido siempre el mismo: que no entren los que desde fuera quieren introducirse para apoderarse de nuestros bienes e incluso para acabar físicamente con los del interior.

Eran los de fuera los que intentaban destruir, eliminar el obstáculo que se interponía en sus propósitos y los de dentro formaban una piña a la hora de defenderse y defender lo que les protegía de los invasores. Hay muros bien recientes como el que los israelíes han construido en Cisjordania y en el que si usted asoma la cabeza por encima de él se la vuelan de un tiro sin más aviso, pero ya se sabe que los israelíes pueden hacer lo que les dé la gana sin más repercusión en los medios ni reprimenda internacional, ellos tienen licencia para matar; publiqué hace algún tiempo una entrada sobre el asunto. Muy de actualidad tenemos el muro, ya construido en parte, para separar EE.UU. de Méjico y que ahora Trump quiere terminar para evitar la entrada masiva de inmigrantes procedentes del sur. Como este personaje es pintoresco, pretende que además lo pague Méjico, aunque si usted ha visitado Los Ángeles u otras ciudades del sur de California podrá ver muchos inmigrantes del sur trabajadores y honrados, pero también una delincuencia sangrienta que ha cambiado el paisaje de esa parte de EE.UU. De otro lado, pocos saben que Méjico deporta hacia Guatemala más personas (147.000 en 2016) de las que EE.UU. deporta hacia Méjico (96.000).

Ha tenido que llegar el siglo XXI y con él el desconcierto, ignorancia y desorientación de buena parte de la población para que en España una parte de los nacionales desee eliminar las vallas de Ceuta y Melilla y la que de manera natural supone el Mediterráneo, para dejar que fluya libremente la multitud de africanos que sin huir necesariamente de guerra alguna quieren venirse a Europa para disfrutar lindamente de los ya precarios bienes que disfrutamos gracias al esfuerzo propio y de nuestros antepasados. No olvidemos a los que desean la eliminación de los CIE porque sostienen que los encerrados en ellos no han cometido ningún delito, una absoluta falsedad porque normalmente allí van los que se distinguen por su violencia y afición a lo ajeno. No cabrían todos los que entran ilegalmente en España.

Si usted se manifiesta partidario de estas vallas y de su refuerzo mediante vigilancia efectiva, verá cómo hasta algunos de su entorno le tratan como nazi sin corazón sin pararse a reflexionar que la amenazante llegada de 20 millones que esperan a que se abran las puertas haría desaparecer nuestro país, mientras una cifra muy superior se tragaría Europa tal y como la conocemos. Ya escribí una entrada sobre esta invasión (enlace). Resulta desconcertante que los buques de guerra que patrullan el Mediterráneo no estén para evitar la venida, sino para depositar cuidadosamente a esos inmigrantes en suelo europeo. Nosotros mismos tenemos la entidad Salvamento Marítimo, teóricamente para el rescate de náufragos, accidentados y lucha contra la contaminación del mar; en la práctica lo que ocurre es que apenas una lancha con migrantes abandona la costa africana, ellos mismos o la ONG que les respalda avisa a este servicio para que los recoja y los deje a salvo en Europa (no en África). Han quedado casi como una agencia de transporte humano.

Esto de los refugiados e inmigrantes es asunto de gran importancia para unos y otros y por tanto, y contando con que los buenistas son también demócratas −que ya es mucho contar−, deberían promover la realización de un referéndum sobre la materia. Esta gente me recuerda a John Lennon cantando "Imagine no posessions..." mientras él poseía un apartamento de 4 millones en Manhattan. De momento, y según una encuesta realizada hace poco por un medio europeo, un 32% de los españoles está a favor de la acogida y un 51% en contra; en Francia, que ya saben bien lo que es convivir, estas cifras son del 16 y 61% respectivamente. Lo que desde luego no es aceptable es que un grupo muy activo, pero indiscutiblemente minoritario, disponga del país a su antojo, un país que pertenece a todos y que la irresponsabilidad de aquellos puede llevar a una situación sin vuelta atrás. Nos parece justo y natural que quienes viven en Cataluña no puedan disponer en exclusiva del territorio en el que se asientan porque nos pertenece a todos, pero contemplamos sin alterarnos que las ONG que viven de nuestros impuestos vaya llenando poco a poco todo el territorio nacional de quienes simplemente son muchas veces la materia prima con la que comercian.

Resulta sorprendente el escándalo que estas ONG montan por las deportaciones y la realidad de éstas. Por ejemplo, en el pliego oficial de condiciones para la contratación de vuelos donde van a ir los deportados, se exige que el sujeto disfrute de las mismas comodidades que un pasajero de clase turista y el régimen de comidas debe ser como mínimo idéntico con consideración a las limitaciones de la religión de cada uno, ¡viajan mejor que yo! Si a esto le sumamos lo que cuesta la escolta, porque aquí no se permite deportar a los inmigrantes encadenados como se hace en otros países, el resultado es que cada persona deportada nos cuesta una fortuna que pagamos detrayendo ese dinero de otras necesidades del país. Las ONG bien, gracias.

17 abril 2017

¡Qué fácil es hablar!

Si a cualquier espécimen humano moderno se le contara que hasta no hace demasiados años si usted quería hablar con alguien de, pongamos, Zaragoza tenía que llamar a la central de Telefónica, expresar su ferviente deseo de comunicar y la telefonista le respondía con una frase que producía escalofríos: tiene una demora de 20 minutos, le parecería que estaba exagerando. Y eso es lo que había, tanto si usted tenía que comunicar un fallecimiento, un accidente o una buena nueva. Había incluso la posibilidad de que transcurrido esos minutos prometidos no sonara el teléfono y entonces usted podía llamar de nuevo a la operadora que le daba el diagnóstico fatal: hay congestión en la red, puede que tarde otra media hora. Cuando por fin conseguía la comunicación, siempre había algún familiar cercano que le recordaba «no te entretengas, que es conferencia», es decir, que era caro. No quiero ser mal pensado, pero adivino que la mayor parte de los que no conocieron estos avatares dicen para sí mismos o en voz alta, «pues no haber sido viejo» o alguna lindeza de este orden, como si no fueran Marconi, Antonio Meucci y Graham Bell −entre otros− los viejos que pusieron los cimientos de lo que ahora disfrutamos o padecemos, el verbo es subjetivo.

Esto ocurre porque en contra de lo que vaticinaban los escritores de ciencia-ficción, el avance brutal no ha ido en el sentido de los viajes espaciales, que seguimos igual que estábamos hace cincuenta años o más, sino en el de las comunicaciones y la información en general. No conozco ningún escritor que anticipara la enormidad de que disponemos ahora en cuanto a lo de hablar con otros situados en la casa de al lado, en un apartado barrio de nuestra ciudad o en Alaska. Incluso, para mi asombro, hay quienes prescinden del teléfono de toda la vida, el teléfono fijo, y hasta lo dan de baja porque prefieren usar para comunicarse esa especie de pesada chocolatina llamada smartphone, en la que usted habla o escucha por un pequeño orificio invisible tras aplastar el dispositivo contra la mejilla, los más rompedores empleando solamente el dedo índice para este menester.

No podíamos imaginar que esos aparatitos llamados móviles y que parecían reservados a ejecutivos o personal de emergencias iba a extenderse hasta el punto de que una discusión familiar muy común −me consta− es si al niño de 8 años se le compra o no un móvil (o se le da el viejo de papá o mamá), y que la tenencia de estos aparatos iba a suponer un conflicto para los indefensos profesores en los colegios, que no consiguen que el batallón de descerebrados a los que tienen que formar les presten más atención que a su móvil. No podíamos imaginar que el parloteo infame llegaría al extremo de obligar a establecer vagones silenciosos en trenes y hasta áreas silenciosas en aviones, que ya las hay en algunas líneas aéreas. Porque la cháchara incesante puede molestar más que el humo de los cigarrillos ajenos.

La verborrea no cesa y por la calle usted puede incluso oír lo que dice por el móvil alguien que se encuentra a más de 50 metros, porque con frecuencia elevan el tono de voz como si no estuvieran utilizando un medio electrónico de comunicación, eso sin contar los que pasan a nuestro lado como zombies aparentemente hablando solos y gesticulando y que en realidad mantienen una conversación con auricular.

La pasión por comunicar cualquier memez a todo el planeta se ha hecho casi general y si algo es laborioso es escoger el medio: llamada a secas, SMS (ahora poco), llamada o mensaje por Whatsapp, Facebook, Instagram, etc. Todo el mundo aparenta pensar que el resto de la población está pendiente de si le ha salido un grano en el trasero, si ha sufrido un percance con su pareja, o alguna de los millones de incidencias que son posibles en la vida del más sedentario de los humanos. Nadie parece disfrutar de lo que hace o vive, el verdadero placer está en difundirlo cuanto antes por las redes.  

Puesto que los usuarios han descartado totalmente la privacidad, le sugiero una prueba: cuando alguien que se encuentre cercano esté hablando por el chisme, pegue la oreja, cotillee, le apuesto lo que quiera a que lo que oye es siempre una banalidad que no merecería una llamada. Si no le agrada cotillear, obsérvese a sí mismo cuando haga una llamada; casi seguro que acierto.

06 abril 2017

Delito de odio. ¿Seguro?

Andan aireándose con frecuencia los que han dado en denominar delitos de odio. Como me sorprende la alegría e ignorancia con que se califican las actitudes y obras de los demás, me he ido al diccionario para saber qué es exactamente el odio. Dice «1. m. Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea». La RAE persigue eso de que 'lo bueno si breve, dos veces bueno', pero creo que en este caso algo tan poco explícito no sirve de mucho ni es bueno.

Como no se han esmerado demasiado en dar una idea cumplida de la palabra, me voy a consultar el María Moliner; ese es más extenso y define «odio (del lat. «odíum»; «Despertar, Inspirar, Levantar odios, Cobrar, Coger, Tomar, Sentir, Tener; a, por») ¬m. Sentimiento violento de repulsión hacia alguien, acompañado de deseo de causarle o de que le ocurra algún daño. ¤ *Repugnancia violenta hacia una cosa, que hace que no se pueda soportar: ‘El odio a la mentira’. ¤ Se usa también hiperbólicamente: ‘No me explico su odio a este cuadro’» (en todos los casos el subrayado es mío).

Extrañado porque esas definiciones no coinciden con el uso que habitualmente se le da a la expresión, busco la página del Ministerio del Interior donde en un tríptico se afirma «Si una persona se ha mostrado hostil hacia ti por tu raza, orientación e identidad sexual, religión, creencias o discapacidad, ha cometido un delito de odio». Vamos, que la hostilidad pasiva no justificada es delito; para eso no necesitábamos tanto barullo. No parece ser delito que la Administración tutee al ciudadano en una clara manifestación de abuso de confianza con quien le financia.

Finalmente, encuentro en la Enciclopedia Jurídica Seix (Barcelona, 1920) un párrafo de C.Bernaldo de QUIRÓS, en el que se refiere al odio como «Sentimiento que forma con el amor la par de opuestos contrarios o antagónicos en que se manifiesta la vida emotiva y que se caracteriza principalmente por la tendencia, impulsiva u obsesiva, a destruir la persona o el ser vivo sobre que recae, pues el sentimiento en cuestión no se dirige nunca a las cosas. El odio se distingue en este carácter de la simple aversión, que se limita a evitar la proximidad o el contacto de lo que se aborrece; y aun siendo, como antes se ha dicho, antagónico del amor, puede suceder a éste, en una extraña transmutación de valores».

Si usted ha llegado hasta aquí en su lectura, permítame que le manifieste mi admiración por soportar semejante tabarra, puede ser que le preocupe como a mí la ligereza con que se califica de delito de odio lo que no supera el simple rechazo o aversión. Una calificación disparatada, igual a la del régimen de Franco, que acusaba de rebelión continuada al que no se sumó a su golpe de estado y se quedó en su casa o permaneció al lado de la república.

Nadie está obligado a gustar de todo y por lo tanto podría afirmarse en ciertos casos que uno no siente especial cariño o predisposición por algo o por determinadas personas, pero es simplemente fruto de la época buenrollista que padecemos que alguien se atreva a calificar de odio lo que es simplemente distanciamiento o aversión. Por cierto, he descubierto que eso de «discurso o delito de odio» nos viene, cómo no, del inglés hate speech or hate crime. Como ya dije en otras entradas, a mí no me gustan las sardinas asadas, el fútbol o los gitanos, pero al no existir violencia, hostilidad manifiesta o actitud agresiva, el asunto queda simple y exactamente en lo dicho, y nadie tiene derecho a calificarlo de odio; el odio es un sentimiento eminentemente activo y no es ese mi caso ni el de muchos más como yo. Simplemente no me uno al buenismo dominante, a veces explico el porqué y ahí queda todo.

Lo curioso es que la mayoría de las personas siguen dócilmente lo que desde los medios se les va indicando y de ahí que pueda parecer que en esta sociedad el único problema es si niños y niñas vienen equipados con penes y vulvas o viceversa. A nadie le importa, por ejemplo, si una mayoría de la población manifiesta a los cuatro vientos su odio a los ciclistas (¿saben? hay más ciclistas que transexuales*) y su deseo de pasarles por encima con el coche propio. Lo sé porque lo han dicho en mi presencia y puedo leerlo en la prensa casi cada día, cualquiera diría que los ciclistas formamos un colectivo homogéneo de pensamiento único −¿son los automovilistas o los peatones homogéneos?. Por eso y por temor a daños mayores estoy a punto de renunciar a pasear inocentemente en mi bicicleta por los carriles-bici construidos separadamente de las calzadas y aceras porque ellos, muchos peatones, se empeñan en invadirlos y ocuparlos, a veces con los carritos de sus bebés o sus perros, poniendo siempre en peligro a quienes hacemos uso de estas vías para el fin que fueron creadas.

Y tendré muchísimo cuidado en decir cosas como «odio el día de San Valentín», «odio a los desaprensivos» u «odio la papaya», no sea que el peso de la ley caiga sobre mí, sin conmiseración, porque no estoy casado con una infanta ni he presidido un banco.

*Son ciclistas en sus distintas variantes −transporte, ocio o deporte− un 58,2% de los españoles. La transexualidad afecta al 0,005% de la población, es decir, 50 por millón, y conviene recordar que hay más víctimas ciclistas que por violencia machista. A la hora de dar preferencias a problemas conviene saber que en cuanto a la dependencia de personas incapacitadas, de los 1,2 millones de personas que en España tienen un grado reconocido, el 29% no ha recibido ninguna ayuda (datos oficiales de diciembre pasado); esto no parece importar a nadie.

27 marzo 2017

¿Quo vadis ad primarias?

Se acercan las primarias del PSOE en mayo próximo, de donde saldrá elegido el nuevo secretario general que sustituya a esa ilegal gestora que para mayor congoja está durando demasiado. Este es un acontecimiento que preocupa a unos, deja indiferentes a otros y afectará a todos, porque la importancia de ese partido en España sobrepasa la mayor o menor simpatía que pueda despertar en cada uno. Son tres los candidatos que van a optar, con desiguales apoyos y posibilidades.

En primer lugar tenemos a la esperanza blanca del llamado aparato del partido, Susana Díaz: una mujer de la que suelen decir que es una ganadora nata, pero que casualmente en las últimas elecciones andaluzas apenas si consiguió los votos precisos (del 39,5% de Griñán en 2012 al 35,4% de Díaz en 2015) y el puesto que ocupa lo consiguió más o menos como en su día llegó Ana Botella a la alcaldía de Madrid: de carambola.

Fue, si no la principal promotora del golpe que se dio en Ferraz el 1 de octubre de 2016, sí el estandarte de esa acción que recuerda inevitablemente a aquel coronel Casado de 1939. Y también la jefa de aquel esperpento llamado Verónica no-sé-qué que se desgañitaba gritando en Ferraz que era ella la que mandaba. Fue Susana Díaz la que soltó aquella perla de «No somos ni buenos ni malos, ni de izquierdas ni de derechas» y probablemente lo dijo convencida de lo admirable de su afirmación, porque esta señora representa lo peor de su tierra: la ignorancia más absoluta e irredenta, mezclada con una prepotencia, autosuficiencia y garrulería desagradable. Por suerte −para los otros−, cuenta con el apoyo de todos los que el partido debería arrojar a la cuneta.

En segundo lugar, tenemos a un candidato −Patxi López− al que me confieso absolutamente incapaz de valorar pues es persona de pocas palabras y escasos hechos. Sólo conozco de él su desempeño como lendakari y como presidente temporal del Congreso de Diputados. Ninguna de las dos cosas las hizo mal ni señaladamente bien, así que es una incógnita. Tengo que confesar que no me desagrada como candidato, aunque no es difícil verlo como perdedor en la elección a secretario general.

Tenemos por último a un candidato del que se ignora casi todo excepto sus palabras, que han variado en algunos asuntos pero manteniendo aquella postura sobre el no es no, que supo sostener contra viento y marea −era lo que le había encargado el comité federal− a pesar de que se veía venir el golpe con el que se le apeó de su puesto de secretario general, llevado a cabo por lo peorcito del PSOE, aquellos que lo han llevado al estado de postración en que se encuentra, sin cabeza visible y dirigido por el presidente de la gestora, un hombre mediocre de mediocres ideas y mediocre actitud, ese hombre que dice que el PSOE se ha podemizado por recurrir al voto de los militantes, algo que ya se hacía hasta el final de la Segunda República, aunque él parece ignorarlo o querer ignorarlo. Y conste que pienso que la militancia no debe decidirlo todo.

Hasta donde yo sé, Pedro Sánchez es el único candidato que ha editado un programa −«Somos socialistas», aunque inevitablemente muy de generalidades− que muchos suscribirían casi en el cien por cien. No me imagino a Susana Díaz haciendo algo parecido, ella es más de adhesiones incondicionales, cariño y charlatanería.

Pedro Sánchez destaca para mí porque parece hombre enérgico y valiente y después de lo que se ha ido viviendo en su partido tanto tiempo parece algo recomendable. Pero −siempre hay un pero− inquieta su giro en al menos parte de lo que eran sus posiciones: en sus declaraciones nos sale ahora con aquella falacia de que España es una nación de naciones, un absurdo en el siglo XXI y algo que podrían afirmar con igual o más motivos Italia, Francia, Alemania, Reino Unido y otros, incluida aquella Yugoslavia que ya puso en práctica esa idea y pagó esa práctica con el fin del progreso en que estaba empeñada, con buenos resultados hasta aquel momento. El patriotismo de aldea no es ninguna novedad en Europa.

La otra idea que me resulta inaceptable es la de la alianza con Podemos; es válida una alianza postelectoral, pero antes hay que mantenerse a distancia de ellos. Este partido que tanto ilusionó en sus comienzos ha resultado para mí frustrante y dogmático, tiene todos los vicios que poseen los partidos que llevan tiempo establecidos y carece de la práctica de gobierno y preparación que otros sí tienen. Abundan los coleguis, los bandarras y los nepotistas y son muy aficionados a los «lemas de temporada» como aquel de la casta. Sobra mucha morralla, entre otros ese líder tan creído de sí mismo y ese Rasputín bajito conocido como J.C. Monedero.

Lamentablemente no será candidato alguien que parecía lleno de la sensatez y el equilibrio que el PSOE precisa para su resurgir: hablo de José Antonio Pérez Tapias, que parece poco amigo de las componendas precisas para medrar en un partido y hombre de escasos apoyos dentro y fuera del aparato, quizás precisamente por esos motivos.

Falta hace alguien que finalmente levante el partido a tiempo para las elecciones que pueden echársenos encima apenas Rajoy vea que le conviene, aunque lamentablemente ya se ha perdido a los jóvenes, en parte porque el PSOE carece actualmente de la capacidad de inyectar ilusión y porque la juventud actual, dada a las modas, lo considera un partido de viejos que no le va nada a su moderno estilo de vida. Si su líder no usa pañuelo palestino es un reaccionario que no les parece interesante.

18 marzo 2017

Hágase influencer

Los de mi generación, cuando éramos niños, solíamos ambicionar ser de mayores policías, soldados del 7º de caballería, indio, bombero o cualquier otra actividad que supusiese heroicidad o al menos asombro y admiración de los demás. Me imagino que otros preferían ser ladrones y por eso de mayores se hicieron incondicionales de ese partido tan popular. Ya en la adolescencia, renunciábamos a esas profesiones para abrazar otras que equivocadamente suponíamos también heroicas, pero mejor remuneradas que la de indio o la de policía, por ejemplo.

Lo cierto es que cuando llegó la hora de la verdad, nos agarramos a lo que veíamos que podía proporcionarnos el sustento y algo más y así se daban incongruencias casi cómicas entre lo estudiado por muchos y el campo en que más tarde encontraban un puesto de trabajo con una remuneración aceptable. Por ejemplo, sé de un ingeniero aeronáutico que ocupa un puesto directivo en Mercadona y de un ingeniero agrónomo que vendía ordenadores.

Quizás sea porque soy cobarde o muy conservador, siempre me ha horrorizado la posibilidad de trabajar en algo que suponga no ya lo inevitable de levantarse temprano cada mañana y trabajar toda la semana, sino vivir casi cada día con la incertidumbre de si al día siguiente vamos a conseguir un trabajo remunerado. Hablo por ejemplo de los escritores o de todos esos que pertenecen al mundo de la farándula en sus modalidades más o menos nobles y por eso aunque admiré y admiro a personajes como Adolfo Marsillach, Fernando Fernán Gómez los hermanos Gutiérrez Caba o José Luis Gómez, ni prometiéndome el éxito que todos ellos consiguieron o consiguen, aceptaría haberme puesto en su pellejo. Decididamente, a efectos de contrato de trabajo −que no de vacaciones− pertenezco al modelo japonés, donde ya se sabe que al menos hasta hace poco, uno empezaba a trabajar en Toyota y se jubilaba en Toyota. Nada de aventuras ni veleidades.

Vi en los premios Goya quejarse a muchos de la escasez de trabajo −y por tanto de ingresos−, no presté mucha atención a las actrices que exigían más papeles femeninos, supongo que piden algo así como que se ruede de nuevo Los últimos de Filipinas pero solamente con mujeres, parece que tampoco se les ocurre la conveniencia de que haya más mujeres guionistas, directoras o productoras. El colmo de esto pude observarlo no hace mucho en una entrevista en la prensa a un actor de raza negra nacionalizado español, que protestaba enérgicamente de que sólo le dieran papeles de inmigrante o de nativo en películas ambientadas en países tropicales, ¿por qué será? Entiendo que resulta fastidioso, pero por más que hago memoria los únicos negros que recuerdo en el pasado de España son el rey Baltasar, Antonio Machín o aquellos que Lope de Aguirre y otros conquistadores colocaban −se asegura− en primera línea durante los combates para asustar a los pobres indios.

El caso es que no me gustan estos trabajos cuya principal característica es la temporalidad, quizás por eso acompaño de corazón en el sentimiento a tantos jóvenes y menos jóvenes que se ven obligados a aceptar trabajos de una temporalidad a veces extrema, cuando los encuentran, que a veces ni eso; recuerdo también que el otro día un ATS masculino se quejaba en la prensa de que había tenido 567 contratos en 17 años. Se suele decir que las leyes laborales son terminantes: con cierto tiempo trabajado el contrato debe volverse fijo. El problema es que los empresarios −con la Administración a la cabeza− también son terminantes: o aceptas esta porquería de contrato de horas o tomo a otro de la larga cola que está esperando lo-que-sea.

Sin embargo, ha habido jóvenes que han encontrado la manera de disfrutar de saneados ingresos casi sin dar un palo al agua: hablo de los llamados influencers, incluidos esos subproductos suyos llamados youtubers. Algunos se preguntarán, pero ¿qué es eso de un influencer? Bueno, de momento es un trabajo que se nombra en inglés, como lo de CEO, y eso significa pasta. Para no liarla y ahorrarle el trabajo, busco en Internet la definición de esta profesión y se dice «Un influencer es una persona con influencia y repercusión en las comunidades de los medios en los que se expresa, que moviliza a muchos seguidores en las redes sociales». Ahí es nada, las redes sociales, el rey Midas de la era de las comunicaciones en que nos ha tocado vivir. Es decir, un influencer es el que una forma u otra disfruta de cierta fama y le dice a los vicentes dónde va la gente; la que está on, claro.

Ya sabe, no es rico porque no quiere: hágase influencer.

09 marzo 2017

Lectores

Aprendí casi a leer antes de ir al colegio a los 5 años, pues sentía gran curiosidad por lo que veía escrito por la calle, incluido anuncios, y obligaba a la persona que me acompañaba a leerme eso que veía y a deletrearme las palabras que contenía. No tengo el mínimo recuerdo de cómo me fue en mis inicios escolares en la clase de párvulos −entonces no existía eso que ahora llamamos kindergarten o jardín de infancia− y no tengo ni idea de si fui un lector destacado ni nada de nada sobre mi conducta de aquella época.

Eran decididamente tiempos muy diferentes de los actuales y no recuerdo que ni de broma se nos sugiriese en el colegio la lectura de ninguna novela. Allí se nos enseñaba ortografía y gramática y se nos introducía como antes se hacían las cosas, de manera que ni transcurridos mil años se nos olvidara casi nada. Curiosamente, la primera portada que recuerdo es la del catecismo Ripalda, con tanta insistencia que ahora, transcurrido más de medio siglo de ateo militante −así me definía un amigo compañero de convicciones hace más de 30 años− soy capaz de recitar aquellas oraciones básicas. En formato preconciliar, por supuesto.

Quede claro que en aquellos tiempos faltos de la mínima libertad éramos libres de leer o no; el que quería leía, el que no quería permanecía virgen de esa práctica, como la gran mayoría de los que ahora terminan la enseñanza media que para evitar que las lecturas obligadas les dejen huella, procuran olvidarlo de inmediato como un mal sueño que la universidad no va a restaurar.

Recuerdo vagamente unos pequeñísimos libritos que se compraban en el kiosco, más bien cuadernitos, que costaban nada menos que 10 céntimos de peseta (por un euro nos darían 1.663 libritos) y que eran aquellos famosos cuentos de Calleja desconocidos actualmente salvo quizás por algunos que siguen diciendo lo de tienes más cuento que Calleja, cuando algún amigo/a le confiesa que está impaciente por acoger un refugiado en casa. Sin embargo, de los primeros libros que cayeron en mis manos y que, esos sí, me acuerdo que leí con avidez, fueron unos que me prestó un pretendiente de una prima mía, un chaval de unos 18 o 19 años, a quien nunca olvidaré porque fue el que me introdujo en los libros de Guillermo, de la escritora Richmal Crompton, un nombre que entonces imaginaba de hombre porque no se me pasaba por la cabeza que una mujer escribiera algo tan ingenioso. Me leí todos sus libros, me reí mil veces de lo que contaban y todavía hoy los leo muy de vez en cuando en su idioma original. Me imagino la sonrisa despectiva de cierto amigo que desprecia esta lectura porque supongo que él debió empezar leyendo la Crítica de la razón pura, aunque he descubierto que los libros de Guillermo también fueron el inicio de Javier Marías, Fernando Savater y otros mucho más sapientes que yo.

Otra persona mayor me sugirió que si me gustaba el humor me pasase al autor Pelham Grenville Wodehouse, P.G.Wodehouse para los amigos, en el que descubrí un filón abundante y que por sí sólo justifica la buena e inmerecida fama del humor inglés. Por supuesto que todo esto fue mezclado con lecturas de Julio Verne, Emilio Salgari, Zane Grey, José Mallorquí y otros muchos que me introdujeron el virus del amor a la lectura.

Viene todo este tostón a cuento de eso que llaman un barómetro (¿por qué no termómetro?) del CIS acerca de la afición de los españoles a la lectura, con cifras que no acabo de creerme. Me sorprende, por optimista, eso de que sólo un 39,4% no ha leído un solo libro en todo el año 2015, que quienes leen por lo menos una vez a la semana llegan al 47,2% y de ellos el 29,3% lee todos los días. Más creíble resulta que el 65% confiesa que lee al menos una vez al trimestre, no se dice qué clase de lectura, porque para mí no vale el Marca ni Facebook. Rajoy, por ejemplo, no puntúa.

Tampoco me resultan creíbles dos noticias aparecidas en El País en primera página: una referida a los finlandeses que dicen leer de promedio 49 libros al año. Comprendo que allí no hay mucho que hacer y que deben aburrirse más que los bosquimanos, pero no me creo ese promedio por mucho amor que le profesen a Mika Waltari. No me imagino a ese leñador volviendo a casa de su tarea diaria, atravesando aquellos grandiosos bosques, tras confraternizar como es natural con los renos con los que se cruce, y diciéndose angustiado ¡vamos deprisa que si me descuido no llego a los 49!

Como no me creo ni de lejos la otra noticia, que venía acompañada de una gran foto, y en la que podía verse a una señora de raza negra y su pequeña Daliyah de 4 años, residentes en Gainesville (Georgia, EE.UU.), afirmándose que la niña, que aprendió a leer con 2 años, se ha leído ya más de 1.000 libros. Si no me fallan los cálculos, eso supone 1,37 libros al día, incluidos domingos, festivos, cumpleaños y los días en que esté enfermita. ¡¡Eso sí que son faroles!!, ¡¡esa señora sí que debe darle la vara a sus compañeros de trabajo con lo de su niña!!

28 febrero 2017

Esa bonita leyenda negra que tanto nos gusta

Somos los españoles −o éramos, ya no sé− una especie de humanos que nos aburriríamos si no pudiéramos hablar mal de nuestro propio país y sólo en especiales circunstancias o cuando estamos en el extranjero podemos sentirnos ofendidos si se ofende a España (con perdón de algunos nacionales periféricos). Disponemos incluso de la modalidad "por partes", en que una zona o región de España resuelve que ellos han sido siempre puros y limpios y que el resto del país es el que está corrompido y lo ha estado siempre desde los iberos y los celtas.

Pelillos a la mar si hay constancia de que quienes manejaban el comercio de esclavos eran los que ahora acusan a los demás españoles de robarles, justamente los mismos que, más que otros, se beneficiaron económicamente de la explotación de las colonias y en los finales del imperio tenían el monopolio del comercio con Cuba y más recientemente quienes eran los propietarios fácticos de Guinea Ecuatorial.  

Según afirman quienes entienden, la leyenda negra fue iniciada en el siglo XVI, por ingleses y holandeses fundamentalmente, como parte de lo que hoy llamaríamos guerra psicológica. Su éxito en todo el entorno centroeuropeo fue enorme, pero ni comparación con el éxito entre los propios españoles, que por cierto cooperaron en la creación y fomento de esta leyenda, a veces por despecho como ocurrió con Antonio Pérez, cuando dejó de ser secretario de Felipe II.

La realidad es que quienes hablan más y más a gusto de la leyenda negra somos precisamente nosotros; nos encanta autoflagelarnos, despreciarnos, considerarnos escoria frente a la enorme categoría moral de otros europeos o vaya usted a saber de dónde, hasta el punto de hacer exclamar a extranjeros su asombro por la baja valoración que hacemos de nosotros mismos. Eso es precisamente lo que quizás nos hace inferiores.

Aparte de hacer un relato catastrófico de la actuación de aquellos españoles por Europa, esta leyenda se ensañó con la conquista y colonización española de América, donde se afirma que cometimos un genocidio que acabó con los nativos. Y los primeros que se creen este infundio son los propios españoles que olvidan o no saben que en los casos más sonados en suelo europeo no intervino la Inquisición Española: a Miguel Servet lo quemaron los calvinistas en Ginebra, a Giordano Bruno los italianos en Roma y a Juana de Arco los ingleses en Rouen. «La Inquisición sentenció a muerte no siempre a la hogueraa 1.300 personas en 140 años. En solo 20 años, Calvino quemó a 500 personas» (El País 27/2/17).

No sé si usted ha viajado alguna vez a Hispanoamérica (un nombre que no les entusiasma, les gusta más el que les puso Napoleón III: Latinoamérica). Se quedará sorprendido al caminar por las calles porque se cruza constantemente con personas cuyo rostro deja bien a las claras su ascendencia nativa y no es de extrañar, porque pese a esas supuestas matanzas, desde Tierra del Fuego hasta la frontera con EE.UU. entre el 75 y el 85% de la población es amerindia o mestiza; en realidad basta con que observe a los inmigrantes que aquí han venido desde la América hispana, ¿tienen aspecto europeo? Pase la frontera de EE.UU. y fíjese con cuántos indios se cruza usted: no quedan ni para hacer películas, porque apenas sobrevivieron unos cuantos que hoy malviven mayoritariamente en las reservas y no son muchos los que se aventuran a llevar una vida normal fuera de aquellas. He leído que entre indios y mestizos, desde el Río Bravo hasta Canadá apenas alcanzan el 2,5% de la población, ¿es allí donde la colonización anglosajona fue ejemplar y respetuosa? Así la calificaba una amiga irlandesa al compararla con la española.

Algo parecido ocurre con la explotación de las riquezas, que juzgamos con la misma óptica con que juzgamos la actual explotación del tercer mundo por parte de algunos países entre los que normalmente no se encuentra España. En aquel tiempo, la conquista de nuevos territorios llevaba aparejada la apropiación de las riquezas locales, ¿o es que Inglaterra ocupó tanto territorio en América, Oceanía, África y Asia sólo para extender su iglesia o enseñar inglés? Creo que sería buena idea llevar a quienes nos reprochan algo a visitar las ruinas de Numancia, para que sepan lo que eran matanzas y a Las Médulas para que comprueben que apoderarse del oro de territorios conquistados no es algo que inventamos los españoles. ¿Alguien ha oído alguna vez un reproche dirigido aquí a los conquistadores romanos?

Los anglosajones han sabido hacer las cosas mucho mejor que nosotros y cada acción buena o mala que llevaron a cabo, era de inmediato maquillada si era preciso y difundida por todos los medios disponibles en cada momento. Hay un ejemplo con bastantes similitudes en sus hechos y una diferencia abismal en cuanto a lo que la gente sabe sobre ello en la actualidad, gracias a la habilidad anglosajona en retocar la realidad. ¿Conoce el caso de Pocahontas (Matoaka)? ¿Y el de doña Marina (Malinche)? Pues le diré: Pocahontas era hija del jefe de una tribu india asentada en lo que ahora es Virginia (EE.UU.), una mujer que fue expropiada primeramente por John Smith y posteriormente por John Rolfe, y tras casar con ella tuvieron un hijo, ayudando Pocahontas en todo momento a los conquistadores ingleses.

Doña Marina era hija del jefe de una tribu india mejicana, una mujer que fue expropiada primeramente por Alonso Hernández y posteriormente por Hernán Cortés, y tras unirse con ella tuvieron un hijo que fue legitimado posteriormente, ayudando doña Marina en todo momento a los conquistadores españoles.

¿Diferencias? Pues en términos generales pocas, aparte de que doña Marina nació unos 100 años antes. Pocahontas llegó a visitar Inglaterra, lo que le costó la vida a los 21 años al contraer una enfermedad en su viaje de vuelta y doña Marina no vino nunca a España y pudo tener una vida un poco más larga, no hay datos. Sin embargo, Pocahontas es glorificada en su lugar de origen por los colonizadores, ya que indios quedaron pocos. Doña Marina, es tachada de traidora, vilipendiada y menospreciada por sus herederos, los actuales pobladores de Méjico, muchos de los cuales disfrutan injuriando a quienes les quitaron la costumbre de comerse unos a otros. Sobre las dos mujeres se han escrito bastantes libros, pero de lo que realmente cala en la gente, las películas, sólo Pocahontas tiene algunas sobre su vida, en especial la de dibujos animados que es la que de verdad le dio la fama. En España, casi nadie sabe quién fue doña Marina (Malinche). Reivindico por tanto su memoria y, si eso la hace más atractiva, la llamamos Muchahontas.