28 febrero 2017

Esa bonita leyenda negra que tanto nos gusta

Somos los españoles −o éramos, ya no sé− una especie de humanos que nos aburriríamos si no pudiéramos hablar mal de nuestro propio país y sólo en especiales circunstancias o cuando estamos en el extranjero podemos sentirnos ofendidos si se ofende a España (con perdón de algunos nacionales periféricos). Disponemos incluso de la modalidad "por partes", en que una zona o región de España resuelve que ellos han sido siempre puros y limpios y que el resto del país es el que está corrompido y lo ha estado siempre desde los iberos y los celtas.

Pelillos a la mar si hay constancia de que quienes manejaban el comercio de esclavos eran los que ahora acusan a los demás españoles de robarles, justamente los mismos que, más que otros, se beneficiaron económicamente de la explotación de las colonias y en los finales del imperio tenían el monopolio del comercio con Cuba y más recientemente quienes eran los propietarios fácticos de Guinea Ecuatorial.  

Según afirman quienes entienden, la leyenda negra fue iniciada en el siglo XVI, por ingleses y holandeses fundamentalmente, como parte de lo que hoy llamaríamos guerra psicológica. Su éxito en todo el entorno centroeuropeo fue enorme, pero ni comparación con el éxito entre los propios españoles, que por cierto cooperaron en la creación y fomento de esta leyenda, a veces por despecho como ocurrió con Antonio Pérez, cuando dejó de ser secretario de Felipe II.

La realidad es que quienes hablan más y más a gusto de la leyenda negra somos precisamente nosotros; nos encanta autoflagelarnos, despreciarnos, considerarnos escoria frente a la enorme categoría moral de otros europeos o vaya usted a saber de dónde, hasta el punto de hacer exclamar a extranjeros su asombro por la baja valoración que hacemos de nosotros mismos. Eso es precisamente lo que quizás nos hace inferiores.

Aparte de hacer un relato catastrófico de la actuación de aquellos españoles por Europa, esta leyenda se ensañó con la conquista y colonización española de América, donde se afirma que cometimos un genocidio que acabó con los nativos. Y los primeros que se creen este infundio son los propios españoles que olvidan o no saben que en los casos más sonados en suelo europeo no intervino la Inquisición Española: a Miguel Servet lo quemaron los calvinistas en Ginebra, a Giordano Bruno los italianos en Roma y a Juana de Arco los ingleses en Rouen. «La Inquisición sentenció a muerte no siempre a la hogueraa 1.300 personas en 140 años. En solo 20 años, Calvino quemó a 500 personas» (El País 27/2/17).

No sé si usted ha viajado alguna vez a Hispanoamérica (un nombre que no les entusiasma, les gusta más el que les puso Napoleón III: Latinoamérica). Se quedará sorprendido al caminar por las calles porque se cruza constantemente con personas cuyo rostro deja bien a las claras su ascendencia nativa y no es de extrañar, porque pese a esas supuestas matanzas, desde Tierra del Fuego hasta la frontera con EE.UU. entre el 75 y el 85% de la población es amerindia o mestiza; en realidad basta con que observe a los inmigrantes que aquí han venido desde la América hispana, ¿tienen aspecto europeo? Pase la frontera de EE.UU. y fíjese con cuántos indios se cruza usted: no quedan ni para hacer películas, porque apenas sobrevivieron unos cuantos que hoy malviven mayoritariamente en las reservas y no son muchos los que se aventuran a llevar una vida normal fuera de aquellas. He leído que entre indios y mestizos, desde el Río Bravo hasta Canadá apenas alcanzan el 2,5% de la población, ¿es allí donde la colonización anglosajona fue ejemplar y respetuosa? Así la calificaba una amiga irlandesa al compararla con la española.

Algo parecido ocurre con la explotación de las riquezas, que juzgamos con la misma óptica con que juzgamos la actual explotación del tercer mundo por parte de algunos países entre los que normalmente no se encuentra España. En aquel tiempo, la conquista de nuevos territorios llevaba aparejada la apropiación de las riquezas locales, ¿o es que Inglaterra ocupó tanto territorio en América, Oceanía, África y Asia sólo para extender su iglesia o enseñar inglés? Creo que sería buena idea llevar a quienes nos reprochan algo a visitar las ruinas de Numancia, para que sepan lo que eran matanzas y a Las Médulas para que comprueben que apoderarse del oro de territorios conquistados no es algo que inventamos los españoles. ¿Alguien ha oído alguna vez un reproche dirigido aquí a los conquistadores romanos?

Los anglosajones han sabido hacer las cosas mucho mejor que nosotros y cada acción buena o mala que llevaron a cabo, era de inmediato maquillada si era preciso y difundida por todos los medios disponibles en cada momento. Hay un ejemplo con bastantes similitudes en sus hechos y una diferencia abismal en cuanto a lo que la gente sabe sobre ello en la actualidad, gracias a la habilidad anglosajona en retocar la realidad. ¿Conoce el caso de Pocahontas (Matoaka)? ¿Y el de doña Marina (Malinche)? Pues le diré: Pocahontas era hija del jefe de una tribu india asentada en lo que ahora es Virginia (EE.UU.), una mujer que fue expropiada primeramente por John Smith y posteriormente por John Rolfe, y tras casar con ella tuvieron un hijo, ayudando Pocahontas en todo momento a los conquistadores ingleses.

Doña Marina era hija del jefe de una tribu india mejicana, una mujer que fue expropiada primeramente por Alonso Hernández y posteriormente por Hernán Cortés, y tras unirse con ella tuvieron un hijo que fue legitimado posteriormente, ayudando doña Marina en todo momento a los conquistadores españoles.

¿Diferencias? Pues en términos generales pocas, aparte de que doña Marina nació unos 100 años antes. Pocahontas llegó a visitar Inglaterra, lo que le costó la vida a los 21 años al contraer una enfermedad en su viaje de vuelta y doña Marina no vino nunca a España y pudo tener una vida un poco más larga, no hay datos. Sin embargo, Pocahontas es glorificada en su lugar de origen por los colonizadores, ya que indios quedaron pocos. Doña Marina, es tachada de traidora, vilipendiada y menospreciada por sus herederos, los actuales pobladores de Méjico, muchos de los cuales disfrutan injuriando a quienes les quitaron la costumbre de comerse unos a otros. Sobre las dos mujeres se han escrito bastantes libros, pero de lo que realmente cala en la gente, las películas, sólo Pocahontas tiene algunas sobre su vida, en especial la de dibujos animados que es la que de verdad le dio la fama. En España, casi nadie sabe quién fue doña Marina (Malinche). Reivindico por tanto su memoria y, si eso la hace más atractiva, la llamamos Muchahontas.

18 febrero 2017

Tres cosas hay en la vida

Solución final
Si es usted joven, no conocerá una canción argentina que fue muy popular hace bastantes años y de la que se hicieron bastantes versiones. La canción hacía referencia a y tenía por título Salud, dinero y amor y recomendaba cuidar todo ello, porque son los tres puntales de la vida.

Parece que más o menos podríamos coincidir todos en que, aunque con un reparto de importancia diferente, vienen a ser lo que en esencia nos preocupa a lo largo de nuestra vida. Eso a las personas, porque a los partidos que se autoconsideran de izquierdas ya no les quita el sueño que haya trabajo para todos, que la paga sea suficiente para vivir, que la sanidad y la seguridad social funcionen, que las pensiones de jubilación sean decentes, que la enseñanza sea como se debe y no se cambie cada poco, que no haya lo que llamábamos lumpen o, si lo prefieren, desposeídos totales, hasta de la dignidad y voluntad de vivir. Hoy las obsesiones de esos partidos son tres bien diferentes, con mayor acento cuanto más pintorescos y enajenados sean sus líderes, y lo peor es que inevitablemente arrastran a las demás fuerzas políticas que no pueden quedarse al margen de esas demandas para no perder votos.

Esas tres cosas a las que me refiero son: feminismo, inmigración y homosexualidad. Muy loable todo, pero en una época en que la juventud anda desorientada como nunca y un manto de buenismo infantiloide se extiende sobre buena parte de la población, corren el peligro de transformarse en obsesión abandonando lo que deberían ser sus preocupaciones fundamentales.

En todos los sitios hay desquiciados y desde luego el feminismo no es una excepción, más bien yo diría que es un caso que puede iluminar lo que no se debe hacer en otros ámbitos. Tengo la suerte de no conocer a una feminista (o un feministo) radical, porque estoy convencido de que no son tantos y como suele suceder, es una minoría la que arrastra a una gran masa sin criterio a posturas ridículamente radicales. Por poner un ejemplo, ahí tienen a una pandilla de feministas en la Puerta del Sol de Madrid haciendo huelga de hambrecita para exigir no sé qué más, pues ya la ley es lo contrario de lo que debe ser y trata a los varones con discriminación.

Es hasta cómico que en ese congreso/asamblea de Podemos fuese habitual que algún ponente masculino se dirigiera a la TOTALIDAD de los asistentes diciendo nosotras o compañeras como genéricos o esa Universidad de Granada que ha editado un calendario −calendaria− con los nombres de los meses puestos en lo que imaginan que es femenino: enera, febrera, marza, etc. Parecen empeñados en acabar con el idioma español. Creíamos que aquello de miembras era insuperable, pero ya conocen esa frase atribuida a Einstein: «Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro sobre lo del universo». Y perdón por usar la frasecita.

Tenemos la cifra de algo menos de 50 mujeres muertas por sus parejas cada año, la menor de Europa en proporción. Es una tragedia, cierto, y hay que perseguir esa violencia con firmeza, pero cuidado con el método elegido, pues para mí que aunque implanten la guillotina «sólo para hombres» el resultado va a ser más o menos el mismo, y la prueba la tienen en que muchos hombres se suicidan tras cometer el crimen, así que no va a ser el miedo al castigo lo que lo remedie. ¿Qué tal contabilizar aparte los crímenes cometidos por extranjeros aunque sean de origen? 

Hablando de suicidio, en España se suicidan más de 3.500 personas al año, siendo el suicidio como es una alteración grave de la condición humana que persigue por encima de todo la supervivencia, un instinto natural. Sólo en la Guardia Civil se suicidan al año una media de 15 agentes y desde 1982 han sido casi 800 los que se han quitado la vida, ¿eso no importa o es aceptable? ¿no hacemos nada?

Respecto de la inmigración, se ha publicado estos días en El País una encuesta, hecha en toda Europa por una institución británica, para saber los sentimientos de la población acerca de la acogida de inmigrantes, para contrastarlo con la política de Trump. España es la más predispuesta con un 32% de la población a favor, muy lejos de la menos dispuesta que es Polonia con un 9% (hay que contar con la hipocresía y la generosidad de boquilla de nuestros paisanos a los que encanta disparar con pólvora del rey). Siempre resultan ser una minoría, pero eso no importa −pese a sus aspavientos democráticos− a los que insisten en meternos inmigrantes/refugiados por encima de la voluntad de la gente y esto vale para los ayuntamientos deseosos de traerlos −abandonando las tareas para las que fueron elegidos− y para esas entidades que viven de nuestros impuestos, llamadas ONG; esas que celebran que hoy se hayan colado en Ceuta 500 africanos, ¿saben lo que nos van a costar tanto si se quedan como si los deportan?

Habitualmente lo que dice la jerarquía eclesiástica ni me suena, porque sé que son un hatajo de hipócritas que han perdido el contacto con la realidad, algo parecido a lo de muchos de nuestros políticos, pero ahora me pregunto si tras las risas por lo que decía cierto obispo sobre que hay una conspiración para volver homosexual a buena parte de la población no habrá algo menos disparatado de lo que aparenta ser. Raro es el día en que la prensa no trae en primera página una noticia o artículo laudatorio sobre la homosexualidad. Parece que ese porcentaje minoritario de la población importa más que el resto y muchas veces esas noticias parecen más proselitismo que información de un suceso.

La Asamblea de Madrid ha declarado a la ciudad y comunidad autónoma gay friendly (con esa misma ridícula expresión), pero la anécdota de estos días es que el ayuntamiento de San Fernando (Cádiz) ha puesto en los semáforos de peatones, en vez del típico muñeco, una pareja de hombres o de mujeres cogidos de la mano y con un corazón en medio de la pareja. ¿De verdad que eso ayuda a la integración de los homosexuales? ¿no tiene ese ayuntamiento −uno de los de mayor paro de España− problemas más acuciantes de los que ocuparse y en los que gastar el dinero de los ciudadanos? ¿están al día en la ayuda a los dependientes?

Lo siento mucho, pero mientras los partidos de izquierda sigan empeñados en esas tres prioridades que no cuenten conmigo. Cierto que yo soy tan solo uno, pero deberían meditar sobre por qué, contra toda lógica, los partidos de ultraderecha están desplazando a los de izquierda por toda Europa.

10 febrero 2017

Curiosidades

¿A usted no le resulta curioso que Cristina Cifuentes fuera delegada del gobierno en Madrid y nadie supiera su nombre ni reconociera su cara, y que consiguiera la fama y auparse a la presidencia de la Comunidad por partirse los huesos y casi matarse al hacer un giro sin mirar, en una motocicleta que no tenía pasada la ITV? Ahora, esa trepa se dedica a sembrar la discordia entre españoles («Los madrileños pagan la salud y la educación de los andaluces»), como si no tuviéramos bastante con los independentistas nordestinos.

¿Puede usted entender que haya un tremendo número de españoles que apoyan el uso en cualquier entorno de esos modernos cubrimientos musulmanes −del hiyab al burka sin olvidar el burkini, claro−, siempre en nombre de lo que ellos entienden por libertad, y sin embargo vomitan insultos contra la española que en festividades religiosas tienen la ocurrencia de colocarse una peineta con un velo semitransparente que sólo le tapa el cabello?

Va usted al médico y éste le manda un medicamento cuyas características no le explica, porque cuenta con que usted, tras comprarlo, va a estudiar detalladamente la extensa literatura que lo acompaña en la que quizás le avise de que el producto puede producirle hemorragias, ceguera o alguna otra lindeza. Extrae usted el folleto distraídamente del envase y cuando va a devolverlo a su lugar tras leerlo descubre que parece no caber y es imposible reproducir el plegado original. La pregunta es: ¿a quién se le ha ocurrido esa manera de plegar los prospectos para que el usuario no pueda jamás repetir el proceso?, ¿es acaso una forma de obligarnos a hacer un máster en papiroflexia?, ¿o una venganza por haber leído las contraindicaciones y efectos secundarios?

Posiblemente se ha dado cuenta de que no quedan prácticamente especímenes a los que llamar niños, como hacíamos antes. Si usted se dirige a un preadolescente con la palabra maldita, niño, obtendrá una respuesta cortante y posiblemente agresiva. Antes, no hace tanto tiempo, existía la expresión niño de pecho o niño de cría para referirse a lo que ahora llamamos bebés en un alarde muy actual de cursilería. Por lo tanto, apenas si disponemos de una franja de cuatro o cinco años para usar ese nombre de niños sin meternos en un lío. Y repito, ni se le ocurra llamar niño a un espécimen de 14 o 15 años, porque puede acuchillarle.

Toda la vida ha habido gordos, obesos si prefiere llamarlos así, pero ahora gracias a esa epidemia de buenismo, que se puede resumir en el indiscriminado "porque tú lo vales", hay que superdignificar a esos gordos o, mejor dicho, a esas gordas, porque los hombres quedan fuera del esfuerzo. Me refiero a esa moda de llamar curvy a la mujer descomunalmente gorda, como esa que viene hoy en El Mundo que pesa 186 kilos. Por dios, eso no es una mujer con curvas, eso es una vaca.

Posiblemente usted sepa que en EE.UU. votar en las elecciones no es tan fácil como en Europa, porque hay que estar registrado previamente, pero quizás no sepa que en el impreso de registro generalmente hay que señalar si uno es demócrata, republicano o independiente, ¿no es una maravilla de transparencia? Si uno cambia de bando, ¿hay que avisar?

¿Cuántos de los que leen esto son conscientes de la desaparición o relegación de la palabra «honradez»? Poco a poco, la influencia del inglés (que sólo tiene honest y derivados) unida a la ignorancia de la mayoría, ha ido dejando de lado la palabra honradez sustituyéndola en todos los casos por honestidad, olvidando que de siempre en castellano la palabra honestidad se refería a asuntos de la entrepierna, mientras que honradez era el vocablo utilizado en todo lo relativo a fiabilidad en lo económico, integridad en general, ¿es que no conocen la historia de "José el honesto" que está en el Génesis? Por supuesto, el diccionario de la RAE recoge desde hace un tiempo las dos palabras como sinónimos, manteniendo su política actual de actuar sólo como un notario de usos. Los políticos han acogido con entusiasmo lo de honestidad, porque les suena como más moderno que aquello tan antiguo de honradez.

¿Se han dado cuenta del éxito entre idiotas de la expresión choque de trenes? Apenas hay un conflicto entre partes se echa mano de esa imagen que si bien pudo ser muy gráfica y original una primera vez, su repetición permanente sirve para detectar a los escasos mentales. Ayer vi en la televisión una entrevista a Carolina Bescansa, de Podemos, y en dos minutos la empleó nada menos que cuatro veces, cuatro, para referirse al conflicto entre Errejón e Iglesias, aquellos que llamaban casta a lo que ellos son ahora.

Y para terminar, algo que no me puedo callar. ¿Sabían que la piel del prepucio de Jesús, obtenida tras su circuncisión, está depositada en relicarios en varias iglesias que reivindican que el suyo es el de verdad? Seguramente, si unieran todos los trozos de piel, habría para hacer un tambor. Y luego dicen que la Iglesia no tiene sentido del humor y que es mojigata...

01 febrero 2017

Fronteras

Estaba atento a una obra musical que daban por la radio y al terminar el locutor dijo esa frase típica de «han escuchado ustedes…» y nombró una obra de un muy conocido compositor francés. De ahí pasé a pensar que me fastidiaba no poder sentirme compatriota del autor y por tanto partícipe en una mínima fracción de su gloria; ocurría eso, ya pueden imaginarlo, porque yo soy español y pertenezco, para mi desgracia, a un país que casi no ha producido grandes compositores, porque a la iglesia católica nunca le gustó la música, por considerarla un arma del demonio. A punto estuvimos de abandonar ese casticismo que tanto daño nos ha causado, cuando reinó en España José Bonaparte, que podía haber traído la cultura y, quién sabe, la unión con Francia, con lo que todos seríamos compatriotas de tantos músico notables y como propina, de Pasteur, del matrimonio Curie, de Gay-Lussac y tantos otros que Francia produjo mientras aquí se empleaba el tiempo en rezar. Nada positivo salió de tanto rezo −lo contrario sí que hubiera sido milagroso−, pero quedamos muy rezagados de esa Europa que componía, estudiaba e investigaba.

No hay manera, por mucho que no empeñemos en airear a Miguel Servet o Santiago Ramón y Cajal −ya sé que hay alguno más− la realidad es que el saber nunca tuvo aquí excesiva preeminencia y todo lo más se importaba un artista italiano para que hiciera lo que al rey le apetecía (alternativa de ese estilo herreriano austero, sobrio, seco, ¡un horror!). No tenemos afán investigador y al que lo tiene la realidad nacional se ocupa de eliminárselo o de empujarlo al exilio. Hay un personaje al que se trajo de vuelta de EE.UU. para que investigara aquí sobre el cáncer y al que se le ofreció de todo −hablo de Mariano Barbacid− y que ahora anda pidiendo dinero para investigar casi por caridad.

Ya conté en este mismo blog que presencié un episodio que no olvidaré en mi vida porque entonces me produjo escalofríos, en el que el protagonista pasivo fue este investigador. Estaba Barbacid en un corrillo en una feria tomando una copa cuando alguien le dijo lo que seguramente consideraba una gracia memorable; le soltó a bocajarro ¡menos investigar y más follar! En fin...

Decía que soy de esos que lamentan profundamente que Napoleón no triunfara en España y que su hermano tuviera que dejar el trono a ese rufián incalificable: Fernando VII. José Bonaparte hubiera supuesto la puesta al día de nuestra intelectualidad y nuestra incorporación a Europa, por más que sepamos que los franceses también trajeron a España ruina, destrucción y miseria, pero eso no fue obra del rey José. Una vez asentado este rey, nuestra mejora habría sido más que probable, el estado y la religión habrían dejado de ser una unidad de destino en lo universal y parafraseando al ineficaz Alfonso Guerra, a España no la habría reconocido ni la madre que la parió.

La realidad es que este país siguió siendo muy reconocible y salvo algunos limitados avances, la cosa siguió exactamente igual, y aquí estamos. Peleando entre nosotros todo el tiempo y esforzándonos por impedir cualquier cambio que no sea meramente cosmético. Eso sí, con un desmontaje de todo lo que suponga idealismo e ideología que nos ha llevado a estar a la cabeza de Europa en el desinterés por el propio país. Somos el país más asqueado de sí mismo y en este momento sólo puede excluirse de ese sentimiento a los catalanes porque han encontrado lo que como buenos españoles es lo único que les galvaniza, que les da fuerzas; un enemigo -aunque sea inventado-: el resto de los españoles. Dentro de algún tiempo se les habrá pasado y volverán a ser como todos.

Pero seamos realistas −que no monárquicos−, quienes triunfaron aquí y aquí siguen fueron los de ¡vivan las caenas!, y los que desprecian el saber porque corromper, especular, robar y rezar les resulta mucho más provechoso y rentable; a ellos. Seguimos viviendo entre fanáticos partidarios de Fernando VII.